Walter, tengo una buena noticia para ti, estés donde estés. Tu legado sigue intacto, diez años después de que tus pantalones salieran despedidos por el cielo del desierto de Albuquerque. Diez años desde que te vimos en calzoncillos por primera vez, con pistola en mano, apuntándonos. Diez años ya. Así que felicidades, porque sin ti no estaríamos donde estamos. ¿Vivimos en la era dorada de las series? Sin duda, y esa hazaña descansa sobre tu brillante cabeza. Brillante por el ingenio con el que nos trajiste Breaking Bad, no por tu calvicie, que bueno, también.
Breaking Bad emitió su piloto hace diez años, en AMC. En esta década, el mundo ha cambiado, pero no ha olvidado. “La química es el estudio del cambio”, profetizaba el aún entrañable profesor de instituto ante su clase hace hoy justo diez años. El cambio de Breaking Bad no vino solo narrativamente en la propia serie, que nos ofreció uno de los casos más interesantes y cuidados de evolución de personajes que se han visto en la pequeña pantalla, sino que transformó el modo de consumir esas píldoras de ficción tan adictivas a las que llamamos series. Breaking Bad fue la bisagra de una puerta que nos mostraba un nuevo mundo del consumo, una palanca de cambio que comenzaba a dejar atrás los anuncios en mitad de los capítulos y se acercaba a la reproducción automática de Netflix y el retweet acalorado.
Breaking Bad fue un adelantado a su época. Y en eso cabe poca discusión. Imaginen que las desventuras de Walter White se estrenasen ahora, entre Stranger Things y Juego de Tronos. Tal vez ahora lograría aún más éxito del que tuvo. Porque ahora ese millón y medio solo de creyentes que vieron el primer piloto hace diez años sabría a poco. Y he ahí el increíble mérito de Walter White, y por el cual le felicito hoy. Porque en diez años de transformación absoluta del consumo televisivo, en pleno auge de las nuevas narrativas, del desdibujo entre cine y series y de la veloz caducidad de la calidad, Breaking Bad volvería a reinar por todo lo alto.
Porque la atemporalidad de su historia la hace aún valedora de trono y corona en el Olimpo seriéfilo, sin matices ni rival, aun con la abrumadora oferta de consumo que tenemos hoy día. ¿La clave? Lograr que empaticemos con el villano, en un contexto, también es cierto, ya amasado por Don Draper y Tony Soprano, en plena vorágine del anti-héroe y de los Caballeros Oscuros de la televisión, un legado que ha continuado con Narcos, House of Cards o Bojack Horseman.
Y porque, al fin y al cabo, Breaking Bad es aún hoy un magnífico manual de instrucciones que futuras producciones deberían empollar. Sesenta y dos capítulos en cinco temporadas de deberes y estudio. ¡Ojalá! Al menos si quieren lograr desarrollar una trama con sentido, hacer creíbles situaciones increíbles y construir un puñado de personajes dramáticos al servicio de un guion que parecía pensado desde el minuto uno para no sacar ni un bostezo. Y todo ello sin caer en la irresistible tentación de prolongar el cierre de la historia cuando se encontraba en su cénit absoluto tras la entrada en juego de Netflix poco antes del estreno de su última temporada. No se emborracharon del éxito, y no murieron por él.
Felicidades Walter, de corazón. Felicidades por tus manipulaciones, por tu ingenio, por tus lecciones de química, por tu sinrazón y avaricia. Felicidades por ser el villano y que te amásemos hasta el odio. Felicidades por mantener una leyenda, y que aún resuene por las calles de Internet el nombre de Heisenberg. Felicidades por conservar tu figura en esos calzoncillos blancos. Felicidades por intentar atrapar a aquella maravillosa mosca. Felicidades, Walter White. Al final, has ganado.