Chantal Akerman es posiblemente la directora, pongo especial énfasis en el género de la palabra, más importante de la historia del cine. Su obra ha influenciado a una parte importante del cine europeo de estas últimas decadas (por poner un ejemplo, a los cines de Béla Tarr o Michael Haneke), pero a pesar de eso es una autora generalmente desconocida, o por lo menos menos conocida que los nombres anteriormente mencionados como deudores de sus películas. Es por ello que es importante hablar de Chantal Akerman y también, para salir del tópico, en este artículo lo voy a hacer a través de una obra que no está entre las más renombradas de su carrera, donde destaca notablemente esa obra maestra llamada Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles, pero que sí, bajo mi punto de vista, está claramente entre sus más excelentes: Portrait d’une jeune fille de la fin des anées 60 à Bruxelles.
Esta breve película, de 60 minutos de duración, está enmarcada en un programa francés de televisión Tout les garçons et les filles de leur âge que invitó a varios directores de relevancia a realizar películas para mostrar su infancia y la música que fue relevante para ellos. Es en este contexto donde Chantal Akerman concentró su estilo de largos silencios, miradas que hablan más que mil palabras y planos sostenidos en una película breve, fugaz y febril como la misma época vital que retrata la directora belga. A lo largo del metraje de la obra Akerman introduce varios planos (en momentos clave) que tienen una duración claramente superior (uno o dos minutos más que los demás) a la gran mayoría de planos restantes que componen la película. Con esto la directora consigue por un lado (en la función más obvia de este recurso) enfatizar el momento dramático que viven los personajes (ya sea con el baile entre la protagonista y el chico que la acompaña por las calles de Bruselas o cuando la protagonista se da cuenta de que tal vez le atrae su mejor amiga, por poner dos ejemplos) y por el otro, el más interesante bajo mi punto de vista, remarcar el tratamiento que tiene el tiempo cinematográfico en esta película en particular y en todo su cine en general.
El tiempo, como he apuntado brevemente antes, tiene una importancia capital en esta película, igualmente que en toda la filmografía de Akerman. La directora identifica como un rasgo característico de la edad que tiene que retratar la fugacidad de lo vivido. Por eso, y aprovechando el breve formato televisivo, procura concentrar toda la emoción en unos pocos momentos que definirán la vida de la protagonista para siempre. Así, esto lo articula a través del recurso anteriormente mencionado de sostener algunos planos muy específicos dentro de un contexto de una película rápida y juvenil, consiguiendo que el espectador comprenda así lo trascendente de aquello que se le está mostrando.
Chantal Akerman es una directora que hay que reivindicar por muchas razones y esta película es una de ellas, por eso os animo (a todos aquellos que estéis por Madrid) a que os acerquéis a la retrospectiva integral que realizan conjuntamente la Filmoteca española y el Museo Reina Sofía durante este mes de noviembre y diciembre.