Si hay una película que ha generado conversación en redes sociales y más allá de ellas en los últimos tiempos, esa es Blonde, la última película de Andrew Dominik en la que Ana de Armas da vida a la legendaria Marilyn Monroe.
La aproximación a mitos de la talla de ese personaje mediático creado por Norma Jeane Baker es siempre arriesgada y suele provocar división de opiniones, pero en el caso de la adaptación a la gran pantalla de la obra de Joyce Carol Oates todo parece haberse salido de madre. El clásico ‘o la amas o la destestas’ se ha tornado en un funesto debate entre el «amar» y el «denunciar».
Lejos de críticas meramente cinematográficas (en el sentido más técnico de la palabra), la cinta de Dominik ha sido acusada de ser misógina, cosificadora en relación a la figura de Monroe, pornográfica en cuanto a los sentimientos y traumas de la intérprete e incluso denigrante con respecto a los derechos fundamentales de la leyenda californiana. Hay gente que incluso ha llegado a decir que es una película que no se debería haber hecho ya que es algo que Marilyn no habría querido que saliese a la luz, opinión realmente preocupante, ya que si a partir de ahora se debería pedir permiso a x gente para contar x historia estaríamos a una situación de lo más delirante.
¿Qué hay detrás de estas acusaciones tan duras con un producto artístico como Blonde distribuido por un trasatlántico mediático al que no le interesan todas las etiquetas anteriormente citadas como Netflix? Está claro que no estamos ante una película clásica que busca mostrar de forma edulcorada la historia de un personaje ilustre, pero sí considero que estamos ante una maravillosa historia en la que se representan de forma ficcionada los traumas y desgracias que tuvo que afrontar una figura como la de Marilyn durante su aciaga existencia. La cinta es dura, si, pero decir que es injusta con Monroe o que reduce toda su grandeza a sus atributos físicos es incorrecto.
Blonde muestra a una mujer mucho más culta y sensible de lo que el Hollywood de la época quiso transmitir y cuyas parejas nunca estuvieron a la altura de la persona que tuvieron al lado. Es cierto que por el camino, y aviso que van spoilers, Dominik tropieza en algunos excesos como los planos de los bebés que Marilyn acaba abortando, pero es algo fruto de los riesgos que toma un realizador total en una cinta de casi tres horas en la que obviamente hay lugar para aciertos mayúsculos y para errores de casi el mismo calibre.
Denme siempre realizadores que arriesguen, que se tiren a la piscina, antes que directores y directoras con miedo al ‘¿qué dirán?’ y más preocupados de ajustarse a la corrección política que de ir acorde a su visión y a la de la historia que buscan adaptar. Realmente sería dañino que debates y conversaciones como las que ha creado Blonde comenzasen a crear un nuevo paradigma en la que una nueva censura digital y correccionadora acabe haciendo del cine un arte plano, lineal y que no se salga del tiesto.