Iván Zulueta fue un cineasta maldito. Un creador obsesivo que convirtió la provocación y la experimentación en su sello personal. En 1979 estrenó Arrebato. Un relato hipnótico sobre la adicción al cine, el tiempo y la creatividad. La película, incomprendida en su momento, cayó rápidamente en el olvido. Convertida en un mito de culto. Una especie de fantasma que nunca dejó de rondar la memoria del cine español.
Pero ahora, en el marco del 22.º Festival de Cine Europeo de Sevilla, la guionista Marta Medina del Valle y el productor Enrique López Lavigne han presentado El último arrebato, un documental que rescata los fragmentos perdidos de esa leyenda.
El debut en el largometraje de Medina y López Lavigne es una ficción mutante protagonizada por ambos, acompañados del director y guionista Jaime Chávarri, confidente de Zulueta, en un misterioso viaje por las cenizas de Arrebato. A través de material inédito, testimonios y encuentros con actores como Eusebio Poncela, Cecilia Roth o Marta Fernández Muro, la película traza un mapa de obsesión creativa y misterio, acercándonos a Zulueta como cineasta y mito viviente.
PREGUNTA: ¿Cuál fue el motivo que os empujó a querer hacer El último arrebato? ¿Fue idea hacer un trabajo de investigación, una obsesión por el personaje de Iván Zulueta, o más bien un homenaje?
ENRIQUE LÓPEZ LAVIGNE: Las tres cosas, sin ninguna duda. Pero yo diría que eso sería un poco tirarnos el pisto, en realidad. Cuando haces una película, siempre es una sucesión de circunstancias accidentales las que te llevan muchas veces a…
MARTA MEDINA: Una serie de… catastróficas… desdichas (risas).
ELL: No, bueno, no son desdichas para nada, pero en este caso fue en parte porque Marta estaba escribiendo un guion para una película que hice con Miguel Ángel Vivas, Asedio. También porque coincidió con el COVID. Durante la pandemia, me enteré de que la primera persona que me empleó, un distribuidor, Paco, estaba en una residencia de Madrid, justo al lado de mi casa, y nunca fui a visitarle. Se lo prometí, y luego llegó el COVID, así que ya no pude ir. Me sentí culpable durante todo el proceso.
Y, de repente, vendieron la casa familiar de los Zulueta y encontraron unas cajas con material, que se cedió a Filmoteca para que lo rescataran. Entonces se nos despertó la idea: ¿y si nos enfrentamos a hacer ese trabajo arqueológico? ¿Qué hay dentro de esas cajas? ¿Qué son esos Super-8? ¿Quién tenía los derechos de la película? Decidimos investigar. De hecho, la película empieza como una investigación, pero sin ninguna intención de que esto finalmente llevara a algún sitio. La película está hecha a trompicones, durante tres años. No tiene la solidez de una película industrial con un objetivo previo y una estructura definida.
MM: Está pensada previamente, sí, pero no con una estructura cerrada. Siempre decimos que la película se ha ido haciendo a sí misma, o que ha sido como una jam session. Porque, claro, nosotros sabíamos lo que queríamos buscar, pero no lo que nos íbamos a encontrar ni cómo, al final, íbamos a conjugar todas esas piezas que había: por un lado los Super-8, por otro la investigación, por otro los arrebatados…

P: Y es que, dentro de lo que cabe, Arrebato se ha considerado durante mucho tiempo una película maldita…
ELL: Maldita y desaparecida.
MM: Empieza a considerarse así desde hace relativamente poco tiempo.
ELL: Desde que se digitalizan las películas y se vuelven más accesibles,
MM: Desde 2002, creo.
ELL: Arrebato es una película que se rueda en 1979 y desaparece durante más de 20 años, por cuestiones legales y de todo tipo. Solo estaba disponible en Filmoteca y, fuera de España, era absolutamente desconocida. La hemos ido descubriendo ahora, también, gracias a nuestra película. Y te das cuenta de que películas de los años 20 se recuperen ahora, lo entiendo, pero que una película tan reciente, con menos de 45 años como Arrebato esté desaparecida y sea maldita, también era objeto de nuestro interés.
P: Hace un mes estuve hablando con un chico de Sevilla que hace proyecciones de cine underground en una pequeña sala. Me decía que en España hay muchas películas que se han hecho aquí y no se han editado aquí, mientras que en Estados Unidos, Francia u otros países europeos sí se editan y el público puede acceder a ellas. Aquí, desaparecen. Es como si no existieran.
MM: Con las plataformas, esas películas pueden desaparecer aún más fácilmente: si no hay formato físico y una plataforma decide que no esté, pues no está.

P: Y es que en la película, básicamente os convertís en un personaje más. ¿En qué momento decidís cruzar esa línea entre el documental y la autoficción?
MM: Desde el principio estaba un poco la idea de la cámara, y mostrar cómo la gente que hace las películas, lo que ocurre detrás de la cámara y como esto acaba influyendo durante el rodaje. Queríamos mostrar cómo un equipo hace una película.
ELL: Hay algo que cuentas muy bien, y me gustaría que lo contases tú, porque yo no lo cuento igual, el por qué Arrebato es la película sobre un director amateur.
MM: Queríamos seguir la estela de Arrebato. Es una película sobre un director amateur que hace una película y desaparece. Y, en cierta manera, Zulueta entrega Arrebato y desaparece. Teníamos que seguir esa estela, como si fuera una especie de maldición.
ELL: Además, nos gustaba la idea de que el documental es un género increíblemente abierto, que permite la hibridación y la experimentación. Muchas de las películas que más nos gustan a Marta y a mí son películas inclasificables.
MM: Fue una época en la que vimos muchísimas películas documentales. Y de ahí viene un poco todo. Es que el documental da para muchísimo. No deberíamos limitarnos a los bustos parlantes, porque te da una capacidad enorme para probar cosas, para experimentar.
ELL: Y contestando a tu pregunta de forma concreta. Fue Jaime Chávarri quien nos empujó. Él no quería hacer una entrevista ni una película sobre Arrebato. Quería participar en una película en la que nos conociéramos todos y estuviéramos implicados. Y a mí me daba pudor. Marta y yo dejamos de hablarnos durante tres meses al final del rodaje porque no veíamos la misma película. Y se podría decir que es un tópico, pero El último arrebato se ha hecho a sí misma. Ha ido buscando lo que necesitaba y lo que quería.

P: Eso es algo bonito de este tipo de producciones.
MM: Sí, sobre todo el no tener una mente tan cerrada como para llegar con una concepción previa demasiado rígida.
ELL: Y luego hay algo bonito en que un guionista, alguien que normalmente tiene muy claro desde el principio el control total sobre los personajes, los diálogos, la trama, y un productor que nunca deja nada al azar, se embarquen en algo cuyo devenir no sabíamos muy bien cuál iba a ser, ni qué le iba a suceder. La aventura nos parecía más estimulante.
MM: Y estaban ahí un poco esas dos naturalezas en constante tensión. Por un lado, mi naturaleza periodística, que me hacía pensar: “Joder, es que estas cosas se cuentan, es información súper fundamental”. Pero luego decía: “Vale, pero la película también es una película visceral, que rima con el propio Arrebato”. Y era como un tira y afloja: cuánto ponemos de esto, cuánto ponemos de lo otro…
ELL: Y ahí reconozco que la película es tan bonita porque los que la hacemos somos pocos y todos hemos participado creativa y activamente.
MM: Nosotros también íbamos a la Filmoteca, y yo me iba apuntando, de tantas veces que veía Arrebato, momentos de los Super-8 que me recordasen algo. Para decir: “Vale, estos segundos los vamos a utilizar tal cual”. Y ha sido un proceso bastante caótico. En el rodaje de Arrebato empezaron siendo un grupo grande y poco a poco se fueron quedando menos personas. Y aquí igual. En la última secuencia, al final, éramos tres o cuatro personas.
P: ¿Pensáis que El último Arrebato puede ayudar a revelar al verdadero Iván Zulueta, o más bien preservarlo como un enigma?
ELL: Me parece una pregunta muy interesante. Porque hoy en día pensar que las cosas se conocen porque sí, porque hay un enunciado, un titular o algo que lo simplifique. Es algo que considero cada vez más absurdo. Lo bueno que tiene Arrebato es que es una película enigmática per se, y por mucho que la veas, va mutando. Es diferente cada vez que la ves, con cada año que pasa y en cada momento vital.
Creo que la personalidad de Iván es muy difícil de clasificar, como la de cualquier persona. Si no nos conocemos ni a nosotros mismos… Entonces, a mí sí me gustaría que El último arrebato siguiera en esa línea picaresca y que se contemplara como una especie de pieza cómplice, que pudiera convivir con el Arrebato original.

P: ¿Qué aprendisteis uno del otro durante el rodaje?
ELL: Pues que nos gusta mucho trabajar juntos, sí. Y que tener una sola dimensión empobrece las películas; abrirlas a otras miradas las enriquece. Yo he aprendido muchas cosas de Marta en el proceso, cosas que jamás habría hecho por mí mismo. De entrada, la película no la habría hecho sin ella, y desde luego no la habría terminado sin ella.
MM: Enrique es una persona muy optimista, ¿sabes? En el sentido de que cuando él dice “esto se va a hacer”, se va a hacer. Yo, sin embargo, soy más propensa al desaliento; me cuesta más. En algunos momentos de flaqueza pensaba: “No puedo más”. Y era Enrique quien tiraba del carro. Y luego, mira, también he aprendido de mí misma que, de vez en cuando, puedo ponerme firme, y eso está bien.
ELL: Hay algo que se traduce en las imágenes: muchas veces ves a tres hombres intentando que una directora no haga la película que quiere hacer. Y eso también se ve en la película, eso trasciende. No está escrito, pero está ahí, claro. Sí, sí.
P: Para terminar, ¿qué pensáis que diría Iván sobre vuestro trabajo?
ELL: No lo sé, y no me atrevo a contestarte. Lo que sí te digo es que el otro día apareció, por sorpresa, el productor original de Arrebato, Nicolás Astiarraga. Con ochenta y tantos años, conduciendo de noche desde León, solo para asistir a un pase en la Seminci de Valladolid. Nos impresionó su entusiasmo. Para nosotros era un misterio saber qué iba a pensar de nosotros y de lo que habíamos perpetrado sobre su película. Cuando llegó el momento del coloquio, cogí el micro y dije: “Nicolás, estás entre nosotros. Dinos qué opinas”. Y la verdad es que fue una maravilla escucharlo.
Hoy viene mucha familia Astiarraga, que vive en Sevilla. Entre ellos, el sobrino de Nicolás, Daniel, uno de los productores de Golpes de Rafael Cobos. Y va a estar toda la familia. Para nosotros es muy importante, porque son gente que estuvo muy cerca de la película de Zulueta. Y eso impone, claro.
De todos modos, hay algo que juega a nuestro favor: esta es una película de fans. Marta y yo somos dos fans, nos encanta el cine y somos fans absolutos de Arrebato. Y creemos que hay muchas películas, no solo Arrebato, que merecen una película que las celebre, que las homenajee y que permita que existan, que se sigan viendo por las generaciones futuras.
En Sevilla tenéis dos de mis películas favoritas de todos los tiempos, hechas por Gonzalo García-Pelayo: Vivir en Sevilla y Corridas de alegría. Son películas extraordinarias que viven en el mismo tiempo y espíritu que Arrebato. Y tú has dicho una palabra que los andaluces y, sobre todo, los sevillanos usáis muy bien: underground. Ese concepto describe muy bien todo aquello que está fuera de lo convencional. Y aquí, en Andalucía, esa pulsión es muy fuerte, culturalmente potentísima, y muchas veces no se entiende fuera de España.


