No cabe duda de que el (séptimo) arte puede ser una inversión muy lucrativa. Para el cine, el mundo del arte y en particular la pintura es toda una fuente de inspiración. Ya sea por tratarse de una rentable inversión económica o por aparente interés filantrópico, son muchos los personajes fílmicos que se ven envueltos en tramas variopintas sobre esta preciada forma de actividad humana.
Y como cabría pensar, es un interés no sólo reservado a grandes fortunas y personas con alto poder adquisitivo, también delincuentes de diverso pelaje o avispados oportunistas persiguen el lucro de poseer una obra de arte.
Por ese motivo es recurrente el hecho de encontrarnos con entretenidas tramas con robos y artimañas en casas de subasta, mansiones y museos.
- Un buen activo para invertir
El motivo no es otro que el indudable valor del arte como inversión económica. Generalmente asociado a la idea de ser junto con otros valores como los inmobiliarios o metales preciosos como el oro, un activo interesante para diversificar la cartera de inversiones. También en momentos de crisis, muchas inversiones económicas se trasladan desde los circuitos financieros a otros valores refugio como son los mencionados del oro, los inmuebles devaluados y el propio mercado del arte.
Este mercado del arte posee altos volúmenes de negocio, por lo que permite rentabilizar inversiones a veces en plazos cortos y con retornos más elevados que otras más convencionales.
El arte posee un componente de sofisticación, elegancia y exclusividad que atrae a las grandes fortunas, coleccionistas y amantes del arte. Y cómo no también a ‘yuppies’ como Gordon Gekko, que como vimos aprecian este tipo de activos por la gran rentabilidad que (en ocasiones) puede generar. En este caso, en una enésima demostración de sabiduría inversora de Michael Douglas ante Charlie Sheen en Wall Street (Oliver Stone, 1987). Le asegura haber multiplicado por diez el valor de la obra en apenas una década…
Sin embargo, Gordon Gekko no es precisamente un filántropo. Sin duda invierte en arte ya que le permite disfrutar de exenciones fiscales como en el impuesto de sucesiones y donaciones (ISD). O tal vez utilizar alguna fundación con la que desarrollar acciones de RSC (responsabilidad social corporativa) por mecenazgo, y de ese modo mejorar la rentabilidad financiero-fiscal de su patrimonio. Además de mostrarse en sociedad como un mecenas florentino de la época renacentista.
- Sugerente (para delincuentes) por su liquidez
Otro tipo de personajes como narcotraficantes y mafiosos se precian también de invertir en arte, aunque sea para poder blanquear dinero procedente de sus actividades ilegales en la economía sumergida.
Evidentemente las obras de arte se prestan a un interés desmedido por delincuentes y mafiosos por la particularidad de estos activos: son tangibles (físicos), fácilmente manipulables y transportables. Tienen tanto un mercado negro como oficial bastante líquido. En una de esas tramas, Mark Wahlberg se topa con un valiosísimo Pollock en Contraband (Baltasar Kormárkur, 2012) que transporta de un lugar a otro sin más problemas que las típicas persecuciones y múltiples tiroteos de las películas de acción.
Es lo que le ocurre a John Travolta en El falsificador (Philip Martin, 2014). Dadas sus habilidades como pintor y su precisión para reproducir obras de arte falsificadas, también se ve envuelto en una trama delictiva de las que ya creía haber pasado página. Travolta por su precisión con el pincel es como una máquina de imprimir billetes.
James McAvoy por su parte, como trabajador en una importante firma de subastas sufre un robo en el que acaba siendo parte crucial en Trance (Danny Boyle, 2013). Vincent Cassel y Rosario Dawson harán todo lo posible por extraerle la información que necesitan para localizar la obra de arte, por las duras o las maduras.
- Por amor al arte…y al dinero
Una imagen más amable es la del coleccionista y filántropo, representada normalmente como una persona distinguida, culta y comprometida socialmente. Es el caso de Pierce Brosnan en El secreto de Thomas Crown (John McTiernan, 1999) que encandila precisamente a René Russo por ese motivo. Por su sensibilidad hacia el arte, además tratarse de un atractivo y elegante hombre de negocios.
Geoffrey Rush en La mejor oferta (Guisepppe Tornatore, 2013) es otro de esos filántropos enamorados de la expresión artística. Atesora con recelo y casi con fetichismo enfermizo múltiples objetos artísticos. Hay mucho componente psicológico en lo relacionado con el arte. Invierte en retratos de mujeres, dada su particular relación de amor-odio hacia ellas. Muy similar al argumento que encontramos en Mi mejor amigo (Patrice Laconte, 2006) donde Daniel Auteuil es otro marchante de arte bastante asocial que termina por encontrar una razón interesada por la que entablar amistad con Dany Boon: preservar su inversión en un preciado jarrón antiquísimo y de muy alto valor.
Además de experto en arte, Geoffrey Rush es un agente de subastas que participa en múltiples de ellas en las que vemos el elevado precio que pueden alcanzar las obras artísticas, pudiendo convertirse en un negocio muy lucrativo. Todo un clásico del cine: las pujas exorbitantes en las que un descuido o un engaño puede costarte o bien una fortuna, o por otro lado perder el tan ansiado artículo por el que se compite.
Para Colin Firth, un asesor de arte resentido con su multimillonario jefe (Alan Rickman) es primordial conseguir estafarle y darle un escarmiento por todos los desaires y desagravios que éste le causa. En la película de Un plan perfecto (Gambit) (Michael Hoffman, 2012), Colin Firth se compincha con Cameron Díaz para engañar a este malvado jefe, que por otro lado está obsesionado con Monet y en particular con una obra que le es difícil de localizar y de adquirir. Un claro ejemplo de coleccionismo similar al de Geoffrey Rush, una pura obsesión.
- Pero, ¿qué hace que tenga tanto valor económico una obra de arte?
Conviene distinguir entre valor y precio. El valor es la satisfacción que le aporta al coleccionista o inversor el poseer el objeto artístico en cuestión, porque lo considera único, exclusivo y excepcional. O bien porque cree que tiene muchas posibilidades de generar rendimientos futuros. Por ese motivo cuando acude a una subasta como las organizadas por Geoffrey Rush en La mejor oferta, podría ofrecer cantidades abismales con tal de satisfacer su necesidad de poseerlo. O dejarse seducir como Alan Rickman con Cameron Díaz y pagar un elevado precio por ese deseado cuadro.
El precio se fija en función de la oferta y la demanda, en términos monetarios. Si sólo hubiese un pujante acabaría por llevarse el cuadro por el precio de salida. Si hubiese más pujantes, vencería el que pudiera subir la puja hasta su máximo según los recursos disponibles. Y hasta que el valor que otorga a esa obra compense el esfuerzo económico de adquirirla por esa cantidad monetaria.
Resumiendo, el valor del arte es subjetivo, según la satisfacción que le reporte a cada uno. Por contra el precio es más objetivo, son las unidades monetarias que intercambian oferentes y demandantes.
- La generación de grandes expectativas de valor
Así pues, como cada persona otorga un valor diferente a las cosas, unos estarán más dispuestos que otros a pagar precios elevados por un bien. Es en ese mecanismo de generación de expectativas de valor elevadas es donde el arte se convierte en un gran negocio.
Para el caso del arte contemporáneo, esta idea es todavía más extrema. En Velvet Buzzsaw (Dan Gilroy, 2019) un artista misterioso y desconocido, se torna el objeto de deseo de Jake Gyllenhaal, René Russo y los otros personajes por esas expectativas sobre el mercado que genera ese artista.
Expuesto en ambiente algo esnob de las elitistas galerías de arte y museos de arte contemporáneo de Los Ángeles, las obras de este artista alcanzan cifras astronómicas de ocho cifras. Mientras que en otra escena de la película esas mismas obras son vendidas en un puesto callejero por apenas 5 dólares la obra, ya que ni el vendedor ni los transeúntes tienen idea alguna de quién es el artista. O porque lo valoran menos que los «expertos».
Una demostración de la burbuja del mercado del arte y de las expectativas del arte contemporáneo o abstracto, que ha sido criticado en muchas ocasiones por ser poco menos que un fraude. En la película queda de manifiesto que es todo pura estrategia comercial y de marketing. Tanto por las expectativas que crean respecto del artista, Gyllenhaal como experto crítico y Russo como galerista ambiciosa.
Estimulan la demanda con circunstancias sobre la vida personal del artista y con las críticas benevolentes. También recurren a la manipulación de la oferta ocultando obras para aumentar su valor en base a limitación y exclusividad de existencias.
Y cuidado porque no es algo exclusivamente del mercantilismo actual del sector, El último Vermeer (Dan Friedkin, 2019) está basado en hechos reales. Guy Pearce desenmascara el lógico conflicto de intereses tras de los expertos y críticos del arte. En esta ocasión con el pintor barroco neerlandés en el trasfondo.
El valor percibido y el engaño también son el argumento de dos películas argentinas del mismo director. Muy recomendables. Tanto en El artista como en Mi obra maestra (Gastón Duprat, 2008 y 2018 respectivamente) se aborda el tema del funcionamiento de las cotizaciones artísticas, y de lo superfluo e incomprensible de todo ello.
En ambas se nos muestran dos artistas, uno que emerge de la nada, un perfecto extraño al mundo del arte (‘outsider‘) y otro artista ya envejecido y caído en desgracia (Luis Brandoni). Ambos ven como su carrera se torna en exitosa por diferentes motivos, pero evidenciando que no es sino una venta de humo, un juego basado en crear expectativas de valor al público consumidor del arte contemporáneo que se deja llevar por los teje-manejes de los que promueven todo ese circuito sectorial: agentes (Guillermo Francella), comisarios de colecciones públicas, empresarios…Una estimulación de la demanda bastante torticera.
- No todo es dinero, también existe el verdadero amor al arte
En cualquier caso no siempre hay una intención puramente económica en lo relativo al arte. Existe también un gran interés por el patrimonio cultural de muchas obras que representan hechos históricos, ideologías y creencias religiosas que pertenecerían a toda la Humanidad.
En el entorno de la Segunda Guerra Mundial, The monuments men (George Clooney, 2014) nos muestra a un grupo de selectos e intrépidos entendidos del arte (George Clooney, Matt Damon, Bill Murray y John Goodman), que intentan arrebatar y recuperar de mano del ejército nazi los centenares de miles de obras que se sustrajeron a las grandes y poderosas familias judías de toda Europa. Todo ello por puro amor al arte y altruismo.
Muchos años después, muchas de esas obras del expolio nazi siguen siendo motivo de disputa. En La dama de oro (Simon Curtis, 2015), Ryan Reynolds es un abogado estadounidense que intenta recuperar un cuadro de Glimt, del patrimonio nacional austriaco expuesto en Viena, y que perteneció a la familia judía de Helen Mirren.
El que se lleva la palma en cuanto a lo de adorar el arte en su más estricto sentido humanístico es el Profesor Langdon (Tom Hanks) en El código DaVinci (Ron Howard, 2006). Como en cualquiera de las dos otras partes de esa trilogía. El criterio del profesor no es para nada economicista, ni aparentemente vanidoso. Se percibe las fascinación que siente por las manifestaciones artísticas. Aunque atendiendo a sus conocimientos, no cabe duda de que si tuviera la oportunidad y los recursos, no sería descartable que invirtiese en arte por el altísimo valor (cultural) que concede a muchísimas de las obras…