el pequeño nicolas

‘El pequeño Nicolás’, la infancia que nunca vivimos

Título original: Le petit Nicolas: Qu’est-ce qu’on attend pour être heureux?

Año: 2022

Duración: 82 minutos

País: Francia

Dirección: Amandine Fredon, Benjamin Massoubre

Guion: Michel Fessler, Anne Goscinny, Benjamin Massoubre

Música: Ludovic Bource

Fotografía: Animación

Reparto: Simon Faliu, Laurent Lafitte, Anne Gosciny, Frédérique Tirmont, Alain Chabat, Alicia Hava, Alban Aumard

Productoras: Align, ON Entertainment, Bidibul Productions, Canal+, CNC, Ciné+

Género: Comedia, Animación

Ficha en FilmAffinity

El arte es y será siempre una ventana por la que mirar un sinfín de realidades e irrealidades, de pasados y futuros, de amores y odios, de sentimientos. Los que lo crean tienen la posibilidad de proyectar delante de las personas lo que habita en los fondos de ser, su visión del mundo y de sí mismo. Jean-Jacques Sempé (1932-2022) y René Gosciny (1926-1977) tuvieron la suerte de que su obra llegó a millones de lectores en el mundo, sobre todo, gracias a la simplicidad bucólica de su mayor obra juntos: El pequeño Nicolás.

Ahora su vida en relación con este pequeño parisino de clase media-baja es expuesta por Amandinde Fredon y Benjamin Massoubre en una cinta de animación con el estilo característico de Sempé, que es lo que más puede llamar la atención de primeras. Estamos hablando de uno de los mejores caricaturistas del siglo XX, creador de múltiples portadas de la revista Time, siempre con un aire idílico en unas obras que podían, incluso, representar la soledad y tristeza más absoluta. A la película esto le va de perlas, porque consigue hacer coincidir discurso y forma para funcionar como un engranaje perfecto, muy a la estela de lo que se hacía en Loving Vincent (Kobiela, Welchman, 2017).

Por eso, la hora y media de animación se convierte en un lugar placentero donde vivir, a pesar de que hay momentos verdaderamente tristes. Se le puede achacar cierta simplicidad a la hora de abordar la vida de los dos autores, simplemente mencionando su crudo pasado y pareciendo reduccionista a como el personaje de Nicolás consiguió volverles a disfrutar de la vida. Sin embargo, en la vida real suele ser más fácil y sencillo desatar un nudo que hacerlo.

Así la película se toma la licencia de experimentar para el deleite de sus espectadores. Hacen que el propio Nicolás se materialice en el mundo real y hable con sus creadores para que estos se expresen. Les crea el confort suficiente para que se sientan libres de expresar cualquier sentimiento, lo mismo que a los directores de la cinta que hacen volar su imaginación para plasmarla en la gran pantalla. Se proyecta en la película lo que Gosciny y Sempé quisieron plasmar en sus novelas: la libertad acompañada de felicidad.

La banda sonora de manos de Ludovic Bource tan solo hace favorecer el perfecto ambiente. Extraño aun así, porque es la felicidad ante un espacio común inexistente. Nadie ha vivido una infancia tan perfecta como la del pequeño Nicolás, ni ha experimentado una vida tan turbulenta como la de sus creadores, ni ha vivido en un París pintado por Sempé. Sin embargo, consigue hacernos sentir cómodos y hacer que nuestra cara se vea iluminada.

Puede que esto no simpatice con el espectador medio actual, más dado al thriller y a la épica, y que, al coincidir con el estreno de Avatar 2, pase desapercibida de la cartelera. Pero esta experiencia merece ser vivida en una pantalla de cine para volver a casa con el corazón lleno de buenos sentimientos.

Lo mejor: la sensación de felicidad que consigue crear la película

Lo peor: estrenarse el mismo día que Avatar: El sentido del agua

Nota: 8/10