Martini con Liria (XVIII): El ‘western’, género definitivo (Vol. I)

Soy consciente de que muchos que se encuentran leyendo esto (incluso habiendo clickado en el artículo), no podrán disociar en su cabeza el western como:

a) Un género antiguo ya muerto

b) La televisión autonómica

c) Películas lentas, aburridas y repetitivas

Y probablemente no les falte razón en alguno de estos puntos. Pero es vital trascender estos conceptos (que en el fondo, no dejan de ser estereotipos) para comprender la relevancia y escenario real de la tesis que tantos autores y un servidor sostenemos: el western representa el género cinematográfico por antonomasia.

La reproducción de personajes arquetípicos, componente principal del cine clásico -la elaboración de modelos estáticos y predecibles para la identificación veloz por parte del espectador- surge no de manera artifical o casual en este género: el Oeste americano aún no había perecido para cuando el invento de los hermanos Lumière había nacido. En cierta manera, es el único escenario histórico que coexiste con el cine de manera simultánea, ya que eventos como las dos guerras mundiales sucedieron casi medio siglo después. Por lo tanto, el western no se concibió como una vista al pasado, como por ejemplo sí lo fueron la película argentina La Revolución de Mayo (1910) o el Napoleón de Le mémorial de Sainte-Hélène (1911), sino más bien como un retrato en tiempo y espacio real de una parte de la población del medio-oeste que aún no había transitado hacia el diseño urbanístico de las grandes ciudades de la costa de California u otras como Chicago o Boston. The Great Train Robbery (1903), la obra magna del denominado «padre» del western, Edwin S. Porter, es sin duda alguna el gran exponente que influenciará de forma seminal el resto de artistas del género.

Así pues, el género de vaqueros y forajidos recoge en su haber elementos de la antesala, el desarrollo y el resultado de la sociedad norteamericana en transición a la edad contemporánea. Este punto es de vital importancia para comprender cómo el actor por excelencia del western, John Wayne, evoluciona de un joven caballeroso y progresista en Stagecoach (1939) a un rudo y terco sheriff en Rio Bravo (1959), elevándose de manera definitiva en el enfrentamiento de derivas de pensamiento entre éste y el personaje de James Stewart en The man who shot Liberty Valance (1962): mientras que Stewart es un abogado recién licenciado que condena la violencia con el Código Penal en la mano, el personaje de Wayne ha vivido una realidad distinta a la que aún está anclado y en la que la Ley no llega a todos los lugares y circunstancias; mientras que el revólver sí.

western john ford
John Ford (1894-1973)

Excepto en el caso de Rio Bravo (aunque su director, Howard Hawks, es el discípulo legítimo del director del que hablaremos a continuación), las películas mencionadas pertenecen a John Ford. Si John Wayne es la figura interpretativa definitiva del género, John Ford es el autor visionario de todos y cada uno de los elementos que influenciará el western hasta comienzo de la década de los sesenta, justo antes de la irrupción de Sergio Leone y las producciones europeas.

Ford no sólo marca los rasgos estilísticos más reconocibles (el héroe tosco, los paisajes infinitos, la dualidad entre el salvajismo y la civilización), sino que su propia filmografía marca la evolución del género y su deriva como autor per se. Así como Wayne evolucionó de héroe joven a viejo obstinado, Ford transitará el paradigma desde una visión simple y ligera (si es que podemos hablar en esos términos del cinematógrafo americano por excelencia del siglo XX) a una reflexión filosófica, moral e humanista ecléctica y de un valor histórico único.

Como mencionábamos anteriormente, John Wayne es el único ocupante de la diligencia que, consciente o no de su oficio, trata a la prostituta como el resto de personajes e incluso muestra un interés amoroso hacia ella. «Ringo Kid», el personaje de Wayne, es un forajido solitario pero progresista frente a caricaturas como el sheriff, el médico borracho o la esposa del capitán de caballería, que se opone de manera desdibujada a las convenciones morales y religiosas de la época. En contraposición a esta silueta (saltamos del año 1939 a 1956), está Ethan Edwards, el personaje de Wayne en The Searchers (1956), un soldado de la Guerra Civil americana que, tras años malviviendo en el desierto, vuelve a su hogar para a los pocos días unos indios masacrarla y secuestrar a su sobrina. Casi podríamos trazar una línea directa entre «Ringo Kid» (que recordemos, ‘Kid’ significa ‘niño’ en español) y Ethan Edwards, tratándose de la evolución de un mismo personaje con una guerra civil y veinte años más a sus espaldas.

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Fotograma de ‘Stagecoach’ (John Ford, 1939)

Es plausible afirmar, por consiguiente, que existe un arco amplio de evolución sólida y lógica de, como mínimo y si se prefiere, la selección de personajes de John Wayne a través de su travesía en el género western. Conjugando la línea artística trazada por el dúo más conocido de la historia del cine, podemos comprobar cómo, de forma paralela y no tangente, John Ford trata el Oeste americano de forma más pesimista a la par que acaece la desaparición real y gradual de esta época, mientras que John Wayne transgrede la imagen de un joven progresista a la de un vaquero rudo de pocas palabras, practicante de la ley antigua y salvaje del revólver. El primero, materializa el trascurso de la historia y de su propia vida en el ocaso de una civilización; el segundo, adapta el cambio de mentalidad y evolución natural del salto generacional marcado especialmente por los combatientes de las dos grandes guerras y los hijos de éstos, que serán los hippies antibelicistas de Woodstock y las víctimas del Vietnam de finales de los sesenta. Así, la tesis inicial queda como altamente probada: no es que el género western se comporte como tal por el simple desarrollo de la historia americana y personal de sus protagonistas, sino que éstas condiciones se suceden a la par que la evolución del celuloide a partir del primer cuarto de siglo, conformando al cine del Oeste como elemento inseparable y esencial de su propio medio.

En el Martini con Liria nº 19, analizaremos cómo esta visión pesimista de Ford estaba infundada en hechos que se tornaron reales y cómo por unos escasos diez años, la producción europea acabó por actualizar (ligeramente) y semienterrar el gran género mundial del siglo XX.