Cuando las series mueren

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Es doloroso asistir al funeral de una serie que ha muerto antes de lo que debería. Yo he ido a varios. Por suerte, no a todos los que hay cada año, porque son muchos. Suelen morir con alguna nota de prensa, o alguna declaración fría en entrevistas. Alguna lágrima cae, pero sin ruido, con algún revuelo en foros y algún tweet-protesta. Pero la vida sigue. Ya vendrá otra. Y dejan la lápida sola, junto con las otras. Las causas de la muerte, según autopsia, suelen ser similares: impaciencia de los productores, las audiencias que no suben y los números que no cuadran. Y es que en un mundo de superpoblación de series, de darwinismo televisivo y de jungla internauta, la competencia es feroz. No es un mundo para cualquiera, la exigencia es máxima.

Yo, por ejemplo, aún estoy de luto por la reciente cancelación, muerte y entierro de Vinyl. ¿Os suena? Terence Winter, Martin Scorsese y Mick Jagger se juntaron para crearla. Vaya tres. Y para sus personajes llamaron a Bobby Cannavale, Olivia Wilde, Ray Romano…Y el logo de HBO precedía cada capítulo, como sello de calidad, como quien compra un yogurt y ve en la tapa que ha sido elegido el yogurt del año. ¿Qué podía fallar entonces? Tal vez aspiraron a mucho. Tal vez quisieron acercarse demasiado a Tony Soprano y cayeron en picado como hizo Ícaro. Igualmente, la serie era buena y no se merecía una muerte prematura.

Pocas series se la merecen, si dejamos de lado los números y vemos la calidad audiovisual y el potencial artístico. Recuerdo que me indigné cuando murió Boss. Fue a finales de 2012, con dos temporadas y un puzzle final incompleto. Boss precedió a la versión americana de House of Cards en cuanto a trama política, corrupciones y otras manías. Puso a Kelsey Grammer, quién durante veinte años había interpretado al simpático doctor Crane en la mítica Cheers y en la no menos mítica Frasier, en un papel muy diferente; se convirtió en el atormentado alcalde de Chicago, rodeado de fantasmas y demencias. Y su cancelación dolió. Porque con su indudable calidad falleció dejando la historia con el corazón abierto. La serie, y sus fans, no descansamos en paz.

¿Sabéis que serie es In the Flesh? Se trataba de una genial revisión del género zombie. Imaginaos que la epidemia zombie acaba, y los supervivientes infectados vuelven a su estado natural, curados. Vuelven a ser humanos y el gobierno trata de que encajen en la sociedad ¿Cómo los recibiría esa sociedad? Con este planteamiento, hay que verla. O mejor no, porque también la mataron antes de lo debería.

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Porque son las cancelaciones que más duelen. Las que no las ves llegar. “¿Cómo van a cancelarla ahí? Malditos”, se suele pensar. Son las prisas por meter la serie en el ataúd, echar rápido la tierra y tratar de olvidarla lo antes posible. “Ya vendrá otra”.

Aunque hay veces que sí tienen piedad, y anuncian su muerte, dando tiempo a que todos nos preparemos bien y compremos flores bonitas para el entierro. Son esas que maquillan la cancelación soltando eso de que será la temporada final, el broche perfecto, dedicado a los fans por supuesto, y que para ser más eficaces se acortará el número de capítulos. Y cuando esto pasa, todos sabemos que lo que están haciendo es dando tiempo a la serie de despedirse de sus seres queridos, pero que la sentencia de muerte llevaba tiempo firmada y los fusiles que la matarán están bien cargados.

Pasó así con Fringe, aquella joyita que firmó J.J Abrams entre Lost y Star Trek. O con The Newsroom, otro buque hundido con bandera de HBO que vino de la mano de Aaron Sorkin (El Ala Oeste de la Casa Blanca) y que hinchó el pecho de todo aquel que se dedica al periodismo. Pero por lo menos dijeron adiós. No pertenecen a ese primer grupo de series a las que Ramsay Bolton las disparó con su arco y flecha mientras corrían y se creían a salvo.

Y tenemos lo propio en España. No vi Vis a Vis, pero he escuchado muchos lamentos de los que asistieron a su funeral. Una pena. Ahora no sé si empezarla. Sí veo El Ministerio del Tiempo, y a cada día que pasa, y con todas estas penas mencionadas a mi espalda, prefiero no tener esperanzas.

Utilicemos el símil de Sean Bean para finalizar este tema. Este actor se ha hecho con dos de las muertes más memorables del mundillo audiovisual. Por lo tanto, digamos que una serie puede morir como lo hizo Boromir, luchando,  con honor, aún con flechas ya clavadas en el pecho, dando minutos de gloria para que nos despidamos de ella; o bien, morir como Ned Stark.

Hay muchas maneras de matar a una serie. Pero pocas mueren como se merecen.

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