Título original: Everything Everywhere All at Once
Año: 2022
País: Estados Unidos
Dirección: Dan Kwan, Daniel Scheinert
Guion: Dan Kwan, Daniel Scheinert
Fotografía: Larkin Seiple
Música: Son Lux
Reparto: Michelle Yeoh, Jamie Lee Curtis, Jonathan Ke Quan, James Hong, Anthony Molinari, Audrey Wasilewski, Stephanie Hsu, Peter Banifaz, Brian Le, Andy Le, Tallie Medel, Jenny Slate
Productora: AGBO, Hotdog Hands, Ley Line Entertainment, Year of The Rat, IAC Films
Distribuidora: A24
Género: Comedia, Acción, Ciencia ficción, Aventuras, Fantástico
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«¿Cómo se hace para poder escribir sobre una película tan abrumadoramente honesta para con su título y por lo tanto ambiciosa, imaginativa y sorprendentemente emotiva?»
Así, con una pregunta autoconsciente y algo repelente, definiría a cualquiera que me preguntara sobre Todo a la vez en todas partes (Everything everywhere all at once), la nueva película escrita y dirigida por los Daniels (Daniel Scheinert y Dan Kwan, los Danieles para mí). No obstante, la pregunta realmente me la estoy haciendo mientras redacto estas líneas. Pues mi único precedente por estos derroteros era su rompedor debut, la desconcertante y tierna Swiss Army Man (2016), aquella cinta de culto en la que Daniel Radcliffe no para de peerse en pos de ayudar a un depresivo y solitario Paul Dano en busca del amor propio. Y este último término, ya en genérico, es sobre lo que pivota su nueva historia.
Así llegamos a parar a Evelyn Wang (Michelle Yeoh), una mujer china afincada en Estados Unidos con una vida de lo más ordinaria (con sus problemas económicos, conyugales y familiares), la cual se ve metida de lleno y sin apenas capacidad de reacción en mitad de una desenfrenada trama para salvar el multiverso (más absurdo y cotidiano que el de Marvel), dónde ella será la clave de todo. Hasta aquí uno no dudaría que estamos ante otra propuesta más de cine fantástico, bañado en un humor zafio y facilón y una buena dosis de artes marciales. Sin embargo, los Daniels proponen un viaje hacia adelante que nunca para de expandirse diametralmente, con la sexta marcha metida y sin posibilidad de acabar afirmando lo inaprensible que resulta la cascada de imágenes por minuto e ideas locas que vuelan de un universo a otro ante nuestros ojos.
Y eso sólo en su primera parte (sus 2 horas y 20 minutos se dividen en 3 “capítulos”). La segunda, con el camino totalmente allanado en el que el espectador ha comprendido que una película puede volver a sorprenderle, revela la obsesión primigenia que los directores han tenido desde que hicieran sus primeros cortometrajes: explorar y dinamitar cualquier convencionalismo de la narrativa fílmica para tratar los grandes temas universales y encontrar la extraña poética surgida de la intersección entre esta experimentación y la comedia sacada de los sketches más locos y libres de La hora chanante o Saturday Night Live. Dónde todo es tan infantil, escatológico y conscientemente ridículo que acaba por mostrarnos una verdad inherente, pero no por ello inesperada.
Ardua e insolente tarea, ¿verdad? Pues bien, lo han conseguido. Seguramente no todo el rato ni en todas partes, pero el conjunto en general desemboca en un imprevisible y brutal canto de amor a: la familia, como núcleo fuerte tanto de nuestros miedos e inseguridades como de las alegrías y aprendizajes más reconfortantes; el Cine, como arma de creación masiva definitiva, que no rehúye de su pasado (la película está plagada de guiños y homenajes) para, precisamente, poder continuar por el presente futuro fabricando fantasías nuevas y originales; y al propio concepto del amor, esa universalidad que nos hace conectar de verdad con otras personas y con nuestros yoes interiores. Algo que queda resumido de manera espléndida en el monólogo del personaje de Waymond (Jonathan Ke Quan) y que lo hermanaría con este momento de Swiss Army Man.
Y quien mejor que Michelle Yeoh para protagonizar esta locura. La actriz de origen chino de casi 60 años afronta el protagonismo con una entereza increíble. La misma que las de todas aquellas películas de acción de los 90 que la forjaron como heroína y que no cabe duda de que los Daniels han visto y venerado. La acompaña una genial y divertida Jamie Lee Curtis, que aporta uno de los mejores chistes de la cinta y una de las historias más emotivas de las múltiples narrativas que se entremezclan. Y también el ya mencionado Ke Quan. Sí, el mítico Data de Los Goonies (1985) o Tapón de Indiana Jones y el templo maldito (1984), que, hasta el año pasado, llevaba casi 2 décadas alejado de la actuación y aquí demuestra con creces sus habilidades de Taekwondo en sus magníficas escenas de acción. Y no nos olvidemos de otros secundarios como la emergente Stephanie Hsu o el veteranísimo James Hong.
Ya puestos, también habría que mencionar la labor de todo el equipo técnico y artístico de la cinta. Aunque la mención honorífica debería ser para Paul Rogers, montador del filme. Cuyo buen hacer da como resultado una auténtica barbaridad en lo que ya es el ejercicio más representativo y fiel de la realidad tan voluble que nos imbuye actualmente. Una de tantas cosas que tendrán que agradecer los que se acerquen a ver una de las mejores películas del año, de la década y ya un clásico generacional. O al menos lo es para mí. Y aunque me equivoque, yo intentaré seguir amando al prójimo de todas formas.
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Lo mejor: Su mensaje y sus formas tan inventivas, deslumbrantes y emotivas para transmitirlo.
Lo peor: Si no consigues abrir la mente y dejarte sorprender, es verdad que pesan demasiado los 140 minutos de metraje.
Nota: 10/10