Dime de dónde vienes y te diré cómo eres

Las historias que vemos en el cine ocurren en sitios. Sitios ficticios, reales o una mezcla de ambos. Muchas veces, cuando estas historias suceden en “nuestro mundo” el lugar en el que cobran vida es falso, ambiguo, omitido o para nada localizable. Por suerte, este fenómeno de deslocalización se está perdiendo y la gente de la industria está posicionando sus historias en lugares reconocibles de la geografía española: Madrid, Barcelona, la sierra de Extremadura, las Rías Baixas, los Pirineos… Andalucía no es una excepción, y las películas que se ambientan aquí (la mayoría hecha por gente de nuestra tierra) también están despojándose de este fenómeno. Eso hace que reconozcamos en la pantalla las marismas del Guadalquivir en ‘la Isla Mínima’, el estrecho de Cádiz en ‘El niño’ o el puente de Triana en ‘Ocho apellidos vascos’, por poner tres casos de películas recientes.

Localizar una historia y saber donde ocurre puede parecer un detalle, una minucia, un pequeño plus poco determinante en el guión de una trama que poco tiene que ver con donde sucede. Pero no. Para nada. Los personajes de las historias que vemos en el cine son como son por el sitio del que vienen. Dorothy quiere volver a Kansas y Ulises quiere volver a Ítaca por algo. Es el lugar donde nacieron, se formaron y se sienten a gusto. El lugar que los ha criado y los ha hecho ser como son, el lugar que los ha forjado como los personajes que luego recordaremos por sus acciones.

Y en nuestra tierra, ya sea la propia o la de nuestros padres, esto cobra un mayor sentido. Porque los personajes del cine andaluz no nacieron en una granja de Kansas o en la antigua Grecia, sino a metros de nuestras casas, en un cortijo como el de nuestros abuelos o en el mismo barrio que nuestros padres. Y los reconocemos en nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestros conocidos, familiares y nosotros mismos porque respiran nuestro mismo aire y viven en nuestro mismo ambiente. Porque fueron creados por personas criadas geográfica y culturalmente como nosotros. Y eso hace que empaticemos y simpaticemos. Mucho. Muchísimo.

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Un fotograma de ‘Grupo 7’, con la Giralda de fondo.

Un buen ejemplo (y contradictorio a la vez) es la webserie ‘Malviviendo’. A pesar de transcurrir en los Banderilleros, un barrio ficticio, queda claro que el marco es Sevilla y Andalucía. Y se respira en todos sus episodios ese aire de barrio pobre y obrero, con personajes que no distan mucho de los que te puedes encontrar y reconocer en otros barrios reales primos hermanos. Desde los personajes a las tramas los espectadores se sienten identificados con la suerte (y sobretodo la no tanta) de los protagonistas. Para contar una historia y que llegue al espectador, es vital hacerlo de tal forma que éste pueda percibirla como suya. Y es mucho más sencillo que el público andaluz así lo haga si quien le habla lo hace desde un banco en un parque mal cuidado.

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Los protagonistas de ‘Malviviendo’ en el barrio de ‘Los Banderilleros’

Ese barrio no debe estar muy lejos del que nos presenta Paco León en ‘Carmina o Revienta’. Otra vez Sevilla, otra vez un barrio pobre. Y de ahí surge la necesidad, el ingenio, la picaresca, de ahí surge el personaje… de ahí surge Carmina. Ella y todos los que la rodean hablan de su vida como probablemente los escuchara el propio director andaluz en su juventud. Es ahí donde una película coge fuerza, al hablar de algo que conoces y entiendes, y situarlo sin miedo en el sitio de donde vienes.

A veces las localizaciones son un personaje más de la trama. Una entidad con voz propia que susurra al espectador y evoca tanto como los propios personajes, como es el caso de la ya mencionada ‘La Isla Mínima’. La España de la transición, las dos Españas (con su reflejo en la actualidad..), la Andalucía profunda, la Marisma… sus personajes son como son por ese espectro en el que se mueven. Sus dos protagonistas beben del momento histórico para sus conflictos internos y los rodean un conjunto de secundarios que representan esa sociedad distante, fría, cerrada… Es difícil imaginar el matrimonio de Antonio de la Torre y Nerea Barros en plena Castellana. Los personajes nacen de su contexto, y es ahí donde entendemos y comprendemos sus emociones, y podemos incluso ponernos en la piel de aquellos que tienen una forma de ver el mundo muy distinta a la nuestra.

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Antonio de la Torre y Nerea Barros en ‘La Isla Mínima’

¿En qué otra película podría una cofradía cargarse un cordón policial si no es en ‘El mundo es nuestro’? Aprovechemos lo que tenemos, lo que nos rodea, con lo que hemos nacido. Aprovechemos esta tierra rica y sigamos llevándola al cine, hasta que ya no quede bosque ni playa que retratar. Porque para hacerlo, tenemos un rato.