Crítica – ‘Westworld’ (T2)

Hablamos sin spoilers de la segunda temporada de una de los platos fuertes del año; Westworld.

La segunda temporada de Westworld ha dejado, como viene siendo habitual, una ristra considerable de cerebros chamuscados en busca del hilo que haga de guía al espectador para sacarlo del laberinto que han vuelto a construir los creadores de esta superproducción. En esta nueva tanda de episodios los muros de este laberinto nos han engañado y llevado en círculos, y la salida no parece que esté a la vuelta de la esquina.

En términos generales se ha superado lo conseguido en la primera temporada. Con una maravillosa ejecución de estructura circular y el uso magistral del flashback concéntrico la historia ha rellenado los huecos dejados el año pasado.

Este es quizás el punto flaco que más resalta de la segunda temporada. Ahonda de una forma excelente en el pasado y en cambio da pocos pasos (aunque tremendamente prometedores) hacia el futuro. El argumento (en tiempo real) comienza con el “despertar” de Dolores y cierra con las repercusiones casi inmediatas de este instante. El arco temporal no es muy amplio, pero sí muy concentrado. Proporciona nuevo elementos del pasado pero sin ser precuela. Con esto se afianza y se amplía lo conocido, y, sobre todo, se profundiza la marca de esta serie: el comportamiento humano.

Y es que en esto Westworld ha vuelto a sacar brillo a lo mejor que sabe hacer. El final de la primera temporada prometía un baño de sangre; un Jurassic Park a lo western en el que los anfitriones linchasen a los invitados e iniciasen su venganza, y, por ende, conquista de nuestro mundo. Pero ay, no es ese tipo de historia la que quieren contar. Por el contrario, Westworld ha hecho de nuevo uso de sus mejores trucos y habilidades para alejarse de Terminator y acercarse a Blade Runner. Veamos un ejemplo claro, evidente y sin spoilers de ello:

Personaje A: “¿Existe entonces el libre albedrío? ¿O es solo un delirio colectivo? ¿Una broma pesada?”

Personaje B:” Algo libre de verdad debería poder cuestionar sus motivaciones”.

El ritmo ya conocido de esta serie ha sido propicio para ello. Los diez capítulos han vuelto a repetir el esquema de la primera temporada: un inicio confuso, una mitad densa y sin aparente rumbo y un final trepitante. Así ha dado tiempo suficiente a los guionistas para enfatizar, pero sobre todo relativizar aquello que nos hace humano. Westworld no va de los peligros de la tecnología en manos humanas. Va de qué hace a esas manos que sean humanas.

El morbo de la rebelión de las máquinas no está ya en si logran o no dar su merecido al ego de los seres humanos. La acción pasa durante toda la temporada a un segundo plano. Sirve de palanca para las motivaciones de ciertos personajes, de excusa para cubrir la cuota mensual de sangre que HBO parece exigir a sus producciones. Lo que vuelve a importar reside en los diálogos, en el conocimiento que cada personaje tiene de una misma situación y el juego que hacen de él. Que se consiga innovar en un tema tan manido en la ficción como es la inteligencia artificial con géneros tan vistos como el western es refrescante.

Y así, salvo alguna que otra trama que acaba en desembocadura seca o el puntual relleno, Westworld ha vuelto a trastocar lo que se esperaba de él. Volvemos a estar metidos de lleno en el laberinto. Porque esta segunda temporada ha cerrado las mismas puertas que ha abierto; propuesto el mismo número de preguntas que ha resuelto. Es sin duda un comportamiento arriesgado pero gratificante en una superproducción, donde los personajes saben mucho más de lo que sucede que el propio espectador, quien recibe migajas de un trozo enorme de pan que aún no llega a morder.

Esta segunda temporada ha sido perfecto middle-act de cualquier tragedia. Los mismos creadores han admitido que desconocen el número de temporadas que compondrán toda la historia (eso dependerá más de nosotros y nuestro interés), pero sí admiten saber el final de este maravilloso embrollo. Espero que hayamos encontrado por fin el hilo para salir del laberinto cuando ese final llegue. Suerte que no hay minotauro en este laberinto. Así que calma, que ya saldremos.