Series que son un buen negocio (LXXVIII): ‘La isla del salmón y la discordia’

Hay negocios multimillonarios que pasan desapercibidos por estar fuera del foco del atractivo o la elegancia de otros sectores más rimbombantes. El lujo destellante de las pujantes tecnológicas o el gran capital financiero de grandes constructoras, o las firmas de inversiones financieras. Desde luego, la industria del salmón, a priori pareciera tan insulsa como el propio producto. Que salvo para los amantes de la nutrición saludable, adeptos de la vida feliz en redes sociales y del Omega-3 a raudales, no parece llamar mucho la atención. Salmón y felicidad nórdica.

La isla del salmón y la discordia es una serie noruega que viene a cerrar el círculo sobre todo lo que necesitaríamos indagar sobre esa boyante economía. No en vano su título en inglés es Billionaire Island. Ni todo pueden ser asesinatos ni crímenes en lagos. Gas y petróleo codiciado por las grandes fuerzas geopolíticas, una gestión de los recursos petrolíferos de lo más productiva para su población (el Gran Fondo Soberano); y este producto estrella: el salmón noruego denominación de origen.

Así que el negocio del salmón, lejos de ser aburrido y poco atractivo, es como muchos otros sectores industriales en realidad una fuente de incalculable riqueza para regiones enteras y para sagas familiares. Una reciente (y floja) producción, Aguas Turbias relata las desventuras de una familia de una pequeña localidad costera de Carolina del Norte que controla un imperio pesquero y de negocios relacionados… Hay auténticos imperios empresariales basados en productos sencillos o menos sofisticados de lo que parece.

A decir verdad, el producto del salmón, de irrelevante tiene bien poco. Solamente con ser uno de los pilares de la superalimentación de esa nueva Ola de la Nutrición Saludable, junto con el otro gran instagrameable, el aguacate. Productos de alto coste y reputación online, como el ahora mismo omnipresente pistacho. Oro rosado y gastronómico.

En esta miniserie, se narra el fin de la adormecida y apacible convivencia de dos empresas, un tradicional duopolio familiar, en una relajada isla noruega. De repente, el equilibrio salmonero se desata por el ansia por controlar la industria de las piscifactorías del salmón de la matriarca de una de las dos familias. Ya nadie sale a jugarse la vida en alta mar, por lo visto.

Nadie quiere que se le escape el salmón (Fotograma: Netflix)

Dos familias intentarán pujar por el control del nuevo imperio. Incluso fondos extranjeros se suman a la partida de ajedrez. Familias no únicamente enfrentadas entre ellas, sino como es habitual en las sagas familiares con empresas, entre los propios miembros de la misma consanguineidad. Potenciada por la rivalidad intergeneracional. Alianzas, desagravios, traiciones, tramas urdidas que no cesan. Todos quieren filetear bien el gran salmón que tienen entre manos.

Todos querrán convertirse en el mayor productor de salmón del mundo (bueno, del Atlántico), se entiende tanto sulfurarse. Y es que básicamente es lo que se pone encima del sashimi y dentro del sushi. Más de moda, más demanda y mejor precio de venta, imposible… Y parecía extravagante la aventura de Ewan McGregor y el jeque de la Pesca del Salmón en Yemen

Los episodios son por tanto, una sucesión de inevitables problemas entre las familias y los personajes. Bien cierto es que la exposición de motivos y definición de los personajes es algo insulsa inicialmente, pero con humor extravagante, localmente nórdico, termina por encajar las piezas de un buen rompecabezas corporativo. En un momento dado se quiebra la tensión desatándose la competencia voraz, el ímpetu de la ambición. Se entiende que nadie va a dar su brazo a torcer.

De cualquier manera, no puede faltar el correccionismo nórdico. De puertas para fuera. Y siempre se plantea la fusión o la adquisición, evidente concepción capitalista, pero con conciencia medioambiental, de innovación y sostenibilidad. Hay abundante dinero en juego, pero con ecorresponsabilidad y compromiso ético…Que no falte el marketing y la RSC.

En fin, que hay artimañas corporativas y personalidades excéntricas de los personajes de sobra como para entretenerse. No queda duda de que el salmón siempre sabe nadar a contracorriente.