‘Anima’, cuando la música se enamoró del cine

Qué difícil es describir la música de Thom Yorke. Adentrarse en una canción del vocalista de Radiohead es adentrarse en un enigma sonoro donde las melodías parecen escribir versos tan bellos como angustiosos. Siempre me ha gustado entender la música de Yorke como una caída por la madriguera, un viaje confuso a un territorio (en este caso musical) que no estamos acostumbrados a experimentar. Escuchar a Yorke es como observar un Pollock, es estar frente a un estallido que, aún atraparte, difícilmente podrás racionalizar.

Justamente por la complejidad de su obra me pareció más que atractiva la idea de una colaboración entre el músico y el director Paul Thomas Anderson para Netflix. ¿Cómo iba el cineasta a materializar el universo sensorial del compositor? ¿Y si la inexplicable magia del sonido moría al entrar en contacto con la imagen? Pues bien, me atrevo a defender que Anima no sólo mantiene la esencia de Yorke, sino que la acentúa.

Anima
Fotograma de ‘Anima’

Yorke y Thomas Anderson (El hilo invisible) firman la que un servidor considera la mejor fusión de dos mentes artísticas desde Un perro andaluz de Buñuel y Dalí, justo 90 años después. Anima es mucho más que una acción publicitaria del nuevo disco del cantante, es la expansión de un imaginario que ansiaba estallar. El director de este one-reel ha sabido escoger a la perfección las piezas que el abstracto puzzle de Yorke necesitaba para ser construido. De hecho, la dirección es tan precisa que el corto se convierte en una perfecta simbiosis de visiones y disciplinas. Ni la imagen está subordinada al sonido, ni el sonido a la imagen. Música y cine funcionan a un mismo nivel, en completa armonía, como si de dos enomorados se tratase.

Anima
Fotograma de ‘Anima’

Thomas Anderson cree que la mejor forma de narrar el relato del músico es sustituyendo la palabra por el gesto, lo que convierte a la pieza en una interesante reescriptura contemporánea de las mecánicas del cine clásico. Incluso el propio Thom Yorke (protagonista del one-reeler) funciona como una actualización del mítico Buster Keaton, con esa gestualidad exagerada y ese rostro afligido. El slapstick es un elemento fundamental, ya que la caída y lo físico (aunque sin intención cómica) serán de gran importancia para el relato. Porque al igual que para Keaton, para Yorke el amor no será más que el final de un tortuoso y confuso camino.

Anima representa a la perfección la angustia y desconcierto que caracterizan la música del cantante. Thomas Anderson utiliza el realismo mágico al más puro estilo de Magritte, creando un mundo donde lo tangible sólo existe para justificar lo inexplicable. El ser humano se convierte en una simple pieza de un enorme e invisible engranaje que lo deshumaniza y, a la vez, le hace perder la cordura. Todos somos iguales porque todos estamos locos. Sorprende poder entender Anima como una reinterpretación de The Crowd, el clásico de King Vidor, sobre todo porque resulta fascintante (a la par que preocupante) que la soledad y el miedo al olvido sigan siendo una preocupación común casi un siglo después.

Quizás lo más sorprendente sea darnos cuenta de que, por muy nihilista que pueda parecer a veces la música de Yorke, el cantante cree en el amor como la única medicina posible ante el caos contemporáneo. Anima es una oda a ese amor sanador que hace que todo tenga sentido y que, a su vez, no deja de ser poco más que un sueño. El director defiende a través del baile que la linea que separa la insania y la pasión muchas veces es inexistente.

Por eso considero que este dúo artístico nos regala en la última escena de su corto uno de los momentos más sobrecogedores del año. Porque pocas veces un baile había expresado de forma tan precisa lo que ni los más extensos y bellos escritos pudieron. El amor como algo complejamente simple.

Anima
Fotograma de ‘Anima’

Quizás Anima sea tan estimulante e hipnótica porque su mensaje es universal. Creo que ver el one-reeler de Yorke y Thomas Anderson es como asomarse a una pintura de Hopper. Nunca has estado en esos escenarios, pero es fácil sentir que, al mismo tiempo, no has estado en otro sitio. Perderse en Anima es perderse en un lienzo (o un celuloide) que te abraza, porque todos nos hemos desvivido persiguiendo maletines, sea cual sea el significado que les queramos dar.

Nunca un maletín tan pequeño había tenido espacio para tantos sentimientos, para tantas historias. Quizás Anima sea uno de esos maletines que todos deberíamos perseguir.