Gianni Garko en una escena de la película.

Un plato de Spaghetti: ‘Como lobos sedientos’

Corrían los alegres años 60. Los italianos, franceses, alemanes y españoles seguían explotando, con poco dinero pero con mucho ánimo, la beta de oro que descubriera Leone con su trilogía del dólar. Los westerns de producción europea se contaban ya por cientos. Los cines de barrio estaban llenos de carteles con nombres como Richard Harison, Klaus Kinski, Franco Nero o Frank Wolff. El mediterráneo era ahora territorio comanche, y cualquier hábil jinete andaluz podía ser cowboy. La lógica de la producción de escala se comenzaba a aplicar. Cada semana se rodaban varias nuevas películas con los desiertos de Almería como telón de fondo. El bajo costo de las producciones se traducía en alta rentabilidad para las productoras. Si un Django triunfaba, en cuestión de meses aparecían diez. Lo mismo pasó con los Sartana, los Aleluya…

La inmensa mayoría de la exploitation que derivó del Django original de Sergio Corbucci se caracterizó por una indisimulada y pícara falta de interés por preservar la calidad cinematográfica del subgénero. Películas de 80-90 minutos que se limitaban a presentar a un tipo bueno muy duro y a un tipo malo muy malo que se batirían eventualmente en duelo. Sin embargo, entre tanta verborrea preescolar surgió un inesperado faro de luz. Como lobos sedientos no solo se proclamó como la reina indiscutible de la exploitation post-Django, sino que además es capaz de competir de tú a tú con el título original en todas las áreas. Protagonizada por Gianni Garko, quien para quien esto escribe es el mejor actor de la historia del Spaghetti Western, esta íntima, oscura y melancólica pieza es un ejemplo imborrable de sutil excelencia que figura sin problemas en el Olimpo del subgénero.

Rodada de forma paralela, en las mismas localizaciones y prácticamente con el mismo equipo que su muy estimable hermana (pequeña) Tu cabeza por mil dólares (Giovanni Fago, 1968). Esta cinta presenta uno de los mejores ratios de relación calidad-precio de la historia del cine. Con los medios evidentemente (muy) limitados, pero hecha con alma, artesanía y tesón, esta película es un fantasmal y costumbrista canto de trompeta a una forma de hacer cine extinta ya hace décadas. Con movimientos de cámara que nada tenían que envidiarle a los de las grandes pelis de estudio yankees y un instinto para usar los recursos disponibles que apenas tenía precedentes en el western, este pequeño (pero gran) título debería ser de obligado visionado para todas las gentes interesadas en el género de vaqueros (sean de la nacionalidad que sean).

El español Fernando Sancho, el italiano Claudio Camasso (hermano del también actor Gian María Volonté) y Loredana Nusciak (presente también en el Django original), completaban el solvente reparto. Además, la icónica dirección de Romolo Gerrieri es, sin duda alguna, una de las más meritorias de la historia del cine. Una película caracterizada por su aire lúgubre, gótico, derrotista e incluso fantasmal que crea, en su recta final, un clima asfixiante y claustrofóbico, con la inestimable ayuda de la maravillosa banda sonora de Nora Orlandi, que presenta en todo momento una excelsa sincronía con la acción. Campanas de funeral y trompetas tristes acompañan a este Django cansado y tardío en su odisea particular.

Si me tuviera que quedar con un momento concreto de la historia del cine, sin duda sería con aquel que trajo una hornada sin precedentes de buena voluntad y sintonía con el público. Aquel que acercó el oeste americano a los soñadores niños (y adultos) de los barrios. Aquel que llevó pan a la mesa de cientos de obreros, especialistas, actores y técnicos de las humildes tierras andaluzas y castellanas. Aquel que, bajo la batuta de campechanos virtuosos, erizó el vello a toda una generación. Si me tuviera que quedar con un momento de la historia del cine, sería sin duda el Spaghetti Western.