Este viernes 3 de mayo están en España de actualidad An Elephant Sitting Still y Atardecer (la primera por su estreno en salas y la segunda por su estreno en plataformas de vídeo bajo demanda, tanto en Filmin como en Movistar+) que, aunque sean películas aparentemente muy distintas en lo que a argumento se refiere, tienen un lugar común: la clara influencia que el cine de Béla Tarr ha dejado en ellas. ‘
Tanto Hu Bo (director de An Elephant Sitting Still) como László Nemes (director de Atardecer) han tenido una relación cercana de aprendizaje con el maestro húngaro Béla Tarr, Nemes fue operador de cámara en varias de sus películas y Hu Bo tuvo una relación de mentoría con Béla Tarr, y eso es algo que queda patente en ambas obras. Los principales recursos fílmicos que usan tanto Nemes como Hu Bo remiten con claridad al cine del director de películas como Sátántangó o Armonías de Werckmeister.
- El movimiento de Atardecer
En Atardecer, László Nemes toma como principal referencia el estilo que despliega Béla Tarr en Armonías de Werckmeister y El hombre de Londres, es decir, largos planos secuencia con complejos movimientos de cámara que pretenden conseguir el efecto de la abstracción en el espectador, no buscan tanto la legibilidad de las imágenes como la expresividad física de estas. Eso es algo que se deja notar fehacientemente en Atardecer donde la comprensión de la narrativa (parcial y poco clara) está completamente supeditada a la expresividad y comunicación de las metáforas que le interesan a Nemes. El film es un constante descenso al caos y a la destrucción, y de esta forma está filmado, convirtiéndose así en un reflejo preciso de lo vivido en el imperio austrohúngaro cuando este estaba precisamente en su atardecer.
- La quietud de An Elephant Sitting Still
Por otro lado, Hu Bo en An Elephant Sitting Still toma inspiración del Béla Tarr de Sátántangó con sus largas escenas que combinan duraderos planos fijos y sobrios movimientos de cámara para instalarse poco a poco en la retina del espectador. Hu Bo está interesado en los miles de momentos que hay entre el punto A y el punto B y por eso no escatima en metraje (la película tiene una duración de casi 4 horas), si bien es cierto que tampoco se regodea en la longitud de las escenas, como en Sátántangó aquí todo es largo, pero preciso y por eso cuando ha acabado con una cuestión pasa a la siguiente y a la siguiente y a la siguiente, hasta que llega el final que, como en la vida misma, pilla desprevenidos a sus personajes y tiene consecuencias irreversibles.
El genial cine de Béla Tarr sigue y seguirá muy presente en la cinematografía mundial y en la mente de los autores que buscan recursos cinematográficos sólidos, y eso es algo que se demuestra con estos dos grandes ejemplos.