El director argentino Manuel Abramovich explora en su película, Pornomelancolia, la construcción de personajes en la vida cotidiana de la mano de Lalo, un sex-influencer mexicano, y en el contexto de un rodaje pornográfico.
Con motivo de su reciente participación en la 24º edición del Festival Internacional de Cine Independiente ‘Black Movie’ de Ginebra, el cineasta profundiza sobre su proceso creativo y la importancia de la autenticidad en su trabajo.
Abramovich, que se resiste a etiquetar su obra en un género específico, explica cómo busca sorprender al espectador con la combinación de diferentes recursos cinematográficos y hacerle cuestionar temas que no había considerado antes.
PREGUNTA: Has insistido mucho en que el tema principal de ‘Pornomelancolía’ no es la pornografía en sí. Así que, ¿cómo surgió esta película y en qué momento decidiste enmarcarla dentro del contexto de un rodaje porno?
MANUEL ABRAMOVICH: En mis películas investigo el movimiento de ser persona y personaje. Todos de alguna forma interpretamos personajes en nuestra vida cotidiana, para vivir y sobrevivir en el sistema. A veces son personajes que decidimos y conscientemente interpretamos, pero otras veces ni siquiera nos damos cuenta. Siempre trabajo con personas buscando esta teatralidad en el mundo real, esta idea de puesta en escena y de búsqueda de intimidad en nuestras vidas. Mis últimos trabajos tenían que ver con la masculinidad como un personaje. El género es una construcción de ficción que aprendemos y que nos enseñan.
A partir de preguntas personales, empezó la investigación de Pornomelancolía sobre muchos temas: trabajo sexual, trabajo en general, capitalismo, patriarcado, VIH, identidad nacional, intimidad, depresión, etc. Me interesa también el porno como un dispositivo de ficción, empecé a investigar y a preguntarme: si alguien vive poniendo en escena el deseo propio, convirtiéndolo en una ficción, ¿qué pasa con el deseo real?
P: ¿Cómo conociste a Lalo y por qué lo elegiste como protagonista?
MA: Primero llegué a Mecos Films, la productora de pornografía mexicana que aparece en la película. A través de Diablo, el director, fue que conocí con los demás actores, inclusive a Lalo. Cuando vi las redes sociales de Lalo me fascinó como él dominaba perfectamente ese personaje de macho mexicano, que es el personaje que construyo en las redes. Él sabía perfectamente lo que iba a funcionar con el público. En el caso de su vida, la ficción ya estaba muy presente porque él ya usaba al máximo ese personaje de Lalo Santos. Quizás en otras películas, las personas no eran tan consciente de que eran un personaje, pero él era el cómplice perfecto para esta película. En su vida ya se estaba cuestionando muchos de los temas que yo estaba investigando.
P: ¿Podríamos decir que tus películas pertenecen al género de ‘docuficción’?
MA: Para mí lo interesante es no definirlo, como en el género. Hay un espectro en el medio de estas casillas que se pierde de vista y dejamos a un lado una riqueza que es increíble. Es interesante cuando uno va al cine y no sabe nada, no le dijeron lo que va a ver. Es un salto al vacío. La película utiliza recursos más propios de la ficción, y otros de documental. Me interesa combinar recursos, siempre intento desafiar las categorías. El cine tiene la posibilidad de sorprender y proponer un juego al espectador de no saber lo que va a pasar y sorprenderse y quizás cuestionarse lo que no había pensado.
P: ¿Cómo funciona la relación entre director y actor en un género como este? Es decir, cómo es el proceso de comunicación entre vosotros y qué grado de participación tienen en el proyecto.
MA: Son películas que se crean de momentos de mucha confianza y mucha intimidad. No hay un esquema de trabajo clásico donde hay un guion y un actor que interpreta un personaje de otra persona, sino que es un personaje construido a partir de las experiencias de todos los actores. Es un proceso de mucha colaboración, mucho dialogo, de pensar las escenas juntos. Son películas que no podrían funcionar si las personas no están ahí por un motivo. En el caso de esta peli fue un proceso de tres años. Son procesos muy interesantes, en algunos momentos el rodaje se vuelve más invisible. Yo les propongo temas de conversación, la cámara es invisible. Por momentos es pura ficción, es una escena que ya pensamos juntos, se improvisa y se repite a partir de lo que va surgiendo entre los protagonistas.
P: Por lo tanto, los propios actores tienen un peso muy importante y son parte del proceso de creación de la película.
MA: Totalmente, en el caso de este rodaje fue muy lindo porque fuimos desplegando un montón de códigos internos de trabajo juntos. Por ejemplo, con Lalo hicimos todo un trabajo de la intensidad de la melancolía de su mirada del uno al diez. Lo vemos por ejemplo en las tomas del principio en la cama, él es tan expresivo que manejaba esa sutileza del brillo de la melancolía con los ojos.
P: Imagino que son rodajes muy intensos, ¿cómo viven los actores el proceso y cómo reaccionan ante el resultado final?
MA: Hay momentos muy emotivos y muy difíciles. Yo creo en el arte como un proceso de transformación. Creo que el arte tiene el potencial de transformar experiencias traumáticas, de poder ver las cosas con distancia, con humor y también en el dialogo con un público y la prensa. Se genera un efecto de distancia con uno mismo, no es un documental sobre el protagonista. Es una versión de ellos que no es la realidad. Por eso para mí es importante aclarar que no es un documental sobre el porno o Lalo. Es una película donde los personajes son personajes, son versiones de las personas. No necesariamente son un reflejo, son versiones un poco diferentes.
P: El sentimiento de soledad de Lalo está presente durante toda la película, pero al mismo tiempo se muestra como un hombre deseado, que proyecta una imagen fuerte y segura de sí mismo y con mucha popularidad en las redes. Resulta fácil sentirse identificado con él teniendo en cuenta las presiones sociales en nuestra sociedad actual y nuestras propias luchas internas.
MA: Justamente, para mí la película habla de algo muy universal. No es solo en el contexto de la pornografía, ese sentimiento de soledad es algo muy generalizado en este momento en el mundo. No es algo solo de Lalo, creo que estamos todo el tiempo poniéndonos en escena, convirtiéndonos en ficción, siendo como avatares de nosotros mismos. Son temáticas muy universales que atraviesan al ser humano, nadie esta tan genial como se muestra en las redes. Para mí hablamos de ese vacío existencial, de quiénes somos, cómo queremos vivir, con quién… Creamos ficciones nosotros mismos que se proyectan en pantallas y en redes sociales.
P: Hay dos momentos claves de la película que conectan especialmente con el espectador. Por un lado, la escena del rodaje de la Revolución Mexicana que Lalo graba con su otro «yo» y habla sobre la dualidad que todos tenemos y, por otro, el momento en que Lalo pone sus límites y desafía a su jefe, ¿cuál es el propósito detrás de estas escenas concretas?
MA: La película es una invitación para que cuando uno la vea se disparen sus propias ideas, porque de lo contrario sería como cerrar el juego. Pero en el caso de la escena del doble, era una idea del otro director. Él tiene unas ideas maravillosas. Le parecía bueno que Zapata se encontrase con su doble y mostrar que ya nada es lo que parece, romper las fronteras binarias. Todos vivimos con esas contradicciones, todos somos masculinidad y feminidad, documental y ficción. Lo que pasa es que vivimos en un sistema que nos dice que tenemos que escoger. Esa escena tenía que ver con eso, con transmitir que el mundo no es binario.
Respecto a la escena del consentimiento, si bien Lalo no tuvo sexo real en la película, ya que él así lo pidió, y todas las escenas de sexo eran fingidas, me pareció interesante aludir a los límites en un trabajo como este que es de mucho esfuerzo físico. En esa escena queríamos hablar de la presión del patrón en cualquier tipo de trabajo. Uno siempre tiene que poder empoderarse y entender sus límites. Me parecía una oportunidad para empujar a Lalo a darse cuenta que no quiere ser dirigido, que quiere dirigirse él mismo y saltar a otro nivel de porno, pasar del porno industrial a su propio porno casero. Aquí empieza otra secuencia de la película donde tenemos la ilusión de que él se emancipa. Pero como en todas las trampas del capitalismo, uno cree que es libre y al final somos presos de esa soledad en la que el sistema nos hace caer.
P: Resulta llamativo el hecho de que apenas encontremos personajes femeninos en la película. La importancia del papel de la madre de Lalo es clara, pero curiosamente el espectador no la llega a ver en toda la película ¿tiene algún significado?
MA: Eso fue una decisión muy consciente y algo que pensé muchísimo. Hay algunos personajes femeninos pero que están muy bien elegidos, son roles de autoridad: la médica, la administrativa, la psicóloga, la madre. Me parece que a veces la ausencia refuerza la presencia, el hecho de tener esas cinco escenas claves con mujeres en la película, que son las escenas donde hay amor, en un mundo repleto de masculinidad toxica que esconde y que tiene miedo de expresar sentimientos. Incluso en un medio de hombres gay, se esconden en ese personaje de macho porque la sociedad no les permite otra cosa.
En esas escenas hay un espacio seguro, un espacio de contención, donde al final la única que le pregunta cómo está en la película es la médica. O su madre que, si bien no aparece, representa no solo a la madre de Lalo, sino a todas las madres. Es ese primer lugar de amor absoluto. La decisión se tomó justamente para reforzar la figura femenina. En el cine a veces es interesante ver cómo funciona lo que no está, lo que no se ve en el cuadro, lo que no está en la película. Una ausencia que se vuelve tan evidente que es pura presencia.