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Críticos contra críticos, o por qué debería existir una licencia para opinar

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Vivimos en una tierra fértil en opiniones y opinadores compulsivos. Quien tiene boca y una lengua y algo de seso, tiene una opinión bien formada del mundo, que se desvive por compartir. Lamentablemente España acumula 46 millones de voces parloteantes y la opinión española está, en consecuencia, tan inflada como el Dong vietnamita o la Rupia hindú. ¿Sabían ustedes que un salario de 3.000 rupias apenas alcanzaría para comprar unos Levi’s de segunda mano o la mitad de unos Levi’s nuevecitos?

Decía Julio Camba que cada español está en guerra contra todo lo existente. En 1910 uno debía llegarse a los cafés, a las plazas para comprobar por sí mismo esta realidad. Hoy puede hacerlo sin levantarse de la cama y aun participar si le parece gracias a la caja de comentarios. ¡Qué invento tan nefasto, destructivo y maquiavélico es la caja de comentarios! Uno desconoce de lo que es capaz el hombre hasta que tropieza con la caja de comentarios, y me atrevería a decir que muchos de nuestros males sociales están enraizados en la caja de comentarios.

En la caja de comentarios uno puede pasear impunemente sus ideas, ¿sabe usted? Uno puede hacer apología del sufragio perruno, del derecho masculino a parir o de la originalidad de Tarantino. No importa cuán estupidizantes sean estas ideas, porque el resto de contertulios se esforzarán en superarle y puede que lo consigan. Ahora bien, no espere ser comprendido. Cada español tiene una opinión y no hay dos opiniones iguales, como tampoco hay dos narices iguales.

Estos opinadores, que se multiplican al ritmo galopante de las chinches, me recuerdan asombrosamente a los políticos y los críticos de arte. Unos y otros sacuden la lengua un millón de veces y dejan cuatro palabras en el aire. Hablan mucho pero decir, lo que se dice decir, dicen poco. No digo yo que sean ejemplos compatibles, porque los críticos y los políticos están en su pleno derecho: tienen licencia para hablar sin decir nada y reciben un salario justificadísimo. Pero quienes opinan en la caja de comentarios, ni tienen licencia ni reciben emolumento: lo hacen por amor a la vacuidad del pensamiento.

Esta modalidad de opinión demuestra además una ambición cesariana, y siento que los opinadores no tardarán en organizarse y formalizar su situación. Se sindicarán, crearán un poderoso ‘lobby’ y acabarán opinando a comisión, haciendo de ello un oficio tan respetable como otro cualquiera.
—Pero bueno, Fede, cuánto tiempo. ¿Y si nos tomamos un cortao donde la Macarena? —se encontrará uno diciendo el día de mañana.
—Imposible —le responderá su amigo—. A Fulano de Tal le van a conceder el Óscar, y alguien tiene que comentar que es un desgraciao y un fraude, y que no se lo merece, y que mejor le iría haciendo la calle con su hermana, ¿no te parece? ¡Adiós, adiós!

Como quiera que sea, todo esto me hace pensar en el respetabilísimo gremio de los críticos de cine. ¡Ay, cómo les ha cambiado la vida a los críticos de cine! Porque cuando uno de estos señores la emprende a latigazos con tal o cual director, los espectadores ya no permanecen impasibles sino que se conjuran libremente contra él. Si otros espectadores afines al crítico se arrancan como toros contra los espectadores molestos, la situación se vuelve delirante. ¿Acaso no es delirante que se critique a los críticos que critican a críticos de cine? Pues eso. Afortunadamente el crítico se alimenta a su vez de críticas. ¿O qué se cree usted, que la bilis le sale gratis? ¡Claro que no! Lo mismo que el poeta debe hacerse querer por las musas, el crítico debe hacerse odiar para sobrevivir.

Definitivamente la opinión está infravalorada, y si tuviera este articulista que exponer una razón, razonaría que este noble país ha dado muy pocas críticas con sentido artístico y menos material artístico digno de ser criticado. En cualquier caso, hacen falta instituciones de opinadores, academias de opinadores y, por supuesto, licencia para opinar. De lo contrario, corre el riesgo de devaluarse más y acabar en peor lugar que la Rupia hindú. Y digo yo que nuestros opinadores tienen derecho a unos Levi’s de segunda mano.

Imagen cortesía de Shorpy, Harris & Ewing Collection, 1939