Título original: The Death of Stalin
Año: 2017
Duración: 106 min
País: Reino Unido
Dirección: Armando Iannucci
Guion: Armando Iannucci, David Schneider, Ian Martin, Peter Fellows (Cómic: Fabien Nury)
Música: Christopher Willis
Fotografía: Zac Nicholson
Reparto: Steve Buscemi, Olga Kurylenko, Andrea Riseborough, Jason Isaacs, Paddy Considine, Jeffrey Tambor, Michael Palin, Rupert Friend, Simon Russell Beale, Paul Whitehouse, Dermot Crowley
Productora: Quad Productions / Main Journey / Free Range Films
Género: Comedia
Ficha en Sensacine
La muerte de Stalin dio paso a una nueva etapa en la Unión Soviética, caracterizada por una sucesión de líderes no tan longevos en el puesto como el mandamás de la potencia comunista en la Segunda Guerra Mundial. La nueva película de Armando Iannucci (el creador de Veep o el director de In the Loop, entre otras) navega en esas horas posteriores a la defunción del secretario general del Comité Central del Partido Comunista.
Una lucha de poder y de contendientes para suceder al rey en el trono que se sirve del caos, el protocolo, cierta anarquía y unos buenos personajes para dibujar una conspiración cómica muy degustable. Con algunos momentos brillantes, La muerte de Stalin tiene el ritmo y el interés suficiente para atraparte, aunque sus gags se suceden en una montaña rusa que no encuentra uniformidad. Así pasamos de lo hilarante a lo manido, o de lo manido a lo intrascendente para acabar de vuelta en lo hilarante. Islitas de verdadero ingenio en un mar calmado que se deja fotografiar.
Pero principalmente, esta película es una batalla entre dos personajes que trasciende hasta casi serlo de dos actores por ver cuál es el que borda a más alto nivel su papel. Steve Buscemi como Nikita Khrushchev y Simon Russell Beale en la piel de Lavrenti Beria despuntan en un reparto coral muy acertado, quizás también llevados en hombros por lo bien escrito de los dos personajes y el conflicto central: ¿quién dirigirá ahora toda la pesca?
Una película que juega siempre a la hipérbole y a la caricatura para sacar una sonrisa y que encuentra en ciertos momentos la complicidad del espectador a base de restarle toda la importancia al asunto. Una trivialización que queda muy clara desde el principio, al servicio de una sátira que no deja títere sin cabeza.
Lo mejor: El duelo interpretativo entre Steve Buscemi y Simon Russell Beale.
Lo peor: Aunque la película es entretenida, solo algunos gags están a un nivel de altura.
Nota: 6/10