Título original – Broker
Año – 2022
Duración – 129 minutos
País – Corea del Sur
Director – Hirokazu Koreeda
Guion – Hirokazu Koreeda
Música – Jung Jae-il
Fotografía – Hong Kyung-pyo
Reparto – Lee Ji-Eun, Song Kang-ho, Gang Dong-won, Bae Doona, Lee Joo-young, Bek Hyun-jin, Ryu Kyung-Soo, Kang Gil-woo, Song Sae-byeok, Sun-young Kim, Lee Dong-hwi, Choi Hee-jin, Park Hae-jun
Produtctora – Zip Cinema
Género – drama
El secreto del genio es dominar todas las facetas de su arte. No dejar cabos sueltos ni superficies por pulir. Que no caiga en la suerte la responsabilidad del proyecto: debe ir siempre más allá. Cuando la ficción fluye como la realidad y no se ve a través de las costuras, es ahí donde el cine y el arte llegan a lo más alto. El círculo se cierra para que pasemos a vivir una vida ajena, otra realidad paralela.
“Desde que veo películas vivo tres veces más”, decía un personaje en una cinta del también esplendoroso Edward Yang. Hirokazu Kore-eda hace tiempo que aprendió esta lección y, desde entonces, solo imparte su cátedra una y otra vez. Nuestro artesano genial vuelve con Broker haciendo lo de siempre y nosotros, felices, contemplamos su dominical paseo por la luna.
En esta ocasión, Kore-eda, que escribe, dirige y edita esta película, se atreve con un crossover tan apetecible que es imposible no ponerse nervioso. Para la película se ha trasladado a Corea del Sur y con ello ha mezclado dos de las fuerzas más intensas que hay en oriente: la nueva ola de cine coreano y su firma como director. Un caramelo que se las promete deliciosas.
Abre la película con planos de lluvia en las calles escarpadas y el cableado anárquico de Seúl. Pero la acción no se hace esperar: una mujer abandona un bebé frente a una caja, en una calle cuyo fin es este mismo. Con un simple golpetazo narrativo, uno está aún acomodándose en su asiento cuando el filme le mete de lleno. Y es que el abandono de bebés en Corea del Sur es una práctica habitual, no sin controversia.
En 2010, para intentar reducir el alto número de bebés abandonados en las calles o en basureros, el pastor cristiano Lee Jong-rak decidió poner a las puertas de su iglesia una baby box. Algunos lo creen valioso, pues salva vidas a niños destinados a morir, pero otros lo ven como dar rienda suelta a la irresponsabilidad en las relaciones y la maternidad. Kore-eda sencillamente abre el debate y lo desliza frente a nuestros ojos.
Después del shock inicial parece que el director nipón vuelve a las andadas. Toda la película es un drama familiar. Su última obra fue Un asunto de familia (2018), la aclamadísima cinta sobre una familia a la que no unen lazos sanguíneas sino el devenir de la vida y el amor. En Broker repite el mecanismo, aunque hay tantos matices que no deja de sorprender. Para hacerla se desplaza a Corea, pero es que a los pocos minutos comienzan olerse rasgos de una algo atípica road movie.
Habituados al costumbrismo y a los ejercicios de contención del maestro Kore-eda, la película comenzó con un ritmo elevado y cómico al más puro estilo Little Miss Sunshine, pues reúne a sus protagonistas en una furgoneta anticuada. Estos personajes y sus relaciones, como en todas las cintas del director, sostienen la película con su impoluta construcción.
Cuando la madre abandona al bebé –una portentosa Lee Ji-Eun, cantante coreana que rebosa personalidad en su actuación y que enamora a la cámara en diversos planos contemplativos–, dos trabajadores del centro de acogida raptan al bebé para venderlo clandestinamente. Entre ellos el inconmensurable Song Kang-ho, ya una eminencia en el mundo de la actuación. Convencen a la madre para que los acompañe en la venta, y por el camino se les une un niño escapado de un orfanato, que añade notas cómicas y vitalistas al film, especialmente la memorable escena en un tren de autolavado.
A su vez, esta variopinta banda es perseguida por dos mujeres policías que pretenden desmantelar a los traficantes de bebés. Este contrapunto argumental, sumado a la presencia no del todo lograda de la mafia, entremezcla y reinventa diversos géneros en una sola película, algo poco habitual en el cine de Kore-eda. Tal y como se suceden los acontecimientos, todos los personajes acaban por cambiar su posición inicial. Los traficantes terminan siendo gente adorable que quiere criar al bebé, la policía que quería cazarlos finalmente empatiza con ellos… Y se destapa que la madre fue la asesina del padre del bebé antes de toda esta aventura.
Cada personaje evoluciona y se mueve en tonalidades grises: los malos no son malos del todo y nadie es quien dice ser. “¿Bondad? Llevo años sin oír esa palabra”, reza la protagonista en una de las escenas más emotivas del filme. La película, como en oportunidades anteriores del director, retrata los bajos fondos de la sociedad con una perspectiva trágica aunque esperanzadora. “No haría el mismo cine de no haber nacido pobre”, comentaba Kore-eda en una reciente entrevista.
Una de las escenas más sublimes es la de la noria. La madre del bebé está a punto de ser detenida cuando se derrumba y confiesa ser una mamá horrible. Es entonces cuando uno de los traficantes trata de hacerla reír y le tapa los ojos con la mano. “¿Así te veré en televisión cuando te detengan?”, bromea. A ella apenas se le ve la mirada, pero sí cómo caen las lágrimas por su mejilla mientras la cabina alcanza su cénit. De fondo el mar y, a lo lejos, un parque de atracciones. Cuando el maleante comienza a quitar la mano, ella la sujeta en un intento de que siga cubriéndole el rostro. Y se abre en canal cuando reconoce arrepentirse de haber tenido un hijo.
El traficante, que es huérfano, responde que a él le hubiera encantado tener una madre como ella, y le ofrece criar todos juntos al bebé como la familia más extravagante del mundo. Varios minutos de plano fijo después, él aparta su mano. Los ojos tapados pueden verse al fin llenos de lágrimas, en una escena que se clava en el corazón como una bala que lleva esperándonos toda la vida. Es aquí donde ocurre el milagro, la sensibilidad sin parangón que construye, ladrillo a ladrillo, la historia del cine.
A todo esto le sumamos la maestría del director para que la película tenga ritmo en todo momento, dando acción cuando es necesario y también planos para que descansemos en los momentos oportunos. La música acompaña a las mil maravillas el latido de la película, una música suave y casi minimalista, lo justo para acompañar las emociones sin quitarle protagonismo al proceso interior de los personajes.
Los colores transmiten todo el tiempo emociones, en una paleta de verdes, rojos y azules. Y otras cuestiones como el valor expresivo de la comida, tan común en el cine japonés y en el coreano, hacen acto de presencia obligado en películas donde sus personajes luchan todo el rato contra la barrera de la incomunicación, que en las culturas orientales es aparentemente más fuerte que en ninguna parte.
También lo metafórico destaca con sutileza. Los planos iniciales de la lluvia que cae sobre la ciudad cuando es momento de entregar al niño. El agua cumple una función narrativa que Kore-eda utiliza en otras ocasiones para que la trama explote. En uno de los momentos más catárticos, ella moja su mano con unas gotas que acaban de caer aunque ya salió el sol. También es llamativo el uso de cámara en mano en una de las escenas, algo que Kore-eda apenas había utilizado hasta la fecha.
Es, sencillamente, una película de familia. Si alguien tenía alguna duda, solo hay que fijarse en el momento en el que el bebé enferma. Ahí se ve más claro que nunca. Todos se preocupan, se unen y, a través del amor hacia el bebé, luchan por una sola cosa: que se mejore. Da igual que su moral sea gris, que acaben de conocerse o no tengan lazos sanguíneos. Son una familia.