Título original: Cuando acecha la maldad
Año: 2023
Duración: 99 min.
País: Argentina
Director: Demián Rugna
Guion: Demián Rugna
Fotografía: Mariano Suárez
Música: Pablo Fuu
Reparto: Ezequiel Rodríguez, Demián Salomón, Silvina Sabater, Virginia Garófalo, Emilio Vodanovich, Marcelo Michinaux, Lucrecia Niron
Compañías: Shudder, La Puerta Roja, Aramos Cine, Machaco Films
Género: Terror
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Hace meses ya que me rendí a los pies de Mariana Enriquez, la escritora argentina que ha empujado a este amante del terror a abrazar el género con una pasión inaudita. Leyendo sus obras pienso en innumerables cosas, pero una de las que se podrían rescatar de ese torbellino de ideas viscosas es en lo compremetidas que están sus historias con el suelo que están pisando. Nos explicaba la autora hace poco en una charla que Argentina es una tierra donde los muertos nunca están enterrados demasiado profundo ni desde hace demasiado tiempo. Los fantasmas de Enriquez en Nuestra parte de noche parecen brotar de un pasado que no lo es tanto —uno que, de hecho, parece estar ocurriendo— de la misma forma que los de Demián Rugna en Cuando acecha la maldad parecen despertar de un futuro casi inminente —uno que, de hecho, acaba de empezar—.
El director de Aterrados nos sumerge en un oscuro cuento rural que advierte de la naturaleza vírica del terror. Como si de una especie de reescritura de El incidente de M. Night Shyamalan se tratara, Rugna presenta una pesadilla colectiva donde lo invisible de la maldad y lo explosivo de sus secuelas situán al espectador en un ininterrumpido estado de inseguridad. Cuando acecha la maldad es pura crueldad, un carrusel de imágenes sin piedad condenadas a permanecer en tu retina. Siempre más cerca de Funny Games que de Martyrs, esta macabra road movie familiar —otra rima con Nuestra parte de noche— ofrece una hora y media de horror visceral, de ese que se observa más con el cuerpo que con los ojos.
Sin embargo, lo que hace grande a lo nuevo de Rugna no es tanto lo efectivo de su terror físico, ese que se siente como quitarte una tirita del tirón, sino lo monumental de su sutilmente ambiental puesta en escena, esa que se va infiltrando poco a poco en tus venas. Cuando acecha la maldad traduce lo ambiguo, esquizofrénico y estremecedor de la literatura de H.P Lovecraft hasta convertir la Argentina rural en la sede de una adaptación incolora de El color que cayó del espacio (o una revisión del cuento desde el punto de vista de un daltónico incapaz de detectar el misterioso color pero sí de darse cuenta de que se está volviendo loco).
Este festival de muerte y putrefacción no sería tan atractivo si no viniera acompañado de una sugerente mitología patria capaz de convencernos de que detrás de lo físico se esconde algo cósmico. Tras la agresividad de su primera mitad, uno acaba por sentirse cómodo en la incomodidad que nos propone Rugna, encontrando calidez en la frialdad de un mundo abandonado de la piedad gracias a unas actuaciones comprometidamente familiares y a una narrativa siempre alejada de pretensiones. Difícil no sentirse como en casa entre unos fotogramas que consiguen destilar el mismo aroma que la etapa más lovecraftiana de John Carpenter —In the Mouth of Madness, The Fog e incluso Village of the Damned—, tan comprometida con los efectos practicos como con las comunidades amenazadas por la paranoia, lo inmaterial o por niños malrolleros (o por todo a la vez)
No me sorprende que Cuando acecha la maldad haya causado furor en su travesía por los festivales de género, con su premio a mejor película en el festival de Sitges como guinda del pastel (¿qué se debe sentir al ganar Sitges?). El mal augurio de Rugna mantiene un equilibrio envidiable entre el Necronomicon y el tren de la bruja, entre cerrar los ojos y sonreir con culpabilidad. Supongo que se podría escribir algún otro párrafo sobre cómo esa maldad que en teoría acechaba Argentina ha acabado por aterrizar en ella (¡y en su cine, recordemos que numerosos cineastas argentinos han denunciado que Milei busca desarticular la industria cultural, incluyendo la cinematográfica mediante el desfinanciamiento del INCAA!). No creo que sea casualidad que una película tan profética como Cuando acecha la maldad nos resulte tan terrorífica —¡imposible no sentirse crónicamente acechado por el presente!—.