Hace no demasiado, me dio por escribir sobre la injusticia de que acaben las series. La vida da muchas vueltas, porque ahora quiero escribir sobre la injusticia de que las series no acaben. En estas coherentes contradicciones me muevo. Claro que cuesta poner punto final a las cosas. Pero ay, así es la vida. Vive y muere joven, mejor que acabar como un viejo perro rockero. No estoy puesto al día en cuanto a legislación se refiere, de cómo se está abordando el polémico tema de la eutanasia en las series de televisión. Mi mente progre me pide a gritos que se dé luz verde. ¡Dejadlas ir en paz!
Pensad en Homer. Yo me compadezco de él. Porque aquel señor amarillo que caricaturizaba todo lo absurdo de este mundo, se ha convertido, a base de fusta y de cargar con la piedra de la rentabilidad, en una embarazosa caricatura de sí mismo. Ahora, pobre de él, lo ponen a plagiar a los que una vez lo plagiaron él. El caso de Homer Simpson es paradigmático y extrapolable a un sinfín de series (casi todas comedias), y que simboliza la degradación y caída de una producción televisiva estrella. Porque a Homer lo mataron. Al igual que a muchos otros.
‘Cómo conocí a vuestra madre’ estaba bien. Era una serie fresca, original y que se había ganado, sin caer en el plagio (o no de forma descarada), a ser sucesora de ‘Friends’, al igual que ésta hiciera con ‘Seinfeld’ (y así podríamos seguir tirando del hilo). ‘Como conocí a vuestra madre’, como ‘Los Simpsons’, murió cuando lo hizo su personaje estrella, en este caso, Barney Stinson. Pero como no fue una muerte oficial, la indujeron al coma, y así la dejaron respirar, y sufrir, años de forma innecesaria, casi sádica.
Es importante aquí, no confundir muerte con evolución. Los personajes en comedia deben evolucionar. Permanecer años estancado en el mismo patrón resulta tedioso (¿verdad, ‘Dos hombres y medio’?). A mi cabeza vienen los rostros de Ron Swanson en ‘Parks and Recreation’, de Niles Crane en ‘Frasier’ o Michael Scott en ‘The Office’ para defender que se puede evolucionar sin morir.
Tanto daño hace la ausencia de evolución como el exceso de ella. Porque cuando se excede, se rompen personajes y traicionan fans. La improvisación, las ganas de un efectismo desmesurado y el temor ante el inmovilismo, propiciaron la muerte de Barney Stinson. Como a su serie, lo dejaron en coma demasiado tiempo. Habría que haber desenchufado mucho antes.
Algo similar pasa con otro astro de masas en la pantalla pequeña. Sheldon Cooper fue asesinado, y siento ser yo quién os lo diga. Cuando el arco de actuación de un personaje principal cambia de forma forzada (nada tiene que ver si se hace rápido o lento), y queda reducido a una caricatura de sí mismo, la serie pierde vida. Pero la tozudez, y claro, los dineros, hacen que el coma se postergue hasta lo inevitable.
Con la decadencia de este personaje estrella, viene la decadencia en la calidad de la serie, tanto narrativamente (falta de ideas), como humorísticamente (ideas malas). Se cae en el refrito, y en última instancia, segundos antes de tomar la decisión de desenchufar y proceder a la eutanasia, se agarran a la nostalgia como arma arrojadiza. “¿Os acordáis de cuando esta serie molaba? Nosotros sí.”. Y ahí meten el episodio recopilatorio de mejores momentos, o recuperan tramas antiguas sacadas de la chistera. (¿Hacía falta explicar el incidente de la piña?).
Tal es el grado de similitud entre todos estos casos, que hasta se puede situar de forma casi unánime, sin necesidad de autopsia, el momento en el Barney, Homer, Sheldon, y todos los que no caben aquí, murieron. Fue en la quinta temporada. Bueno, en las series de animación, el hastío y la decadencia tarda más, y en el caso de Homer esto sucede en la décimo quinta temporada. ¡Corran y compruébenlo! Y he ahí el problema. Que desde que deciden que el personaje principal se arruine, hasta que la serie finaliza, pasa demasiado tiempo. Cuatro temporadas en ‘Cómo conocí a vuestra madre’. Cinco en ‘Big Bang Theory’. Dolorosamente indefinidas en ‘Los Simpsons’.
La eutanasia es un tema complejo. Pero en las series no debería serlo. A veces hay que admitir la derrota, por muy bien planteada que esté la batalla. Homer Simpson está muerto. Démosle un entierro digno porque se lo merece. Pero dejemos de tenerlo metido en un muy real Weekend at Bernie’s (Este muerto está muy vivo). Que no hay nada más duro que enterrar a un héroe como si de un villano se tratara.