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Críticas que abren al apetito

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Mucho se ha escrito sobre gastronomía y no digamos sobre cine pero nada en absoluto sobre las inclinaciones gastronómicas del crítico de cine. Uno se pone a juntar palabras y, con independencia de cuáles escoja o del modo en que las organice, sería incapaz de lograr combinaciones tan suculentas, tan apetitosas y sabrosonas como las que acompañan a veces a los estrenos de temporada. Porque el suyo es un lenguaje voraz, ¿entiendes?, abriría el apetito a los estómagos más frugales. Ni siquiera los críticos culinarios, para quienes la voracidad es un rasgo adquirido, pueden competir con los señores que critican cine: para algunos de estos últimos la voracidad es algo tan innato como las agallas del pez, el marsupio del canguro o el cuerno del rinoceronte.

Empecé a convencerme de este fenómeno cuando tropecé con ‘Ensalada de Espías’. La Vanguardia desplegó bajo este título sus conclusiones sobre la cinta de Matthew Vaughn, ‘Kingsman: Agente Secreto’, un análisis con muchos espías y no menos ensaladas. La propuesta era interesante, y seguí leyendo hasta descubrir que el film era «tan fresco como una ensalada veraniega». «Vaya, vaya», me dije, «Con que una ensalada veraniega, ¿eh?». Para alguien familiarizado con este thriller de espionaje y el plato en cuestión, la semejanza -que con “fresco” nos habla de originalidad- estaba fuera de lugar. Supuse, entonces, que debía tratarse de una estrategia de marketing para estimular, qué sé yo, el consumo de ensaladas entre los espectadores.

Aún necesitaba leer que ‘Inside Out’ «deja un retrogusto de muchos matices destinados a acrecentarse con el paso del tiempo, algo que sólo los buenos vinos y las buenas películas pueden generar (Diario Página 2)». Y que ‘La Visita’ de Shyamalan «es un cóctel que no termina de convencer (La Razón)». Y que «este desaguisado argumental (‘Pan’) es un mejunje excesivo para el paladar adulto (ABC)». Y que ‘Up’ es «una deliciosa película (El País)» Y también que «Cumberbatch se le licúa un tanto al director» en ‘Black Mass’ (ABC). Cuando uno lee, uno entiende, y yo necesitaba leer todo esto para entender que el arte de hacer cine y el arte de hacer comida no presenta grandes diferencias para un sector de la crítica.

No hay por qué alarmarse. Igual que el daltónico confunde los colores del semáforo, el crítico debe de hacer lo propio con los sentidos del gusto y de la vista. Lo mismo le da el último drama de Woody Allen que una paella sin conejo: son enigmas a desentrañar. Si se le preguntará por su comedia favorita, respondería ‘Tomates verdes fritos’, ‘Chocolat’ o algo por el estilo. Y no creas que puedes sacarle de su error con buenos argumentos. Todavía hay quien sostiene que ‘Pulp Fiction’ es un bodrio, que ‘Star Wars’ es un tostón galáctico, que ‘El Lobo de Wall Street’ no es más un chusco insufrible, etc., etc.

Sea como sea, después de conquistarnos con un menú tan completo -cócteles, panecillos, ensaladas, vinos…, sólo falta el postre-, uno no sabe si ir al cine a ver la última de la Paramount o quitarse el hambre en el primer bar que se le cruce. Porque otra cosa no tendrá España pero bares, chiringuitos y demás…, en esta materia somos los campeones de Europa.

Dicho sea de paso, tales analogías culinarias esconden, a todas luces, a gastrónomos frustrados. Cualquiera diría que llevan dentro, o así me lo parece a mí, la extravagancia de Jean-Piere Coffe, la acritud de Cornosky y la chispa de Brillant-Savarín, eso sí, en pequeñas y justas dosis. Y no te quepa duda de que entre las páginas de ‘A Fuego Lento’ o ‘Cook’s Ilustrated’ hay más de uno que no pudo dedicarse a eso de comer palomitas y cargar las tintas contra tal o cual director: probablemente sea esa voz que escribe que los langostinos a la dublinesa actúan sobre el paladar de forma trepidante, o que el bacalao a la vizcaína está lleno de giros inesperados o que la ensalada de bonito tiene el sabor de un thriller de espionaje. ¡Que se cambien unos por otros, y en paz!

Decía Julio Camba que los madrileños, y los españoles en general, invierten de tres a cuatro horas en abrirse el apetito y otras tres o cuatro horas en cerrárselo, de forma que pasan un tercio de su vida del almuerzo a la cena, y de la cena al almuerzo. De ser cierto, y puede que efectivamente así sea, la crítica de cine cumpliría una función respetabilísima, tan importante o más que la Agencia Tributaria, la SGAE o la RAE. De hecho, deberían institucionalizar esta forma de crítica. Tampoco estaría de más destinarle una casilla en la próxima declaración de la renta. Así en lugar de desperdiciar una X en la Iglesia o Fines Sociales, bien podríamos marcar la CCAA, es decir, la Crítica de Cine para Abrir el Apetito. Para mí estaría justificadísima.