Ayer fui a ver La Habitación (Lenny Abrahamson, 2015) y fue, seguramente, la peor experiencia que he vivido nunca en una sala de cine, todo gracias a un grupo de pequeños adolescentes que creo que se equivocaron al comprar las entradas, porque definitivamente deberían de haber ido a ver Kung Fu Panda 3 (Jennifer Yuh y Alessandro Carloni, 2016). No me entendáis mal, no tengo nada en contra de Kung Fu Panda, es más, seguramente iré a verla en un futuro cercano, pero es que no solo estuvieron hablando toda la película a un nivel de volumen que se alejaba demasiado del susurro y se acercaba peligrosamente al grito como los niños que te encuentras en las salas de ese tipo de proyecciones; sino que se reían por todo incluso en los momentos tristes en los que la película se quedaba en silencio (en una escena casi se mean de la risa porque les pareció ver un moco en la nariz del niño, justo cuando está metido en el armario y a la madre la están violando), no dejaron de pegar golpes a las butacas y una de ellas incluso cogió una llamada en mitad de la película y se puso a hablar con su padre, así como si fuera la cosa más normal del mundo.
Así que, para todos los que no solo habláis y comentáis con el de al lado la película cuando toca sino que os empeñáis en molestar cuanto más mejor, aquí van unas sinceras palabras para vosotros:
Como amante del cine y de una buena sesión en pantalla grande por la que pago de media unos 6 euros, no entiendo como una persona que se supone que tiene por lo menos la mitad de interés que yo tengo y que paga esos mismos 6 euros para entrar a ver la película al cine es capaz de tirarse dos horas sin parar fastidiando a todos las demás personas que hay en la sala. No hablo de comentar en voz baja una escena o reírte de un chiste o una situación medianamente cómica como hacemos todos, sino de gritar, dar patadas, olvidarse de desconectar el móvil, jugar al Candy-Crush en mitad de la película -me pasó cuando fui a ver Los Miserables (Tom Hooper, 2012) -, o incluso, como me pasó ayer, coger una llamada en mitad de la proyección.
Sé que cada uno compra su entrada y es libre de hacer lo que quiera con el dinero que paga para ver la cinta en pantalla grande pero lo que no llego a comprender es porqué hay gente que no entiende que siempre hay que tener, aunque sea, un mínimo de respeto hacia los demás. Estoy de acuerdo en que hay películas y películas, es decir, que no es lo mismo ir a ver Ocho Apellidos Vascos (Emilio Martínez-Lázaro, 2012) o Deadpool (Tim Miller, 2016) que son para reír y comentar con el de al lado, ver Spotlight (Thomas McCarth, 2015) yo, como fue mi caso ayer, La Habitación. No sé si coincidiréis conmigo pero quieras que no hay ciertas películas que, bien por lo buenas que son, bien por el público que esperas encontrarte en la sala porque no son muy comerciales o bien por el tema que tratan, esperas poder disfrutarlas de una manera más relajada, sin ajetreo o comentarios excesivos. Puse como ejemplos antes Spotlight y La Habitación pero me gustaría incluir también La Chica Danesa (Tom Hooper, 2015) porque no solo no es una película para todos los públicos por la temática que trata, sino que todas las emociones y sentimientos que puede transmitirte la historia se esfuman inmediatamente si en tu sala, como me pasó a mi, te encuentras a niños de diez años -literalmente diez años- en la última fila que no paran de reírse porque Eddie Redmayne se ponga en frente de un espejo para probarse vestidos.
Y si eso no es suficiente fastidio, tenemos que incluir a los que se empeñan en mandar callar a todos los que hacen todo lo anteriormente mencionado en mitad de la proyección. Sé que lo hacen con buena intención, sé que en ocasiones hasta funciona y tengo que agradecerles el gesto, y sé que yo también lo hago, pero, aunque nos duela admitirlo, la mayoría de las veces no sirve para nada. Puedes decirles que se callen, puedes soltar un «SHHH» a ver si se dan por aludidos, puedes fulminarles con la mirada, sobre todo al niño que te está pegando patadas en el asiento, pero lo cierto es que si están por la labor de molestar todo lo posible, no van a parar por mucho que a los demás nos moleste. Y sí, debo admitirlo por mucho que me entristezca decirlo, pero quizás hay veces en las que merece más la pena callarse, como me pasó a mi ayer, porque con la pinta que tenían esos niños seguramente hasta me hubieran gritado que me callara yo.
Así que, para todos los que molestáis en el cine, no por lo que hacemos todos como espectadores normales que es comentar algo puntual o reír cuando toca, sino a los que de verdad no podéis mantener la boca cerrada y hacéis del disfrute de una historia tan bonita como la de La Habitación totalmente imposible y una situación que quieres que se acabe lo antes posible, esto va para vosotros, con todo el cariño de mi corazón y con la ayuda de Sarah Paulson en American Horror Story.