Titulo original: El 47
Año: 2024
País: España
Director: Marcel Barrena
Guion: Marcel Barrena y Alberto Marini
Fotografía: Isaac Vila
Música: Arnau Ballater
Montaje: Nacho Ruiz Capillas
Reparto: Eduard Fernández, Clara Segura, Salva Reina, Zoe Bonafonte, David Verdaguer, Carlos Cuevas, Óscar de la Fuente, Aimar Vega, Betsy Túnez…
Compañías: Mediapro Studios, TV3, Telson, RTVE Distribuidora: A Contracorriente Films
Género: Drama Social, Hechos reales, Biográfico, Años 70
Que bonita se siente la espera del día de estrenos. Y, este viernes 5 de agosto se estrena El 47, dirigido por Marcel Barrena (Mediterráneo, 2021), escrito por él junto a Alberto Marini, con un reparto liderado por Eduard Fernández (Los Renglones Torcidos de Dios, 2022; 30 Monedas, 2020 y Perfectos Desconocidos, 2017) y Clara Segura (Casa en Llamas, 2024 y Creatura, 2023), con secundarios como Salva Reina, Zoe Bonafonte, David Verdaguer, Carlos Cuevas, Óscar de la Fuente, Aimar Vega…
Digo que es una espera bonita porque películas como El 47 no se estrenan todos los días, y se tiene en cuenta una competitividad comercial como es, en este caso, la última de Burton hasta la fecha, Bitelchús Bitelchús. Es decir, El 47 es un estreno valiente —cómo el pasado de Torre Baró— y se merece el mismo cariño que la secuela del clásico blockbuster de uno de mis directores favoritos. Porque esta historia es nuestra, de este país, de Barcelona, y de Torre Baró, un barrio que fue creado en los años de la posguerra desde cero con los callos de las manos de ciudadanos españoles sin recursos, provenientes de otras ciudades españolas, sobre todo. Y esta es la historia real de Manolo Vital, un conductor de autobús que desde los inicios de ese chabolismo totalmente marginado en Torre Baró, decidiría en 1978 (el año de la Constitución) secuestrar la línea 47 de la TMB, la que él conducía, para demostrar al gobierno que aquel barrio detrás de las montañas, con senderos «insuperables» por los que conducir, era uno más de la ciudad y merecía una línea de autobús para llevar a los vecinos de ese extrarradio a la ciudad de la que tan lejos se encontraban andando.
Por lo tanto, en lo que parece su mejor película hasta el momento, Barrena la empieza en 1958, cuando, especialmente, sureños de España se encuentran migrando en Barcelona, y una noche debían construir con sus propias manos chabolas para refugiarse y sobrevivir a ese frío y esa lluvia tan demoledora, pero según la ley tenían que estar techadas antes del amanecer, de lo contrario la misma Guardia Civil las destruiría sin piedad.
Es un prólogo sorprendente y positivamente apabullante, que muestra la estremecedora crudeza de la situación con una presentación de espacios y personajes conmovedores, aunque en el avance de la cinta, los secundarios, acaben carentes de prioridad por mucho que los actores sean totalmente capaces de defenderlos (puede aislar en cierta manera —no muy exagerada quizá— el reiterado valor de fidelidad al barrio que se trata en la película). Incluso la hija, cuyo protagonismo queda disuelto del interés protagónico y podría haber plasmado un inmenso simbolismo juvenil setentero; se come la pantalla hasta hacerme llorar al cantar Gallo rojo, gallo negro de Chico Sánchez Ferlosio.
Y 20 años después, todo ha mejorado, claro, las casas ya no son tan chabolas, parecen vivir felices pero no tanto, pues existe diariamente la arraigada preocupación e indignación de los vecinos cuando el agua y la electricidad desaparecen día sí, día no, y los viajes al trabajo y al colegio degradan cotidianamente a los vecinos. No obstante, es Vital, este héroe de barrio, quien incluso con problemas en la empresa de su trabajo va constantemente a reclamar los clásicos derechos que todo vecino merece, y más las personas cuyas vidas han puesto en juego en un régimen injusto y angustioso para luchar por los derechos sociales de los que hoy en día nos beneficiamos y muchos no sabemos valorar.
Contiene una fotografía nostálgica y conmovedora (para algunos quizá queda como una pincelada superficialmente sentimental, y es totalmente comprensible) que retrata una época con tanta trascendencia como el magnetismo que destilan los mismísimos Vital y Fernández: entre ellos anida la dignidad; la naturaleza humana; un bilingüismo entre el castellano y el catalán que transmiten pura ternura y profundo amor (Manolo aprendió catalán por su mujer) y un excelente trabajo interpretativo, lingüístico (Eduard es catalán y Manolo no, pero sí extremeño y Eduard no) y característico por parte del actor que posiblemente sea (casi) premiado. Y más de lo mismo con una Clara Segura en racha: conquista la pantalla incluso con un personaje limitado (las lagrimas y la angustia que comparte con Betsy Túrnez en el incendio me causan tanto dolor…) y un Carlos Cuevas siempre bienvenido homenajeando a ese joven Pasqual Maragall.
Finalmente, El 47 consigue satisfacer en su mayoría, si bien hay ciertos detalles ya dichos que afectan a un guion convincente, quizá ¿previsible?; se podría haber tratado un poco más el contexto del 78 y no haberlo dejado tan insustancial, por ejemplo. Pero, su apacible y esperanzador camino y su claro y sincero mensaje no deja indiferente a nadie, ya que es una feel-good movie con cine de denuncia eufórico, fuerte y honesto con una rabia con buenas intenciones que recuerda a Ken Loach. Que no miente y va de cara. Reivindica la lucha obrera y vecinal para una transformación a un mundo mejor.