Es una de esas personas que apenas necesita presentación y cuya necesidad de vítores que incrementen su reconocimiento es prácticamente nula. José Sacristán es una de las voces más autorizadas en la historia del audiovisual español. Pese a su marcado discurso político (nunca ha escondido su inclinación hacia la izquierda), ha conseguido ganarse el respeto y cariño de todos los aficionados al cine de nuestro país, trascendiendo incluso la frontera de la gran pantalla y convirtiéndose en todo un icono cultural. La Academia ha querido premiar su trayectoria este año a través de la entrega del Goya de Honor a su persona. Recogerá su premio en la 36ª gala de los premios más importantes del cine español el próximo 12 de febrero.
Definiéndose a sí mismo como un «enemigo mortal de las definiciones», poder captar a través de palabras la esencia última de su persona se antoja cuanto menos complicado y, al mismo tiempo, pretencioso. Pero es que el bueno de Sacristán es un tótem de la interpretación en nuestro país. Ha sido capaz de ser icono de nuestra gran pantalla durante más de cuatro décadas, ahí es nada.
Ha sido testigo de la profesionalización del sector en un sentido amplio de la palabra. Cuando comenzó su carrera como actor (la primera película que se le acredita es la mítica La Familia y uno más), los premios Goya no se habían celebrado ni una sola vez. Aún quedaban más de veinte años para que se presenciase la primera edición de unos premios que son ahora ya parte del imaginario popular, no solo cultural, de nuestro país.
Discípulo del landismo, Sacristán ha dado vida a todo tipo de personajes. En su etapa más madura, el tipo de papel en el que más le hemos visto es en el de un hombre íntegro, la cabeza responsable de muchos proyectos. Pero antes de eso dio vida a personajes de lo más variopintos, desde un político homosexual que coqueteaba con menores de edad en El Diputado hasta un teniente canalla de la Guerra Civil en La Vaquilla.
Desde Berlanga hasta Carlos Vermut, pasando por Garci o Eloy de la Iglesia. El cine clásico español más puro o el cine ‘quinqui’ de los 80. José Sacristán ha sido siempre un ejemplo de intérprete camaleónico. ‘Actor 360’, que diría Paquita Salas. Ha levantado siempre admiración por su trabajo, algo muy complicado en un país como el nuestro, y su Goya de Honor es uno de los más indiscutibles de la historia.
La voz ‘del hijo del Venancio‘, como a él tanto le gusta que se le conozca, se ha convertido también en un símbolo de nuestra cultura, prueba de ello es, por ejemplo, su elección para narrar el reciente documental Palabras para un fin del mundo, como ya hizo Garci en su día con sus cortos documentales Mi Marilyn o Alfonso Sánchez. Sacristán nunca ha necesitado salir en pantalla para hacer suyo lo que salga en ella. Una de las mayores virtudes que pueden decirse de un actor.
Estamos sin duda ante El actor de su generación, una de las últimas grandes leyendas del cine español, y el anuncio de la entrega del Goya de Honor a su persona ha sido recibido por toda la comunidad cinematográfica con una celebración unánime.
Dijo él mismo un día que se sentía más «un superviviente que un maestro». Pues ahí se equivocó. Sacristán es un maestro que será a la vez un superviviente del paso del tiempo.