El final perfecto, o el temblor de mano del guionista

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Hay veces que la mano de un guionista tiembla de puro pavor. Este guionista ha oído las crucifixiones que castigan a otros de su gremio. Ha escuchado demasiadas veces el silbar de la guillotina sobre la cabeza de su compañero y el tronar de las odiosas gradas. Este guionista lleva años, tal vez demasiados, escribiendo con pulso firme y frente seca, pero ahora, tiembla de puro pavor. ¿Qué tiene que hacer una serie para convencernos con su final? ¿Cuántos finales de serie conocéis que hayan levantado con unanimidad aplausos, o al menos, dejado a la totalidad de los fans tranquilos y apartados de los inquisitoriales foros de Internet? ¿Existe el final perfecto,  o bien será una utopía, una ilusión, mientras los espectadores continuemos siendo  unos  caprichosos demandantes de lo imposible?

Pensar en un buen final, crear un buen postre para cerrar un menú para millones de comensales, debe ser un auténtico quebradero de cabeza en muchas de las mesas de guionistas de las series actuales. La presión es  proporcional a las expectativas, y equivalente a la de un piloto de X-Wing que trata de volar la Estrella de la Muerte. Y aquí no hay opción de usar la Fuerza. Aquí hay fans, productores y Twitter. Peores que cualquier crucero imperial. Los encargados de llevar una serie a buen puerto pertenecen a una profesión de alto riesgo e ingrata, que los deja como villanos, rara vez héroes, en más de una ocasión.

Y es que hay finales que se lo juegan todo a una carta. Finales que pretenden ser la pieza final y clave de una historia que ha engordado más de la cuenta. Porque una serie puede volar, tiene que saber volar, pero debe saber también cómo planear. ¡Cómo ardió Internet cuando Lost llegó a su fin! ¡Cómo temblaron las redes sociales cuando Cómo conocí a vuestra madre cerró el telón! ¡Cómo explotará el mundo cuando Juego de Tronos desvele su última carta!

También es cierto que hay finales más y menos ambiciosos. Entre los que más aspiran a ocupar un podio seriéfilo, y los que por ello, más cerca vuelan del sol, destacan los ya mencionados cierres de Lost  y Cómo conocí a vuestra madre, pero les sumaremos dos de mis favoritos, dos que fueron tan ambiciosos como certeros:  Los Soprano y Mad Men. El primero; valiente, el segundo; revelador. Dos finales que hicieron gala de aquella frase en latín de fortuna audaces iuvat (la fortuna es de los valientes). Porque la mirada de Tony Soprano o la media sonrisa de Don Draper fueron valientes, y dijeron mucho. Fueron finales que pintaron un retrato final de sus protagonistas y de su mundo interior, y, aunque piquen, lo consiguieron. Porque hay una diferencia significante entre las series que se despiden de nosotros, y aquellas que se despiden de su propio mundo.

Hay series que no quieren polémica. Series que no quieren prender debates en las sobremesa de casa. Series que quieren una sonrisa, un happy ending, o un gesto de aprobación unánime cuando aparecen los créditos finales por última vez. Ahí está el final de Friends, por mencionar a otra comedia, que es  sin fisuras, pulcro, nada ambicioso, emocionante, ideado para el homenaje y a la vez memorable. No arriesgó porque no lo necesitaba. O el final de Breaking Bad, cuando Walter White nos dijo adiós con ese mítico ‘My Baby Blue’ de Badfinger. Si bien se oyeron algunas voces de comensales exigentes que, aún con la barriga llena y el cinturón desabrochado querían comer más, acabó optando por un cierre seguro y no por ello de menor calidad.

Lo que sí que parece claro, es que cada vez hay más expectación para un final de serie. Teorías, discusiones, apuestas…todo un entramado de pretenciosa verborrea seriéfila que sólo provocan que se llenen aún más de sudor las frentes de los guionistas. Así pues, señores de la televisión;  no traten de dar con la tecla salvadora, porque no existe. Dominen su pulso a la hora de escribir la última página del abultado guión. Pónganse, si es necesario, tapones en los oídos. Habrá sangre sea quien sea quien acabe en el Trono de Hierro, y rodarán cabezas sea cual sea el destino final de Frank Underwood, al igual que rodaron cuando vimos por última vez a Tony Soprano o a Don Draper. Así pues, respiren tranquilos, porque desde que vuestra serie comenzó a ser popular estuvisteis condenados.