La noche cerrada baña la plaza mayor del pueblo. La gente se agolpa en torno a la entrada del cine local, el Paradiso. Todos quieren asistir a la proyección de ese día, pero dentro no hay espacio suficiente y un buen puñado de italianos campestres se queda cabizbajo frente a las puertas ya cerradas del cine. Se iban a quedar sin ver la película ¡Qué desgracia!
Sin embargo, el viejo proyeccionista Alfredo y su precoz ayudante Totó deciden salvar la noche de los pobres rezagados. Moviendo un cristal, consiguen proyectar la película simultáneamente en la pantalla de la sala y en una pared de la plaza. Los aplausos suenan a cientos. Las caras de felicidad y emoción se dibujan en los rostros de las buenas gentes del pueblo.
Los intelectualoides y petulantes a menudo lo olvidan, pero el cine es eso. El cine es una sonrisa en la cara de una persona corriente. La concepción del cine como algo exclusivo y excluyente, como un paquete cerrado de ideas y concepciones o como un ejercicio de narcisismo intelectual, no solo es reduccionista y exasperante. También es, de hecho, horriblemente elitista.
Cada uno es libre de consumir el tipo de películas que sea de su agrado (faltaría más). Si usted realmente siente pasión por el cine de autor libanés, que lo disfrute usted. Pero el consumir ese tipo de cine no te transporta a un plano astral superior al del resto de los mortales, ni erige una torre de marfil desde la que poder juzgar con pedantería los gustos del vulgo. Usted ve cine de autor libanés y yo le dejo en paz, ¿no puede usted hacer lo mismo mientras yo veo mi dosis diaria de chistes de pedos de Adam Sandler o me recreo en mi colección de westerns italianos de serie B?
El elitismo impregna y prácticamente absorbe a todas las artes. Pero no al cine. Porque el cine sigue teniendo taquillazos, comedias, pelis de acción con muchas explosiones y poco diálogo… Películas que por supuesto (entérense) SON CINE. Y no solo son cine, sino que además cumplen con el cometido más noble que existe dentro de esta disciplina, el de entretener a la mayoría. Porque son mayoría los que disfrutan de estas obras. Son mayoría los que se han reído alguna vez con Adam Sandler. Son mayoría los que han suspirado en alguna ocasión con una comedia de Richard Curtis. Son mayoría los que van al cine a olvidarse de sus preocupaciones y a disfrutar de un par de horas de escape. Son los pedantes, con sus rancios y conservadores aires de grandeza, los que están en minoría.
Y por supuesto, ellos se enorgullecen de estar en minoría. Son la élite, la intelectualidad bohemia, el culmen del saber cinematográfico. Ellos son felices así, y a mi personalmente, mientras no molesten, me da igual que sigan creyéndose una mutación antropomórfica de capacidad cerebral superior. Que se queden en su fría torre de marfil si así lo desean.
Mientras tanto nosotros, las gentes de los pueblos y las ciudades, seguiremos con nuestras vidas. Paseando por las calles, riendo con lo que es gracioso, conversando con el resto como iguales, leyendo nuestros libros y viendo nuestras películas. Porque queridos amigos, la vida sigue sin la élite.