Fotograma de 'El canto de las manos blancas'.

‘El canto de las manos’, un consuelo frente a la hipocresía de la alta cultura

 

Título original: El canto de las manos

Año: 2025

Duración: 92 minutos

País: España

Dirección: María Valverde

Guion: María Valverde

Reparto: Gustavo Dudamel, José Gabriel Abarca, Jennifer González, Gabriel Linarez

Música: Nascuy Linares

Fotografía: Andrea Mezquida-Torrent

Compañías: Coproducción España-Estados Unidos-Venezuela.

Género: Documental

Crítica en Letterboxd

A lo largo y ancho del indeterminado número de géneros cinematográficos existentes, el más inconformista de todos ellos es, sin duda alguna, el documental. Este último año no son pocas las películas que, además de mirar hacia una realidad con minuciosidad, han terminado revisando y jugando con su propia lente. Sin embargo, El canto de las manos, el primer largometraje de María Valverde no es uno de ellos.

El documental es un testimonio colectivo de la creación como inspiración y resistencia. Una exploración sobre esta convivencia tan contradictoria que relaciona el arte con lo precario. Valverde prefiere no mojarse y, a pesar de las dificultades que enfrentan sus protagonistas día a día, se mantiene en el lado de la esperanza. Pero cuando su cámara inmortaliza a la alta cultura que se exhibe y se presume encima de un escenario, también alcanzamos a ver más allá, al cinismo que se oculta tras bambalinas.

Gustavo Dudamel, uno de los directores de orquesta más conocidos del mundo, vuelve a su Venezuela natal para apuntar con la batuta hacia una agrupación inclusiva de músicos sordos, el Coro de las Manos Blancas, con el reto de llevar a escena en clave de lenguaje de signos Fidelio de Beethoven. Más allá de Dudamel y sus apariciones esporádicas y casi mesiánicas, El canto de las manos acierta, sobre todo, en su seguimiento de Jennifer, Gabriel y José. Tres artistas del coro que reciben esta noticia como un soplo de ilusión.

El canto de las manos
Fotograma de ‘El canto de las manos’. (Foto: Filmin)

La cámara de Valverde es inquieta, temblorosa y en ocasiones indecisa. El filme sigue estas a tres personas alimentadas a base de arte desde de su selección como los intérpretes principales en la única ópera del maestro alemán hasta su gran día sobre el escenario. Estamos con ellos cuando cocinan sobre un fogón apoyados en un par de bloques de ladrillo, entregan su currículum en los supermercados del barrio e incluso cuando esperan con ansias la llegada de un nuevo integrante a la familia.

El canto de las manos consigue con relativa facilidad que entendamos las aspiraciones y asperezas que atraviesan la vida de estos tres artistas sordomudos. Su fe ciega en la interpretación y la creación colectiva, en la transformación interna por medio de la emoción y el juego artístico. Pero su devoción, entendemos después una hora y veinte, ha sido hasta ese momento un acto de caridad. Después de largas sesiones de ensayos, trabajo y de haber actuado frente al opulento Walt Disney Concert Hall de Los Ángeles, sabemos que será a partir del éxito que por fin comenzarán a pagarles.

Por todo esto, el filme de María Valverde es toda una indagación en la capacidades revitalizantes y casi terapéuticas del arte. La fuerza y expresividad que poseen las imágenes de este carismático coro de artistas son ya de por sí emotivas, sin embargo, el documental no les permite apoderarse completamente de su propio relato. En El canto de las manos se vislumbra una suerte de mirada hollywoodiense que, por desgracia, obliga al “y fueron felices y comieron perdices” y desvirtúa una buena parte de la crudeza y sinceridad de Jennifer, Gabriel y José.

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