En contadas ocasiones, algunas películas de culto nacen con intenciones muy precarias y, sin esperarlo, la taquilla y el tiempo las acaban engrandeciendo. Por lo que sea. El mítico guionista y escritor de obras como La Princesa Prometida (1987), Todos los Hombres del Presidente (1976) o El Indomable Will Hunting (1997), William Goldman, decía al respecto de la existencia de las fórmulas del éxito de una película que «nadie sabe nada». Producir Easy Rider (1969) costó cuatro centavos y ganó sesenta millones de dólares en salas.
De hecho, ni siquiera algunas de estas cintas son producto de grandes mentes con todo planeado de inicio a fin. Esta película nació como un mero capricho de Peter Fonda (productor, protagonista e hijo de Henry Fonda) y Dennis Hopper (co-protagonista y director). Surgió de la mente de dos jóvenes pijos con aires de grandeza que se dedicaban a beber y fumar todo tipo de sustancias en sus ratos libres. Y no tan libres. De hecho, la mayoría de las escenas de la película no se actuaron. No sé si me explico.
Si me preguntasen de qué va Easy Rider, diría que de dos personas alienadas jugando a ser hippies que se dedican a vagar por EEUU durante 1969. Y también de cómo sus banales aspiraciones llevan a la desgracia a todo aquel con el que se cruzan (representando la sociedad norteamericana de la época). De hecho, meses después del estreno de la película, ocurriría el incidente de la familia Manson en casa de Sharon Tate, que sería el punto de no retorno del cambio.
Y, sin embargo, dudo que esta premisa tan profunda e interesante fuera lo que tenían en mente Hopper y Fonda cuando rodaban. Probablemente, este retrato tan fidedigno de una época gastada y a punto de estallar, fuera una pura casualidad. Estas cosas ocurren a veces. El producto de la imaginación de dos rebeldes hijos de papá con aires de grandeza y sus ganas de mostrar un crecimiento personal. Como quien empieza a fumar cigarrillos para hacer ver su adultez. Pura pose. Que salió bien.
Es probable que el mayor acierto del film fuera la adquisición de los derechos de su banda sonora (¿lo más caro de la producción?). Los temas de Dylan, The Byrds, The Band, Jimmy Hendrix o Steppenwolf (ese Born to Be Wild del inicio) acompañan a la perfección a los dos moteros y los paisajes del Sur de Estados Unidos.
También el carisma de un aún joven Jack Nicholson rodea la película de una incierta condescendencia. Es curioso cómo Nicholson, de nuevo, consigue un papel importante como tercera o cuarta opción. Es, seguramente, una de las estrellas más improbables de la historia de Hollywood. Sin embargo, consigue aquí una actuación memorable dando vida a un abogado idealista con ganas de cambiar una sociedad podrida y desnortada. Sus líneas en la hoguera al aire libre son las más destacables de la película:
«Este era un país maravilloso. No sé por qué ha dejado de serlo.»
«No tienen miedo de ti. Tienen miedo de lo que representas. La libertad»
En última instancia, lo que lograron los creadores de Easy Rider fue representar la falsa idea de esa presunta libertad infantilizada de la que hablan constantemente dentro de la contracultura de la época. Es una dura e inintencionada crítica hacia el hippismo, pero también hacia la ultraconservadora forma de ser del habitante del Sur norteamericano. Del odio al distinto. Precisamente, estos dos personajes son el resultado de las contradicciones existentes. Por un lado, abogan por una presunta libertad de movimiento y forma de vida, pero por otro, han conseguido realizar su sueño a base de traficar con drogas y favorecer la pobreza del prójimo. Y, obviamente, como expresa el personaje de Fonda en las últimas líneas de diálogo: «la cagamos».