En un mundo tan cargado de tópicos y temas recurrentes como es el cine moderno, se vuelve cada vez más frecuente la presencia de rebeldes con ideas locas, que en su mayor parte quieren, sobre todo, llamar la atención en el abarrotado universo cinematográfico. Los resultados son dispares, desde auténticas joyas a desastres absolutos, pero siempre, siempre son dignas de mención. Hoy comenzamos una serie de artículos dedicados a estas bizarradas cinematográficas con un añadido reciente: Turbo Kid.
El cine de ambientación post-apocalíptica siempre me ha parecido más que atractivo, desde que visionamos por primera vez la mítica saga de Mad Max. Los clichés de este trasfondo son más que conocidos: escasez de recursos, personajes que desean únicamente sobrevivir al borde de la locura, enemigos que hace mucho que cayeron en ella, y un claro mensaje catastrofista respecto al futuro inmediato del mundo. En los Ochenta y Noventa, Mad Max, Tank Girl, Waterworld, 1997: Rescate en los Ángeles, y un larguísimo etcétera de filmes hicieron las delicias de los amantes de este subgénero, hasta el punto de que cada cierto tiempo, resurge, con ejemplos recientes como El libro de Eli, la enésima versión de Soy Leyenda o la estupenda Snowpiercer.
Estos nuevos filmes, sin embargo, olvidan algo importante, y es que este subgénero nació no sólo para entretener, sino también como gigantesca burla, como una crítica muy poco seria a la sociedad, una sociedad que se abocaba al desastre más absoluto, y por eso, la gran mayoría se ambientaban en un futuro muy próximo, unos años Noventa que marcaban el fin de una civilización. Turbo Kid recoge esta idea como eje principal, y sólo por eso ya es una cinta realmente especial, pero comencemos a hablar de ella, que ya es hora.
Turbo Kid es el último resultado del trabajo de tres viejos conocidos del cine de serie B: Anouk Whissell, François Simard, y Yoann-Karl Whissell. Estos tres directores canadienses llevan más de diez años haciendo cine juntos, y sus películas son muy apreciadas por los amantes del cine de serie B, como puede verse en su obra Bagman (2004) o la loquísima Demonitron (2010). La idea para Turbo Kid procede de otra de sus películas, T es de Turbo (2011) en la que un chico consigue un casco que le otorga poderes.
En Turbo Kid, esa idea se vuelve más extrema. corre el año 1997, y el holocausto nuclear ha sacudido al mundo. Kid (Munro Chambers), el protagonista, ha sobrevivido solo al infierno nuclear, obsesionado con objetos y cómics del pasado, que colecciona mientras malvive en busca de agua, el bien más preciado. Una simpatiquísima -y psicótica- chica (Laurence Leboeuf) le meterá en un verdadero problema con Zeus (Michael Ironside), un señor de la guerra obsesionado con apoderarse de toda agua.
Este argumento sirve de soporte, y únicamente de eso, para una película que trata de homenajear a una época entera, a una forma de hacer cine, en un peligroso equilibrio entre la parodia y el sentido homenaje. Todo en la película sirve únicamente a esta complicada labor, desde la estupenda música, con melodías repletas de sintetizador y electrónica, a la ausencia casi total de efectos digitales. Aquí el protagonista no es un santo: es un proyecto de Max, de Demolition Man, de Tango y Cash. Si hay que matar, se mata, y sin ahorrar detalles. El antagonista no hace lo que hace por una razón melodramática: lo hace por que así desea hacerlo, porque está loco y tiene el poder para hacerlo. Y los intérpretes comparten la broma tanto, que es imposible no ver que se lo estaban pasando en grande mientras hacían la película, con una especial mención a un estupendo Michael Ironside, que se siente más que cómodo en el papel de Zeus, y vaya si se nota.
Como muchas de las películas de las que voy a hablar durante estos artículos, no es la mejor de la historia, ni mucho menos, pero sí que es más que digna de ver, especialmente acompañados por muchos amigos, alrededor de una pantalla. No es tanto una película, como la filmación de una idea en sí, por muy loca que sea. No es más que diversión, y no desea dar nada más al espectador. Y, por eso mismo, es tan buena película, a mi parecer, como cualquiera estrenada en nuestras salas en los últimos años.
Si conoces alguna locura de cine que creas que deba estar en esta nueva serie de artículos, no dudes en comentar en esta misma entrada -o las siguientes- con tu recomendación. La próxima semana, le tocará a una película llena de Nazis, OVNIS y un afroamericano blanqueado…