Tenemos mucha suerte, muchísima. Todos somos críticos, teóricos, historiadores, directores, guionistas, sheriffs del condado y líderes de gimnasio. Estamos dotados de una capacidad pasmosa para delimitar los límites de lo real y de lo abstracto, podemos definir a la perfección todo aquello que nos rodea y, lo más importante, tenemos la obligación y el placer de castigar a cualquiera que nos ponga un ‘pero’ por delante.
El cine es un arte, el más grande, el que unifica al resto, que los gobernará a todos, los encontrará, los atraerá y los atará en las tinieblas. Es nuestro coto privado de disfrute y también el pedestal que nos permite ver desde la cima del Olimpo como los mortales se equivocan continuamente.
Insisto, el cine es un arte, pero no nos confundamos, no es de todos. Es solo nuestro. Lo que yo entiendo por cine es lo que se podía leer en las tablas que bajó Moisés del monte Sinaí. Si vuestro cerebro os da para tanto os podéis unir a mí, si no tienes esa suerte, quiero que sepas que lo siento mucho y que puedo darte palmaditas en el hombro de compasión hasta que acabe el mundo.
Y al igual que yo tengo mi academia del conocimiento vosotros podéis crear las vuestras donde escribir la ley definitiva que construya los muros de los guetos donde moriremos solos, pero teniendo la razón absoluta.
De esta manera conseguiremos llegar a la contradicción definitiva, porque todo será cine y nada lo será al mismo tiempo. Para algunos ver una película polaca en blanco y negro será un hecho en sí pretencioso; para otros ver cine doblado será un insulto a la inteligencia y una indudable muestra de vagancia y falta de interés; para otros ver una película en un ordenador es una vergüenza absoluta, una actitud terrorista con el único objetivo de demacrar una obra; habrá quien considere que el cine de Hollywood carece de calidad, intención e identidad; algunos abrirán los ojos y rechazarán toda aquella película que amaron antes de tener un criterio formado, lo siento Space Jam, ya no te puedo querer; algunos le gritarán a Spielberg que El Diablo sobre ruedas no es cine porque era un telefilme; otros harán todo lo que digan los grandes directores que ahora definen qué es cine, porque cuando ellos fueron jóvenes siempre hicieron caso a sus mayores, ¿no?…
Uníos a un club o formad el vuestro, agitad con fuerza vuestra bandera y dejaos la garganta para dejar claro que nadie aprecia el auténtico cine como vosotros, los verdaderos privilegiados.
Si os preguntan qué tipo de cine os gusta ya sabéis la respuesta: EL CINE DE VERDAD.