Titulo original: L’àvia i el foraster
Año: 2024
País: España
Director: Sergi Miralles
Guion: Sergi Miralles, Mila Luengo y María Mínguez
Fotografía: Víctor Entrecanales
Reparto: Carles Francino, Neus Agulló, Kandarp Mehta, Aïdam Ballmann, María Maroto, Empar Ferrer, Isabel Rocatti, Jordi Ballester…
Compañías: Aire De Cinema, Alhena Production Distribuidora: Carácter Films
Género: Drama, Comedia
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Dije que El 47 (Barrena, 2024) era una película especial, una película que conmueve ver añadida en la cartelera. Este viernes 13 (una perfecta combinación para los que nos gusta todo eso del «día maldito»), se estrena una que, exageradamente, me entusiasma ver en la cartelera, porque es una película más pequeñita, humilde, de casita, de pueblo…
Mientras que El 47 tiene un carácter más extrovertido, que se rodea de un círculo más, nacionalmente, grande, L’àvia i el foraster es más tímida, más suya, más de nosotros: los valencianos. No quiere decir que alguien no valenciano sea incapaz de dejarse llevar por esta cinta, de hecho, esa es la gracia, que cabe la posibilidad de ser para todos por el simple hecho de que todos tenemos lo más principal de esta historia: abuela. Y, ahí es donde la película deja la puerta abierta para todo el mundo.
Visionada dos veces. Llorado las dos también. No parece una cinta que se pueda «destripar». No sé si quiero hacerlo. Solo quiero contar porque ha conseguido algo más que cautivarme esta simpática y ¿desapercibida? película (no será tan difícil, ¿no?). Y, aunque haya estado pasando por medios de comunicación importantes, los prejuicios estarán ahí, al momento del acecho, ¿por qué? No lo sé, lector, yo tampoco lo entiendo. Ellos se lo pierden. Porque dejan pasar una historia llena de puras fibras magnéticas que chocan entre sí y conjuntan sentimientos inevitables para la vida cotidiana: la nostalgia, la memoria, la bondad…
Hay otros conceptos muy dolorosos en esta sociedad que están muy de moda retratar: el racismo y xenofobia. Y es que, debutando en el largometraje, Sergi Miralles consigue transformar un racismo que, desafortunadamente —por las situaciones en las que muchas yayas se han encontrado en el pasado—, parece ser más ingenuo o automático; irreflexivo.
No es tanto un racismo consciente, que ha sido decidido por voluntad propia, sino uno ¿involuntario? Es decir, ya criado desde entonces, desde la infancia. Visto como algo normal o positivo. Y es más exagerado si se desarrolla en un pueblo, porque en él todos/as se conocen y se ven todas las mañanas, desde siempre. Entonces, si al ver a alguien de fuera, incluso de otro pueblo o ciudad ya se hace raro, imagínese con gente de otros países, sobre todo del tercer mundo.
Porque lo que comento es lo que siento. Y así es como veo a Teresa (Neus Agulló) —y si me equivoco corríjame—, la costurera del pueblo que muere y Enric (Carles Francino), su nieto, vuelve de Manchester para despedirse en el entierro y quedarse unos días en el pueblo. Mientras, su mujer, embarazada, se queda en casa. A partir de ahí, la película recurre a largos y continuos, pero perfectos flashbacks nada irritantes para contar la vida de Teresa, ahogada de pedidos para las fiestas del pueblo, cuando Samir (Kandarp Mehta), el frutero pakistaní y sastre en su país, le pide <<un favor>> especial hasta que, finalmente, ella accede en secreto para que el pueblo no se entere mientras que, al mismo tiempo, Enric se va a iniciar una nueva vida en el extranjero.
Miralles, junto a su equipo interpretativo y las guionistas Mila Luengo y María Mínguez, hace que la película te lleve de un extremo a otro entre una comedia costumbrista y un dramatismo tan lento como potente. Ha sabido entrelazar la historia principal —la de Teresa y Samir— con la vida de Enric y su mujer a distancia mientras se reencuentra con una vieja amiga en el pueblo; aprovecha para mezclar y unir a Enric y a Samir desde unos matices emocional y psicológicamente inteligentes. Consigue que todas las historias en segundo plano, incluso la de Paco —el sastre pasado de moda del pueblo—, cuyas escenas son las más hilarantes y personaje evoque a alguien típico de todos los pueblos, también importen.
Un amor y una pasión por debutar en una película lagrimosa dedicada a sus dos abuelas que salió de una anécdota de un tío de Miralles. Una carta de amor a las máquinas de coser y una crítica a la xenofobia desde otro punto de vista. Vuelvo a visionarla y rio mucho, pero lloro demasiado, y no entiendo por qué. No tengo nada en común con esta cálida película, pero consigue romperme a lágrimas llenas de comedia, nostalgia, melancolía y buenas sensaciones. Y eso sí es difícil. Quizá sea porque no tengo y necesito. Esa máquina de coser regalada llena de historia…