Trono

“El Trono de Hierro”, un año después

Ahí estábamos nosotros. Pegados a la pantalla esperando el estreno del final. Ya fuera en la madrugada, nada más levantarte, después de comer o cuando sacaste un ratito aparte del estudio y/o el trabajo. Queríamos disfrutar el desenlace de un evento que comenzó ocho años atrás, saber quien conseguiría finalmente el trono. Un éxito que ha recorrido nuestra concepción sobre la forma en la que disfrutamos la ficción televisiva, el fenómeno fan e incluso el nombre de nuestros hijos/as. Juego de Tronos introdujo todo Poniente en nuestro planeta instaurándose como un éxito incomparable, reventando las fronteras de la (no tan) pequeña pantalla para familiarizarnos con unos personajes hasta el punto de llorar y sufrir con ellos. Fue un viaje inolvidable con una parada final que no esperábamos. Para bien y para mal.

Un recorrido abrupto

En el camino ya pudimos ver alteraciones que nos escamaban un poquitín. La conclusión de la sexta temporada, por todo lo alto (sobre todo para Margaery y el Gorrión Supremo), contrastó con esa reducción de episodio para la séptima y octava temporada. El relato se iba reduciendo aun cuando estaba claro que todavía quedaban líneas narrativas por cerrar en cuanto a la trama y los personajes. La séptima temporada fue derivando hacia la emotividad y nostalgia del encuentro entre aquellos personajes, ya fueron amigos o enemigos, que tanto estábamos esperando. Sin embargo, todo se realizaba con una prisa demasiado evidente.

La metódica construcción narrativa que se había trabajado durante seis temporadas ahora se adelantaba con presteza como si el tiempo se agotase para la productora. Desde el poco creíble y menos interesante vínculo entre el Rey en el Norte y la Madre de Dragones hasta los viajes instantáneos entre zonas que anteriormente duraban incluso temporadas, llegamos a un final que nos dejó con la boca abierta. Excepto para Meñique, que a el lo que le abrieron fue la garganta.

La octava entrega necesitaba aportar potencia en los seis episodios que la componían. Los dos primeros tiraron de emotividad. La batalla contra los Caminantes Blancos era inminente y todos temíamos que muchos personajes queridos caerían. Llegó la Larga Noche y con ella… No vimos nada. Ni siquiera el mismo Rey de la Noche que ni siquiera pudo ver el megasalto de Arya para acabar con él. El tercer capítulo de la octava temporada marcó definitivamente lo que sería el final de esta serie, mostrando un enorme contraste con el episodio anterior.

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Caballero de los Siete Reinos fue una delicia de principio a fin, con una secuencia final guiada por la maravillosa canción Jenny of the Oldstones recitada por Podrick Payne y que nos llevó a recorrer a esos personajes a los que, quizás, sería la última vez que viéramos con vida. Hubo pérdidas, desde luego, algunas sentidas como las de Jorah o Theon, pero nada demasiado comprometido. Los principales personajes seguían adelante a Desembarco del Rey tras lograr el gran triunfo ante un enemigo que se nos vendió como la amenaza imbatible y que acabó cayendo sin demasiada fuerza.

Hells Bells

A partir de aquí, todo podía ser reescrito y reelaborado para ser “impactante”. Días después del episodio final, la profesora de la Facultad de Comunicación de Sevilla Irene Raya trató en The Conversation las razones de la decepción que causaba el final de Juego de Tronos. En este artículo, explicaba como los indicios sobre la locura de Daenerys no eran realmente justificaciones narrativas. De ese modo, su arco de transformación se torna sumamente apresurado y carente de contradicciones en sus motivaciones.

Daenerys se erigió como un personaje liberador y complejo, una mujer empoderada que surge desde las mismas cenizas de una vida de calvarios y vejaciones por parte de su misma sangre. Su final podría haber sido mucho más coherente, marcada por la locura que asola a los Targaryen y las pérdidas que ha sufrido a lo largo de su viaje. Pero aquí entra la suposición que el espectador/a debe hacer sobre la conclusión para tratar de justificar que, incluso cuando la ciudad ya se ha rendido con el sonido de las campanas, ella decida asolar Desembarco del Rey con fuego y sangre. La distancia entre el personaje y el público se hace patente más por la incomprensión en su transformación que por la atrocidad de sus actos.

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Reacciones para todos

Con todo esto en mente, está claro que el final de Juego de Tronos no dejó a nadie indiferente. Aunque en un primer momento hubo una importante división de opiniones, finalmente la corriente más “contraria” al final empezó a tomar voz. El desprestigio a la incapacidad tanto narrativa como técnica del equipo fue en aumento. Los gazapos encontrados en varios capítulos tampoco hicieron ningún favor, así como la excesiva oscuridad del tercer episodio. Incluso el doblaje en castellano se llevó algún toquecito.

Las declaraciones por parte de guionistas y realizadores trataban de escurrir el bulto de la mejor manera posible, hablando sobre la justificación narrativa que tenía la elaboración del tercer capítulo o cómo el final de la serie era algo conocido desde que comenzaron el proyecto (aun cuando al autor de los libros todavía le faltan dos libros para finalizar la saga). Los actores, por su parte, se mostraban mucho más contrariados con el desenlace de la serie. Sin llegar a declarar nada demasiado polémico, su actitud manifestaba un cierto nerviosismo sobre qué decir acerca de la temporada final. Algunos, como Lena Headey, no estaban muy de acuerdo con el final de su personaje (normal, Lena, normal)

La locura final

El acaloramiento de los fans llegó a su punto culmen cuando se realizó una petición en Change para realizar de nuevo la temporada final de la serie con, textualmente, “guionistas competentes”. A día de hoy, está petición sigue estando activa, con cerca de dos millones de firmas y con el objetivo de llegar a tres millones. Ahí es nada. Desde el momento de su publicación, ha suscitado multitud de comentarios y debates sobre la condición del público a la hora de disfrutar de una obra cultural. El poder que se le otorga a una masa con opiniones muy diferentes a las ejercidas en el producto en cuestión es, desde luego, casi terrorífico.

Tiempo después del final de Juego de Tronos, se anunció que sus creadores, David Benioff y D.B. Weiss, comenzarían a desarrollar una trilogía en el universo Star Wars. De nuevo, se inició una petición en Change para que este proyecto no se llevase a cabo, así como manifestaciones por distintas redes sociales. Finalmente, en octubre de 2019 ambos guionistas anunciaron que dejaban este proyecto debido a problemas de agenda. Una justificación típica y, probablemente, con buena parte de verdad ya que tienen acuerdos con Netflix. No obstante, es difícil no considerar la implicación que tuvieron estas actitudes en el devenir de este nuevo proyecto para sus guionistas.

Los viajes por recorrer

Con todo lo comentado, este no es el final de Juego de Tronos. Aún queda que George R.R. Martin escriba su última palabra sobre una de las sagas literarias más importantes de la fantasía. Pero antes parece que volverá a asesorar en la próxima serie de HBO sobre su universo con una precuela sobre la casa Targaryen llamada (oh, sorpresa) Fuego y Sangre. Podrían haber sido más ya que otro spin off con Naomi Watts como protagonista acabó cancelándose, sin conocerse demasiado sobre su argumento. Parece que todavía nos queda camino por recorrer a lo largo y ancho de Poniente, pero ya sabe que, al final, todas las grandes series deben morir. O algo así significaba Valar Morghulis.