Jean Claude Carriére nació en Colombiéres-sur-Orb, un pequeño pueblo del sur de Francia. En su casa los libros y las imágenes no existían. Cada día en el campo soñaba con descubrir lo que había más allá de las montañas. A los trece años por razones del destino su familia se tuvo que trasladar a París, allí tuvo su primer contacto con la vida real. Dos maestras le descubrieron el universo de la literatura y un tío suyo le dejaba devorar cuantos libros quisiera de su biblioteca personal. Así, el joven Jean Claude comenzó a exprimir su potencial.
“La posibilidad de alguien de familia muy humilde de tener obras de teatro en los teatros de París, de hacer películas y publicar libros para mí era un sueño”
En su juventud un grupo de creadores franceses comenzaban a despertar y mostraban al mundo una nueva forma de narración cinematográfica. Carriére llegó a trabajar con los grandes precursores de la Nouvelle Vague, convirtiéndose él así en uno de ellos y adquiriendo conocimiento y formas de pensamiento que le acompañarían para siempre.
Él estaba orgulloso de haber podido vivir en el siglo veinte, ya que fue en este siglo cuando surgieron nuevos medios de comunicación: “Cada técnica necesita de un nuevo lenguaje, me ha aparecido apasionante aprender esas nuevas formas de escritura”. La nueva ola francesa buscaba la originalidad y el autor les transmitía ese mensaje a sus recientes alumnos: “A mis estudiantes les suelo decir que siempre podrán rodar películas. A lo que tienen que prestar atención es a hacer avanzar el cine, encontrar algo nuevo para que el cine no se quede atrás, inmóvil”.
También seguía una de las máximas propuestas de André Bazin sobre la nueva corriente artística y es que, si el estudioso planteaba que el artista tiene que plasmar parte de su alma en la obra, Jean Claude afirmaba: “Un escritor es interesante por lo que emana de su interior, nunca por lo que dice de sí mismo”.
Mucho antes de que la ciudad de París y el mundo entero lo reconociera, él ya escribía sus primeras novelas, inventaba historias y creaba vidas. El documentalista Juan Carlos Rulfo comentaba a cerca de su persona: “Jean Claude construía su literatura en base a los contactos que tenía con el mundo. Y eso es lo que intenta darles a sus hijos y al espectador”.
Mientras trabajaba con lo que tenía a su alcance, a la edad de 31 años y con un breve recorrido se vio envuelto en una ovación al ganar el Oscar a mejor cortometraje por Heureux Anniversaire. Su ingenuidad y desconocimiento del mundo del cine, ese mundo que acabaría siendo suyo, comentaba: “El productor decía ¡tenemos el Oscar!, ¡tenemos el Oscar! Y yo no sabía lo que era”.
En menos de un año, en el Festival de Cannes, el ya consolidado Luis Buñuel buscaba un guionista que conociera bien el francés y tuviera nociones sobre las provincias francesas. Se reunieron una vez y ya no se abandonaron en toda su trayectoria.
“Buñuel era un burgués y un revolucionario, era un autor genial de instinto, a la vez era como mi padre y mi hijo, tenía cosas del mundo moderno que no sabía”.
Juntos firmaron nueve guiones de los cuales llegaron a la gran pantalla seis. Detrás de cada uno de ellos, un trabajo concienzudo que los elevó a la categoría de obras maestras, pero también un viaje de conocimiento hacia el mundo interior de estas dos grandes figuras del cine.
La diferencia de edad y la procedencia de cada uno no suponía un problema entre ambos. Buñuel a modo de broma recurrente falleció varias veces ante Carriére, pero cuando ocurrió de verdad, el francés tenía las ideas muy claras: “El valor de un maestro está en su vida, pero en su muerte también, es una compañía para el resto de mi vida y quizás después”.
Jean Claude fue un guionista versátil capaz de trabajar con perfiles muy distintos de directores y pasar de las largas conversaciones con Buñuel para escribir las historias a trabajar con las imágenes de Godard casi sin pasar por un proceso de escritura.
No solo se centró en el séptimo arte, fue novelista y dramaturgo también. Tuvo una larga y estrecha afinidad con Peter Brook con quién trabajó en Mahabharata. Una obra de teatro de nueve horas de duración, trabajo del que más orgulloso se ha sentido debido a su compleja elaboración y posterior realización. Se introdujo de lleno en la mitología hindú para desarrollar la dramaturgia y como él decía: “Soy más hetero cultural que homo cultural, estoy atraído por las otras culturas mucho más que por la mía propia, desde chico soñaba con ver el resto del mundo”
Y esa fue la premisa con la que el mejor documentalista mexicano, Juan Carlos Rulfo le ofreció a Carriére hacer un documental sobre siete cartas que había escrito sobre los lugares que más le habían influido a lo largo de su vida. Siguiendo así la estructura de El lenguaje de los pájaros escrito por el poeta sufí Farid Udin Attar, un poema que habla del viaje que debemos realizar para conocernos mejor.
Carriére enseguida se dio cuenta de que: “Era la primera película sobre un guionista sin guion”. También que le supuso un gran esfuerzo: “No me gusta verme ni oír mi voz, por primera vez en mi vida he tenido que olvidar la presencia de la cámara”. Remarcaba en el documental la importancia de las historias, aquellas que sin él saberlo nos han acompañado a lo largo de nuestras vidas y que lo siguen haciendo. “Hay que escuchar historias, es agradable. Y a veces estas nos hacen mejores”.
El guionista que se movía entre adaptaciones de novelas, personajes femeninos distintos y arriesgados y obras originales con una base real, recogía en 2014 el Oscar honorífico por toda su trayectoria y él respondía: “No lo lamento, escogí este trabajo a conciencia. No me importan los premios, lo tengo guardado en el armario”.
Bajo su letra más de ciento cincuenta guiones convertidos en películas y colaboraciones con grandes directores como Louis Malle, Berlanga, Forman, Philippe Garrel o Fernando Trueba.
Pero para él era más importante reflexionar sobre los 250 metros que separaban su hogar del cementerio. Lugar en el que había nacido, lugar en el que moriría. No sin antes recordar como es el mundo: “El mundo es irracional, si tratamos de reducir el mundo a la razón nos equivocamos. De pequeño me moría de ganas por conocer el mundo, ahora me apetece olvidarlo”
Un gran escritor, amigo de sus amigos, una persona que en cada uno de los metros desde su casa hasta el cementerio tenía muchas historias que contar. Un maestro del séptimo arte que como el mismo diría nos acompañará hasta después de la muerte, porque sí, eso también es la vida.