Pocas cosas son más resistentes que los prejuicios. Y sobre ello el cine español tendría mucho que decir, que durante demasiados años ha arrastrado el calvario de un menosprecio absurdo que producía resoplidos por el mero hecho de ser lo que es. Y, sin embargo, en la última década, el constante goteo de realidad ha conseguido por fin resquebrajar esta farsa y devolver al cine español el reconocimiento que nunca debió perder. Durante este agotador proceso, un género se ha impuesto como uno de los principales artífices del desenmascaramiento: el thriller o el cine de intriga ha liderado el (re)empoderamiento del cine español mientras, quizá inconscientemente, creaba un subgénero propio; el thriller ibérico.
Desde La isla mínima (2014), hasta Quien a hierro mata (2019), este tipo de cine se ha convertido en corriente, y ha desbordado en distintos formatos y subtipos a la vez que se adaptaba a la perfección a los nuevos tiempos y costumbres del audiovisual mientras componía un cuerpo propio con sus propias características y singularidades.
La culpa, o gran parte de ella, recae sin duda en Alberto Rodríguez y La isla mínima, cuando en 2014 sometió a crítica, público y académicos (10 premios Goya incluyendo el de Mejor película) con esta cinta. Mezclando la intriga policíaca y el ambiente neo-noir con costumbrismo andaluz envuelto en unos escenarios y realidades locales (las marismas de Sevilla llegan a ser un personaje más) lograba sentar las bases de este subgénero. El cine patrio había descubierto a su propia gallina de los huevos de oro y una identidad para echar a nadar.
Pero hagamos un alto en el camino. Porque sería falso otorgarle a La isla mínima todo el mérito. Las corrientes y tendencias son difíciles de constreñir en un principio-fin. Porque el thriller ibérico consolidado como tal viene precedido por cintas que ya lo anunciaban: ahí está Celda 211 (2009), Grupo 7 (2012) – ojo de nuevo con Alberto Rodríguez – o incluso más allá, con Nadie conoce a nadie (1999). Al final los ingredientes estaban ahí ya: intriga como motor en realidades tremendamente locales, alejadas del thriller americano del CSI, pero con temática extrapolable, como ya lleva sucediendo desde hace mucho con el cine noruego de intriga.
Continuemos. Porque 2014 también fue el año de El niño, de Daniel Monzón (también responsable de Celda 211) otro aviso, esta vez tomando el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar como realidad local, de que la tendencia venía pisando fuerte.
Porque las características de estos primeros filmes se han replicado, con distintos matices y envoltorios, pero con una base muy similar, en algunas de las películas más aplaudidas de los últimos años en nuestro país; todas ellas, de nuevo, thrillers: ahí tenemos Tarde para la ira (2016) y Que dios nos perdone (2016), esta última realizada por Rodrigo Sorogoyen y donde, de nuevo, ese cine detectivesco encaja a la perfección con una realidad local (quien a su vez juega como un personaje más), y que es esa Madrid asfixiante, por la globalización, la crisis y la visita del Papa, pero con una óptica propia.
Y es que, si Alberto Rodríguez vio nacer, o le pegó la primera patada, al thriller español, Sorogoyen lo ha mantenido con vida de una forma espectacular, siendo uno de sus máximos apóstoles. Porque con El Reino (2018) surge la primera gran derivación de este género propio: el thriller político, todo un hito en este país quien siempre tuvo cierto temor por atraer al público general a las historias políticas. Y es que El Reino le debe más a Tarde para la ira y La isla Mínima que a House of Cards.
Ahora vivimos los años gloriosos de este género, de esta especie de western español. La llegada de las nuevas plataformas de streaming y el cambio en los hábitos de consumo no ha hecho más que expandir este tipo de cine, buscando hueco por toda la geografía española, acechando en esas realidades locales. Con La zona (Movistar+), el norte de España y su idiosincrasia juegan un papel fundamental en esta (por desgracia interrumpida) serie.
Es algo que se retoma y aún con más intensidad con Hierro (Movistar+), donde la propia isla y su universo encabezan el reparto de esta excelente miniserie detectivesca embadurnada con características hiperlocales y de un costumbrismo moderno logradísimo. Y la lista sigue: Fariña, Matadero…el thriller ibérico, esta corriente que busca acercarse con paso propio a Fargo, ha encontrado un hueco delicioso en el mundo de las series.
Y aun así el cine sigue nutriéndose. Quien a hierro mata (2019) es tan sólo el último ejemplo de esta este subgénero cinematográfico que ha venido para quedarse. Porque las corrientes y las tendencias en el cine no se constriñen en principio-fin. Los géneros cambian, como el western o el cine de superhéroes. Y el thriller ibérico aún mutará y se derivará en distintas formas, pero es ya un cine que ha servido para probar, una vez más, que el cine español es más meritorio de aplausos que de resoplidos. Y lo seguirá haciendo mientras haya historias y realidades propias que contar.