Analizamos las causas de la decadencia de ‘House of Cards’, una de las series más aplaudidas de los últimos años y el porqué de su desapercibido final.
Al funeral de un rey todos acuden en masa. Se derraman lágrimas, ya sean de cocodrilo o no, y se lamenta la pérdida del monarca. Pero, ¿se había visto antes enterrar a un rey en soledad y en silencio? House of Cards fue rey. La ficción original de Netflix abrió camino a la superconsumición de productos televisivos en plataformas y durante años fue la serie más celebrada por público y crítica. Por eso resulta difícil explicar lo desapercibido que ha resultado su final. El último fundido en negro de esta trama política fue recibido a finales del pasado año con un hartazgo inaudito para un producto de este calibre. Y es que no era para menos. House of Cards tenía ya poco que ofrecer. Al igual que en la política real, los largos mandatos producen tedio. Pero, ¿qué falló?
La respuesta más inmediata llega con el escándalo de Kevin Spacey y la obligada marcha de su personaje, Frank Underwood, de la ficción. Underwood era el pilar sobre el que se basaba la serie; era el icono, la imagen de marca, el logotipo. Y si vemos cómo quedan las series tras la marcha de sus protagonistas observamos como pocas aguantan el tipo. The Office perdió a Steve Carell y Dos hombres y medio echó a Charlie Sheen. Ambas perdieron a millones de espectadores por ello. House of Cards no iba a ser menos.
Pero los males de House of Cards venían de una raíz más profunda: abandonó su propio concepto. El buque insignia de Netflix había perdido la orientación por completo y no encontraba costa ni faro para encontrarse. A la serie sobre política le faltó política en su historia. Una cosa es que House of Cards fuera política ficción y otra diferente es la deriva de política espectáculo, circo y fantasía que tomó en sus últimas bocanadas. Ahí fue cuando tiró de asesinatos y situaciones hiperbólicas para evitar los bostezos del espectador. Las muertes increíbles en dramas políticos son el equivalente como gancho a las bodas y embarazos en las sitcom, una obligación narrativa cuando en la mesa de guion empiezan a quedarse sin aire fresco desde el exterior por llevar demasiado tiempo encerrados. Si bien es cierto que los asesinatos siempre han sido parte íntegra de la serie (hasta en la versión original británica de la BBCC), su justificación era cada vez más y más descabellada. El desapego con la historia por su inverosimilitud llevó al límite la paciencia de muchos, sobre todo por romper la promesa de tratarse de una serie realista en su discurso.
La marcha de Kevin Spacey no ayudó, pero no es excusa: la serie llevaba ya tiempo languideciéndose con una herida sin curar más profunda que ya ni los forzados monólogos a cámara podían maquillar. La culpa desde luego no fue de Robin Wright, maravillosa en su interpretación de principio a fin, sino de la historia que le proporcionaron, confusa y sin rumbo.
Y llegamos al siguiente motivo del hundimiento: los personajes no tenían objetivos. Una de las críticas más recurrentes que recibe The Walking Dead es su incapacidad para proporcionar nuevas motivaciones en sus personajes más allá de la pura supervivencia. Es tremendamente denso basar una historia de tal extensión sobre esta premisa. Los personajes necesitan nuevos objetivos. En House of Cards la lucha del poder por el poder como motor y destino forzó increíbles piruetas narrativas para mantener en un absurdo las motivaciones de sus personajes. Si bien en las primeras temporadas nos aferrábamos a las ansias de poder de Frank Underwood por llegar a la presidencia de los EE. UU, una vez logrado el objetivo la serie quedó huérfana de horizonte.
Por otro lado, los nuevos personajes que subían a bordo para achicar agua tan solo aumentaban el peso de la embarcación, que se hundía más y más deprisa. Las tramas sin cauce trataban de dotar de complejidad a una historia ya seca. En su última temporada, ante la ausencia de Kevin Spacey, el personaje de Frank Underwood estuvo precisamente más presente que nunca; siendo mencionado en cada escena, recordado en cada diálogo. La propia serie no pudo seguir la caminata sin él. Resultó ser una conclusión apresurada, sin aire para respirar, con tramas abiertas para ser cerradas rápido, y personajes con calzador y sin carisma alguna.
House of Cards perdió una oportunidad única de cerrar con altura de miras su final. Hubiese sido una decepción si alguien le hubiese prestado atención. Porque el rey murió solo.