El famoso Festival de Málaga llega este año con antelación, entre los días 1 y 10 de marzo. Los lugares de proyección han sido los habituales: el Cine Albéniz, el Teatro Cervantes y el Centro Cultural María Victoria Atencia. Entre toda la variedad de películas, documentales y cortometrajes que se han seleccionado, queremos resaltar tres películas que nos han llamado especialmente la atención:
- Segundo Premio (Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez)
A finales de los años 90, el grupo indie Los Planetas debe enfrentarse a la grabación de su tercer disco. A pesar de que el público y las discográficas se derriten por escucharles, sus tres componentes atraviesan un momento crítico: la bajista deja la banda, el guitarrista es arrastrado por su adicción a la droga y el cantante intenta componer atormentado por la decadencia de su sueño.
Lacuesta (Un año, una noche) propuso hacer esta película al grupo. Sin embargo, algo quedó bien claro desde el principio, no querían una película documental ni meramente narrativa sobre la composición de su disco. No tenía sentido hacer una película oficialista de un grupo que jamás lo fue. Así que el cantante (Jota Rodríguez) propuso crear algo más abstracto, un personaje ficticio que transitara entre canción y canción. Al final, el resultado de la película parece haber sido una especie de pacto entre todos, porque gran parte de la película está contada por Mai que, si bien fue la bajista en los momentos iniciales del grupo, abandonó al mismo tras sacar el segundo disco, Pop.
Además de haber conseguido grabar secuencias “ordenadas” de un momento que fue puro caos para la banda granadina, el mérito de la película reside también en la dirección. Y es que Lacuesta llevó a cabo una dirección virtual en algunas ocasiones, debido a asuntos familiares. Aquí entró en acción Pol Rodríguez, quien asistió de buena gana el proyecto de su compañero, y que ha quedado como codirector de Segundo Premio. Los elementos de la película derrochan identidad: una fotografía que capta la decadencia, la Granada de Lorca presente en cada plano y unos personajes absolutamente enigmáticos nos hacen querer vivir ‘Una Semana en el motor de un autobús’.
- El hombre bueno (David Trueba)
El matrimonio de Vera y Juan atraviesa un momento difícil. Quieren separarse, pero no saben a quién acudir para hacerlo bien, sobre todo por su hija Manuela. Recurrirán a Alonso, el hombre bueno que, desde una preciosa casa frente al mar, tratará de ayudar a sus amigos tanto como su trágica experiencia pasada le permite.
Jorge Sanz, Macarena Sanz y Vito Sanz son los protagonistas de la película. Aunque todos se apelliden Sanz, lo único que los une es el proyecto con Trueba. Sus actuaciones llenan la pantalla, y dan voz a una magnífica fotografía de colores verdes y azules. Es verdaderamente difícil escapar de la sensación constante de estar en un anuncio de Dolce and Gabbana, sobre todo porque cuando quieres hacerlo suena Veles e Vents, de Raimon.
“Intento que los personajes no tengan sólo una lectura, sino que el espectador pueda proyectar sus emociones en ellos” contaba David Trueba. Y así lo ha reflejado en su película, en la que es imposible posicionarse respecto a alguien. Todos son buenos, malos y contradictorios, y conocerles invita a la reflexión acerca del amor y el desengaño. Trueba combate la construcción de arquetipos ideando personajes reales y complejos, y se reafirma en aquel consejo que sigue desde que empezó a escribir: “Escribe de lo que conoces”. Tal vez no se trata de imaginación, sino de atención y memoria.
- As Neves (Sonia Méndez)
Un pequeño pueblo de montaña llamado As Neves sufre un trágico suceso: una adolescente desaparece tras una fiesta en las que la droga y la distribución de un vídeo sobre su intimidad sexual son protagonistas. El grupo de amigos de Paula se volcará emocionalmente en lo sucedido, aunque ninguno de ellos quiera contar la verdad de lo ocurrido.
El objetivo de la directora Sonia Méndez en su primer largometraje era mostrar los contrastes entre la hiperconexión virtual que tienen los jóvenes en la actualidad y el aislamiento al que se ven sometidos emocionalmente. Sus personajes son adolescentes confundidos, con su propio mundo interior, y el desarrollo de los protagonistas (Andrea Varela y David Fernández) es redondo y honesto. Sonia no quería un retrato sofisticado de la adolescencia como los que se vienen proyectando en los dramas rurales últimamente, en los que los jóvenes parecen quedar reducidos a experiencias sexuales, alcohol y tabaco (un buen ejemplo de ello es El Agua, Elena López Riera). El público agradece no ver un cigarro cada vez que se hace un primer plano de un menor en pantalla.
“Me gusta el concepto de generar un entorno, un contexto, donde las cosas suceden” contaba la directora en la rueda de prensa. El visualizado de su película nos recuerda a la serie Twin Peaks por el protagonismo que se otorga al lugar en el que transcurre la historia. De hecho, la película recibe el nombre ficticio del pueblo, y no de ninguno de los personajes. Aunque ella insiste en que no quería referenciar voluntariamente a la serie estadounidense en su ópera prima, confiesa que “algún guiño hay”. Y no podría ser de otra manera si lleva tatuada la leyenda de Lynch en su piel.