El castillo ambulante cumple 11 pacíficos años

“No soporto el fuego de la pólvora, es un fuego que no tiene ninguna clase”, Cálcifer.

2004 Hauru no ugoku shiro - El castillo ambulante (foto) 06

Se cumplieron ayer, 20 de noviembre, 11 años del estreno de El castillo ambulante y, aunque sé que no es un aniversario redondo, este momento que atravesamos tras el golpe a París el pasado viernes y todas la consecuencias que arrastramos y arrastraremos, merece una dosis de Miyazaki en vena. Y es que, estrenada en 2004, año en el que los bombardeos sobre Iraq eran incesantes, Hayao Miyazaki y su equipo produjeron esta película con mensaje antibelicista, uno de los grandes valores de Studio Ghibli. No os voy a decir que os obligo a verla porque es como muy autoritario y ya están otros para esos menesteres, pero os voy a intentar convencer para que os decidáis a  disfrutar de ella y os olvidéis por un momento de la locura humana.

«No asistí al evento por una sencilla razón: Me parecía deshonesto ir un país que actualmente está bombardeando Iraq», Hayao Miyazaki sobre por qué no asistió a recoger el Oscar 2002 a mejor película de animación por El viaje de Chihiro.

En un mundo en el que la magia forma parte del día a día, Sophie no puede escapar de un encantamiento lanzado por la malvada bruja de páramo. La protagonista se convierte en anciana y la maldición le impedirá contarle a nadie qué es lo que ha sucedido. A sabiendas de que el poderoso (y temido) mago Howl se encuentra con su castillo ambulante por los alrededores de la ciudad, decidirá acudir a él con la esperanza de que pueda deshacer el molesto embrujo. Lo que mi querida Sophie desconoce es que Howl sufre la peor de las maldiciones y que solo ella será capaz de romperla.

«Menuda ñoñería», pensará alguno llegados a este punto. No, no es la típica historia de «solo un beso de amor romperá la maldición». Nada en El castillo ambulante es típico, empezando por el propio castillo. «¿Y a esto lo llaman castillo?», se pregunta Sophie cuando lo ve por primera vez. Y es que, como podréis observar en la imagen de arriba, esa cosa destartalada no parece más que un trozo de chatarra con patas. ¿Quién vive en este atípico lugar? ¿El príncipe, el hada buena, el bondadoso rey de un país lejano que conoce el secreto para deshacer los encantamientos? ¡No! Es un malvado brujo, famoso porque, según dicen, se come los corazones de las jóvenes hermosas. No obstante, en su primer encuentro con una Sophie todavía joven la rescata de las garras de unos soldados acosadores. Sí, soldados, esos respetables señores que protegen a los civiles del enemigo. La película se desarrolla en un mundo en guerra. Una en la que no se sabe muy bien por qué se está luchando; y no llegaréis a saberlo nunca. Eso sí, los civiles la toman como algo normal y lógico, unos civiles que son los grandes perjudicados de los bombardeos continuos. Mientras tanto el rey se dedica a planear estrategias en su bien defendido palacio. Si no sentís el paralelismo es que no vivís en el mismo mundo que yo.

Voy a abandonar aquí mi discurso político que, si no, me pierdo y lo que quiero es venderos dos horas de magia de la que solo Miyazaki sabe hacer. Unos sortilegios completados con el trabajo del alquimista Joe Hisaishi, encargado de las bandas sonoras del director japonés desde su primer trabajo: Nausicaa del valle del viento. En esta ocasión el compositor nos marca un ritmo de vals con «Merry go round of life». Un, dos, tres…Un, dos, tres… Y así a lo largo de gran parte del filme. Un gran salón de baile donde la narración se mueve a ritmo de vals. Nota cómo tu corazón comienza a palpitar al ritmo de la historia y se inflama de una calidez que al final de la película amenazará con abrasarte.

Juega Miyazaki, como de costumbre, con la contraposición entre los colores fríos, a los que identifica con la naturaleza, y los cálidos, a los que relaciona con la pérfida mano del hombre. Las bombas, los uniformes de los soldados, el castillo del rey, frente a las grandes extensiones azules de los lagos y del cielo con sus esponjosas nubes inmaculadas y del extenso verde de las praderas. Es curiosa también observar esta distinción de colores en la vestimenta de los personajes. Sophie, con su vestido azul, frente a la superficialidad  de su hermana y de su madre que visten de rosa. También es curioso el cambio cromático que sufre la vestimenta de Howl que, por cierto, tiene los ojos azules. La única excepción a la regla es Cálcifer, el fuego que cuida del castillo ambulante, que representa el calor del hogar.

Curiosidades

  • El castillo ambulante es una adaptación de la novela homónima de Dyane Wynne Jones (1986), que forma parte de una trilogía. Las otras dos partes no se han adaptado y Studio Ghibli dejó un final totalmente cerrado. Sinceramente, espero que todo se quede como está.
  • La película se aleja de Japón, escenario habitual de las historias de Miyazaki, y se traslada a una villa de estética franco-germana. El director se inspiró en la ciudad de Colmar, en Francia.
Colmar Francia Castillo
Colmar (Francia).
  • Mamoru Hosoda, una de las grande esperanzas para el cine de animación japonés, estuvo a punto de dirigir el filme. Actualmente ha estrenado The boy and the beast, que ha cosechado grandes elogios de la crítica. En el pasado Festival de San Sebastián recibió una acalorada ovación. (Yo solo pido que la estrenen ya en España, estoy impaciente).
  • Bueno, quizás esto no es una curiosidad, sino una observación (personal). Aunque situada en el pasado, en El castillo ambulante vemos ciertos objetos anacrónicos. Tampoco anacrónicos porque no es que sean actuales, son una invención, o una copia de unos aparatos que nunca llegaron a existir. Esa especie de zeppelin con alas, las «tablas de surf voladoras» (término acuñado por una servidora, no lo toméis en serio) y todos esos aparatos de guerra me recuerdan a los bocetos de Leonardo Da Vinci. Si alguna vez tuviera la oportunidad de entrevistar a Miyazaki le preguntaría si se inspiró en los dibujos del gran maestro italiano.
Boceto original de Da Vinci.
Boceto original de Da Vinci.