Franco Nero y Tomás Milián en 'Vamos a matar, compañeros' (Sergio Corbucci, 1970).

Breve análisis político del Western

Una de las principales características que acompañaba al western primigenio norteamericano era su discurso de fondo eminentemente tradicionalista y conservador. Esto se debía, no solo a que la época de su máximo apogeo (1940-1960 aproximadamente) estuviera marcada en Estados Unidos por el anticomunismo militante (reflejo de la incipiente guerra fría con la URSS) con los comités de actividades antiamericanas del ultraderechista Senador McCarthy y la continua demonización mediática de todo elemento mínimamente subversivo hacia el sistema, sino que también era el resultado de la prominente generación de influyentes conservadores que proliferó en Hollywood durante aquellos años (John Wayne, John Ford, Frank Capra…) adueñándose casi por completo (y con la complicidad institucional en algunos casos) del discurso cinematográfico norteamericano (y, por ende, también del occidental).

Películas como Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952) , El Álamo (John Wayne, 1960), El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962)… con héroes de inapelable moral judeocristiana, maniqueísmo indisimulado que marcaba de forma tajante las fronteras de lo bueno y lo malo y con una actitud hacia la sociedad a menudo en connivencia con valores como el patriotismo o el respeto a las formas de vida tradicionales, resulta bastante evidente que, valoraciones artísticas y técnicas aparte, el western fordiano podría ser catalogado (por discurso) como cine de derechas (con todos los matices que se le pueden añadir a la etiqueta, que el cine no es una ciencia exacta).

James Stewart, Edmond O’Brien y John Wayne en una escena de ‘El hombre que mató a Liberty Valance.

Sin embargo, el spaghetti western es otra cosa. Su época de máximo apogeo empieza prácticamente con el declive de su homólogo yankee (para mí, la era dorada del eurowestern empieza con el estreno de por un puñado de dólares en 1964 y termina con Le llamaban California en 1977). Si a esto le añadimos el hecho de que los fundadores del subgénero venían en su mayoría de la izquierda italiana, podremos comprender la necesidad de diseccionar las dos corrientes de pelis de vaqueros por separado. El spaghetti western fue en su mayoría un movimiento de carácter contracultural, llamado a desafiar los valores tradicionales y mojigatos de la sociedad occidental y dedicado en cuerpo y alma a escandalizar al público a través de fuertes cargas de violencia explícita.

Este discurso subversivo solo se puede ver, en realidad, en las películas del reducido puñado de genios que integraba la élite del subgénero, (para mí Leone, Sollima, Corbucci y Castellari en la primera división, y otros como Valeri, Santi, Margheriti o Parolini un peldaño por debajo) pues recodemos que la masificación y la sobreexplotación que sufrió este cine (debido a lo barato que era de producir y lo rentable que era en taquilla) llevó paulatinamente al deterioro de su calidad, lo que degeneró en títulos infames con guiones infantiles y estúpidos (aunque, admitámoslo, con cierto encanto).

Giuliano Gemma y un jovencísimo Miguel Bosé en una escena de la película ‘Le llamaban California’ (Michele Lupo, 1977).

En esta reinterpretación del oeste americano (o mejor dicho almeriense) las fronteras entre el bien y el mal ya no estaban tan claras. A menudo los protagonistas eran indeseables y cínicos pistoleros que sólo miraban por sus intereses. El viejo oeste era representado como una tierra sin ley en la que el más débil era sistemáticamente pisoteado por el poderoso y las diferencias entre las clases sociales eran abrumadoras e insalvables. Resulta irónico, pero el lejano oeste de finales del siglo XIX se parecía seguramente más al de las pelis de Leone y Corbucci que a las de Ford o Zinnemann. En cuanto a los villanos, estos eran recurrentemente caciques o políticos poderos adeptos a las teorías protofascistas del darwinismo socialno hay más que ver Oro sangriento…Sábata (Gianfranco Parolini, 1969) que cuenta con un antagonista cuyo autor de cabecera es Thomas Dew (escritor y filósofo ultraconservaodor y pro-esclavista) o los malos de El halcón y la presa (Sergio Sollima, 1966), una familia de millonarios sin escrúpulos que no duda en arruinarle la vida a un pobre infeliz (cuchillo) con tal de preservar sus intereses políticos y económicos. O incluso el General Mongo de Vamos a matar, compañeros (Sergio Corbucci, 1970), que es un líder militarista y con un falso discurso de populismo obrerista que tiene como objetivo último alcanzar el poder para así enriquecerse a título personal.

Póster de la película ‘Oro sangriento… Sábata’ (Gianfranco Parolini, 1969)

Sin embargo (y con muchos matices, que repito que esto no es una ciencia exacta) los héroes de estas cintas suelen tener la mente más abierta y son más gentiles para con los desfavorecidos (ya sean minorías étnicas o simplemente humildes labriegos), véase por ejemplo al Django (Sergio Corbucci, 1966) encarnado por Franco Nero diciéndole al villano pseudonazi de turno que «eso del racismo está pasado de moda», o a Keoma (Enzo G. Castellari, 1976) (también interpretado por Franco Nero), que es un héroe mestizo cuyo único amigo es un liberto afroamericano encarnado magistralmente por el icónico Woody Strode, y que tiene que enfrentarse a un buen puñado de paletos sureños confederados. Por no hablar de secundarios inolvidables como el profesor Xantos (interpretado por Alfredo Mayo) de Vamos a matar, compañeros (Sergio Corbucci, 1970)que es seguramente el personaje más socialdemócrata de la historia del cine.

Factores como las inclinaciones de los creadores, el entorno político y social en el que se desarrollan las cintas, la época e incluso la geografía son determinantes a la hora de manufacturar los discursos subtextuales que subyacen a prácticamente cualquier obra cinematográfica. Es por esto que, en mi humilde opinión, si bien el western original era más proclive al conservadurismo, el spaghetti western era por el contrario más cercano a lo que entonces se podría considerar un ideario progresista. Dicho lo cual, amigo, sea usted de izquierdas o de derechas, deje a un lado los análisis políticos cuando este viendo pelis de Leone, de Ford, de Corbucci o de Hawks y simplemete disfrute de la historia que le está siendo narrada como hiciera el niño que un día fue. No nos pasemos de pedantes.