Con el estreno de Star Wars: El ascenso de Skywalker la saga galáctica llega a uno de sus momentos más importantes de su historia. No solo se pone punto y final (de momento) a una historia de nueve películas y cuarenta años de cine, sino que cierra toda una estrategia de resurrección, desarrollo y evolución planteada desde Disney. Una tarea hercúlea que, a pesar de su epicidad y sus piruetas, ha contado con desequilibrios y gazapos, y que tras el estreno del Episodio IX se enfrenta a su mayor desafío: reinventar Star Wars.
Star Wars, como historia, como marca, arrastra y adolece desde 1980 – con el estreno de El Imperio contraataca – de un vicio: la autorreferencia. Y esto es inevitable. Una vez calas de la manera que Star Wars lo hace en el público, ¿por qué desaprovecharlo? Al César lo que es del César. Esta autorreferencia, (o “poesía” según George Lucas), entendida como la readaptación de narrativas familiares – y que alcanzó su punto álgido con El despertar de la Fuerza – está en jaque ahora.
Tras El ascenso de Skywalker la marca Star Wars tiene un camino prefijado, pero de corto recorrido. Lo que viene después no aún está escrito. O mejor dicho: estaba escrito, pero se ha desmoronado más de una vez. Los planes más inmediatos esbozados por Disney y Lucasfilm pasan por “rellenar” los huecos dejados por los episodios de la saga Skywalker; esos espacios en blanco entre películas que tanto se han explotado durante años en novelas, videojuegos y series.
De momento, esta estrategia tiene todas las de ganar: The Mandalorian –situada entre El retorno del Jedi y El despertar de la Fuerza – es ya todo un fenómeno y se habla de que es una de las mejores historias con el sello de Star Wars en décadas. Siguiendo esta estela, la por fin confirmada serie basada en Obi Wan con Ewan McGregor al frente (con estreno en 2021) huele ya de maravilla aún sin haber salido del horno. Con poco ruido y menos nueces, pero con mismo rumbo, surcará también la precuela de Rogue One centrada en el personaje de Cassian Andor (Diego Luna). Dicho esto, lo que vendrá a continuación son todo incógnitas, y por ello, retos.
El ambicioso nacimiento de la plataforma Disney+ apunta a que el futuro de la saga galáctica pasará sí o sí por la “pequeña” pantalla. Pero, ¿y el cine? Porque, aunque con estos proyectos televisivos la franquicia se ha provisto de víveres para mantener el acelerado pulso de Star Wars a buen ritmo, no es secreto alguno que Lucasfilm y su presidenta, Kathleen Kennedy, han tenido serios problemas a la hora de definir un calendario sólido para próximas películas de la saga.
A pesar de que la nueva etapa de Star Wars con Disney hizo llover oro en la casa del ratón Mickey con el estreno de El despertar de la Fuerza (2015), rápidamente todo se torció, y no ha dejado de torcerse desde entonces. Desde las numerosas correcciones (los conocidos como reshoots) al trabajo de Gareth Edwards en Rogue One (2016), hasta el despido de Phil Lord y Chris Miller al frente de Solo (2018) y el precipitado rescate de Ron Howard con medio filme ya grabado. Sin olvidarnos de que J.J Abrams también acudió a salvar El ascenso de Skywalker tras el despido por «diferencias creativas» de Colin Trevorrow.
Estos vaivenes, que podrían ser naturales en proyectos de tales dimensiones, cobran especial interés (y preocupación) en lo que vendrá después de El ascenso de Skywalker. Porque quien calla otorga, y el silencio que existe aún acerca de la futurible trilogía de Rian Johnson, la falta de detalles del proyecto de Kevin Feige (hombre fuerte de Marvel) y la doble espantada de David Benioff y D.B. Weiss (creadores de la serie Juego de Tronos) por sus compromisos millonarios con Netflix hacen levantar alguna que otra sospecha.
Esta situación de goteo continuo ha obligado a Disney a achicar agua. Si tienes a más directores en tu historial que han abandonado que directores que se han quedado, hay un problema. De ahí el reto tras el estreno de El ascenso de Skywalker. Porque desde Lucasfilm quieren que este noveno episodio sea el fin de una era y la puerta a otra nueva. El problema es que esta nueva era está aún en bocetos, y el tiempo apremia.
Pero esto no son malas noticias. Porque cuando se tiene un dibujo en boceto aún caben correcciones, y mucho espacio por rellenar. El fin de la saga Skywalker supone a su vez una oportunidad magnífica para explorar toda a una galaxia de historias frescas y nuevos personajes, lejos de esa autorreferenciación. Si bien, como se ha dicho antes, la serie de Obi Wan tiene todas las de ganar, y la Cassian Andor (Diego Luna) puede explorar mucho de un personaje con bastantes claroscuros, siguen siendo historias conocidas, constreñidas y orbitando aún alrededor del eje de Skywalker.
Mientras los Kathleen Kennedy, Kevin Feige y Rian Johnson (quien, ojo, ha mostrado interés por dirigir un episodio de The Mandalorian) se ponen de acuerdo, la televisión viene al rescate. Y esta es casi la única certeza que tenemos para los próximos años. Este impase podría aprovecharse para dar el paso hacia a ese «let the past die», hacer de tripas corazón, y ante una crisis de certidumbre y nombres, apostar por nuevas historias que expandan, y no achiquen, esa galaxia muy muy lejana.