Que nadie se confunda de cinta, aquí hablaremos de la ‘Oldboy’ surcoreana de 2003, dirigida por Park-Chan Wook. Además, este artículo NO contiene spoilers directos de la trama, pero es recomendable que el lector haya consumido la película antes de leerlo.
Basada en un manga del mismo nombre, Oldboy nos presenta a Oh-Daesu, un borracho, narcisista y despreocupado ciudadano que, de repente, desaparece y es confinado en una habitación durante quince angustiosos años. Como toda historia de venganza, esta experiencia sobrehumana deformará la personalidad y físico de Daesu, desarrollando una agresividad y seriedad contrarias a su «yo» pasado.
Hasta aquí, la premisa no suena muy innovadora o más interesante que las tropecientas cintas cuyo McGuffin (el elemento que hace que la trama avance) es la venganza pura. Sin embargo, esta aparente consecución de escenas de acción y sangre cuenta muchísimo más que las vivencias de un hombre enfurecido. Esta película habla sobre la naturaleza tramposa de la verdad y el sinsentido del revanchismo, así como de sus rasgos patológicos.
Durante su encierro, nuestro protagonista no conoce ni el motivo ni donde se encuentra, y solo se conecta con la sociedad a través de la televisión. Un medio que moldeará su forma de ver la realidad, en una cristalina crítica hacia la visión tan empequeñecida y desinformada de la esta que ofrecen las cadenas televisivas. Esto tendrá su paralelismo durante el tramo final con los constantes planos subjetivos que reflejan el voyeurismo y la ingente cantidad de espejos que observamos en la cinta.
Tiene una estructura de western (mucho mejor conseguida que su remake de 2013 que, estando canónicamente encuadrada en dicho género, no consigue los mismos logros) en una estética contemporánea. De hecho, sabiendo que forma parte de la denominada Trilogía de la Venganza, podemos hacer serias comparaciones con la trilogía del Dólar de Sergio Leone. Una tratando la venganza y la otra el dinero como ejes centrales.
Dentro del apartado artístico, hay una serie de patrones de colores y de simbolismos que llenan la película y la engrandecen. Por ejemplo, la cinta está llena de relojes y alarmas, así como relojerías o personajes dando límites de tiempo a Daesu. Además, la duración de quince años de encierro se repite constantemente. Todas estas referencias nos hablan del destino inamovible de nuestros personajes y por los que el tiempo pasa pero no cura.
También tiene mucha importancia la comida, que refleja los diferentes estados mentales de los personajes (como en la mítica escena del pulpo vivo). Sin olvidar que en el vestuario y los escenarios, el color y formas de los diseños de las paredes, reflejan también estos estados mentales cuadriculados y con potencial sangre en sus cuerpos.
Y es que el símbolo del desquite es el rojo. De hecho, hay una cruz en una señal de la calzada que nos habla de los peligrosos caminos por los que nos llevan el dolor y la pena.
El morado suele ir acompañando al rojo, que representa la consecuencia negativa directa de ejercer el rojo.
Por supuesto, se asocia claramente a los dos grandes personajes, ya que se les pone en las mismas situaciones a ambos, y nos dice que sus modus operandi no son tan distintos, siendo las dos caras de la misma moneda.
Con gran precisión y sabiduría a la hora de manejar y mover la cámara, Park-Chan Wook nos regala escenas inolvidables como el plano secuencia del pasillo donde Daesu se enfrenta a decenas de matones dispuestos a cargárselo como sea, donde nos quedamos con el protagonista y su martillo luchando contra objetos caseros.
Además, hay otro gran mensaje subyacente en Oldboy. En el Nuevo Testamento, Jesús pronuncia lo siguiente: «Y la verdad os hará libres». También afirmó Socrates lo mismo. Sin embargo, la película ofrece una visión contraria, en la que ir descubriendo los engranajes de la falsedad que ha vivido es lo que le encierra en una gran prisión mental y la que no le dejará seguir viviendo en paz.
En definitiva, una película inolvidable y muy representativa del cine coreano de principios de los 2000, que ha sido una gran influencia para otras grandes obras mundiales y también compatriotas coreanas como la reciente ganadora a mejor película en los Oscars de 2020, Parásitos.