Cómo ‘Baby Driver’ me devolvió la esperanza en el cine (II)

[Este artículo constituye la segunda parte de Cómo ‘Baby Driver’ me devolvió la esperanza en el cine (I).]

El CGI es como el alcohol. No necesariamente debe ser perjudicial, pero si te bebes una botella de tequila tú solo desde luego lo será. Edgar Wright, escritor y director de Baby Driver, toma un chupito solo. Es un uso responsable de la botella. No percibimos igual una escena en la que un coche estalla o derrapa de verdad a una en la que la acción es reconstruida por un ordenador.

¿No hay un encanto perdido en recrear con efectos especiales prácticos que un vehículo caiga desde un edificio de doce plantas para luego estallar? Es más barato producirlo a través de una pantalla pero si se produjera a tiempo real… ¿No admirarías que hubo todo un equipo de special effects detrás y que de verdad esa luna del Subaru ha salido disparada al reventar el chasis contra el asfalto? Yo opino que sí, y de hecho, que tú lo disfrutas aún más así. Obviamente no toda una película puede estar sostenida sin ningún efecto informático pues el presupuesto se dispararía. Por ejemplo, ciertas transiciones y frames esporádicos es mejor presentarlos por CGI (en la primera persecución, el momento de los tres coches rojos alineados está recreado informáticamente).

Negar los avances tecnológicos en la industria cinematográfica es un atraso. Convertir el cine en una secuencia de cinemáticas de videojuego, también.

¿Croma? ¡No! Aquí se rueda como en los setenta: coche habilitado con equipo de imagen y sonido y actrices y actores jugándose la vida.

 

Akira Kurosawa sentenció: «Considero el cine como una concentración de artes. El cine es un trabajo complejo que reúne elementos de la pintura y la literatura. Uno no puede hablar de cine sin hablar de literatura, de teatro, de pintura y de música. Muchas artes se convierten en una sola. Pese a todo, una película es una película.»

El concepto de cine como arte de todas las artes se ha desvanecido en el tiempo. Ya no penetra en nosotros la sensación de sentarnos en una sala y que proyecten una auténtica ópera clásica: tragedia, comedia, actuaciones desgarradoras, música imperando la escena y… la emoción del espectador. ¿Ha desaparecido ese sentimiento de estar descubriendo la película frame a frame? ¿De no preveer ningún movimiento de la partida de ajedrez? Con Baby Driver me abordaba la desesperación y excitación a partes iguales. Además, sentía que había vida más allá de la pantalla. No era una película, no era un reparto interpretando unos papeles. Palpas realidad en el ambiente. Y eso lectores… eso genera empatía. Provoca que me interesen los problemas y el caudal de la historia aunque sea ficción. Durante dos horas estoy en Atlanta y conduzco un vehículo escapando a toda velocidad tras atracar un banco. Durante dos horas me enamoro de la camarera del restaurante al que voy a desayunar. Durante dos horas quiero tomar venganza por la muerte de mi amante, sin importar las consecuencias.

Jamie Foxx, otra pieza imprenscindible de la cinta. El actor y cantante borda su cometido y nos regala una de las mejores interpretaciones de su carrera. Extensible al resto de la foto (Ansel Elgort, Eiza González y Jon Hamm).

Entendemos epicidad por un héroe americano vulgar y corriente disparando un misil Stinger contra un edificio. Exclamamos: «¡Qué épico!» y nos quedamos tan a gusto. Es un término malinterpretado. La epicidad reside en la heroicidad, la valentía, el coraje, el valor, la fuerza y la determinación. Obi-Wan levantando su sable láser y dejando que Darth Vader lo asesine para hacerse más poderoso aún con la Fuerza es algo épico. Baby impidiendo que Deborah acelere y dejándose detener para no inculparla a ella es algo épico. Que Toretto salte de un avión en un coche con paracaídas no. Eso sería asombroso, espectacular, alucinante, pero no hay una migaja de valores heroicos en ello. Cuando lo visual supera constantemente a lo narrativo, ahí peca la industria. Pecamos nosotros como demanda.

Y como no quisiera extenderme demasiado, comparto una reflexión final. Lo primero, que esta duología Cómo ‘Baby Driver’ me devolvió la esperanza en el cine es una opinión personal totalmente aceptable o rebatible. No constituye el punto de vista del equipo de 35 Milímetros, solamente la de su autor. Lo segundo, que lejos de ser una crítica o una carta de repulsa hacia la industria del cine actual, es una oda al espíritu de este arte. Emocionar, tensar, enamorar, empatizar e incluso decepcionar son solo algunas de las muchas facetas del celuloide. Baby Driver es solo una excusa comparativa para provocar una reflexión en ti, lectora o lector. En indagar más en las cintas de otras épocas, naciones e ideologías. Nútrete de ellas, selecciona tus favoritas, estúdialas, ámalas. Comer comida basura apetece muchísimo en ocasiones y debemos atender a ese deseo cuando sea conveniente. Pero estoy seguro de que no te alimentas exclusivamente de hamburguesas, perritos calientes, papas fritas o refrescos. ¿Cuidas tu metabolismo, verdad? Cuidemos nuestro cine también. Es nuestro refugio para cuando todo lo demás falla. Para cuando la realidad, desgraciadamente, supera a la ficción.