De series y remakes: Not made in America

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‘House of Cards’ supuso un punto de inflexión para las series sobre política. Una pequeña revolución para la pequeña pantalla que llevó a primer plano a la política actual con intrigas y cuchicheos raramente vistos fuera de las cortes medievales y los descamisados en ranchos de telenovela. Pero esta vez la intriga tenía una inherente calidad. Cuando Ian Richardson rompía la cuarta pared y miraba a cámara… ¿Ian Richardson? ¿No era Kevin Spacey? Ian Richardson destrozó antes que Kevin Spacey la cuarta pared, y te sonrió, a ti, que estabas sentado en tu sillón, con pícara expresión y mirada maquiavélica. Kevin Spacey y su ya mítico e imborrable Francis Underwood surgieron apoyándose sobre los robustos hombros de Ian Richardson y su, por desgracia deleble, Francis Urquhart. Porque este tal Ian Richardson protagonizó la primera versión de ‘House of Cards’ en televisión, años antes de la que nos tiene embelesados hoy día. Esta ‘House of Cards’ era original,  de los 90, única y nueva. Ah, y británica.

Abundan los casos de remakes estadounidenses que toman ideas de más allá de sus fronteras para sus series. Y es que los americanos son unos expertos en copiar, aunque lo digo con más alabanza que reproche. Porque gracias a este afán de apropiación, se han creado auténticas joyas audiovisuales para la pequeña pantalla, joyas que en su versión original habían pasado desapercibidas para los ojos de una audiencia global.

Veamos por ejemplo el caso de The Office. Un tal Ricky Gervais abanderó allá por el 2001 otra pequeña gran revolución para televisión. La versión británica de The Office, que se mantuvo unas escasas dos temporadas, sirvió para descorchar la botella para la proliferación (empachada proliferación) de comedias con formato de falso documental. El irrepetible humor británico casaba con la picardía de una sutileza cómica que exigía al espectador entrar en esa oficina y comprender a sus personajes, sus gestos, mientras de telón de fondo se gestaba una de las mejores historias de amor vistas en televisión. Comedia a un nivel que no estábamos – ni estamos- acostumbrados. Y todo esto fue llevado al otro lado del charco. La versión estadounidense de The Office, con Steve Carrel a la cabeza, contó con más presupuesto, repercusión, temporadas y éxito. Aunque de nuevo, no podré nunca culparles. Cogieron el molde británico pero lo llenaron con sus propias ideas, creando una serie que mantuvo  – durante la mayor parte de su emisión  – la esencia de demoledora comedia de la versión británica, llegando más lejos que ésta. El propio Ricky Gervais participó como productor en varias ocasiones de este remake e incluso llegó a tener pequeños y memorables cameos en esta versión. Pero si el molde era británico, el mérito era también británico.

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De comedia en comedia, podríamos mencionar también el caso Wilfred. Sin duda el ejemplo menos conocido pero no por ello menos sintomático. La comedia australiana Wilfred era adaptada en Estados Unidos con el mismo nombre, planteamiento e incluso actor protagonista. Así pues, Jason Gann se volvió a disfrazar de perro para la cadena americana FX y volvió a ser el causante de que un apacible joven – en el caso americano, Elijah Wood –  que era el único que no lo veía como un perro normal, cuestione su propia cordura, vida y emociones.  Pocas comedias han retratado con un punzante humor negro la delgada línea entre la locura y la felicidad.

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Casos hay cientos. Shameless, de nuevo de origen británico, ha supuesto uno de los más sonados remakes norteamericanos, y en nuestras fronteras, Los Misterios de Laura. Y si algo tienen en común todos estos casos, es la constatación de la cada vez más asombrosa potencia de la industria cultural americana. Pocos conocían ‘House of Cards’, o ‘The Office’, antes de que las manos estadounidenses las moldearan y las distribuyeran a gran escala. Ahora consideradas series de culto, estas producciones originales tienen en su contra la inevitable comparación con las adaptaciones americanas, que gozan de más presupuesto, calidad técnica y repercusión. No obstante, les queda el gran consuelo, más premio que grillete, de ser aquellas que crearon esa idea original. En un mundo donde lo nuevo y lo original son términos de mitología audiovisual, y el copia-pega roza lo insultante, estas pequeñas hazañas de un pasado no tan remoto de pioneros descubridores de un oro que ha enriquecido a otros suponen un soplo de esperanza. Porque Kevin Spacey lo hace mejor que Ian Richardson, sí, pero fue éste último el primero, y eso es algo que hoy día, no tiene precio.