Crítica – ‘Parada en el infierno’ (‘Stop Over in Hell’)

parada en el infierno poster

Título original: Stop over in hell

Año: 2017

Duración: 92 minutos

País: España

Director: Víctor Matellano

Guión: Antonio Durán, Juan Gabriel García, Víctor Matellano

 Música: José Ignacio Arrufat

Fotografía: Daniel Salas Alberola

Reparto: Tania Watson, Veki G. Velilla, Pablo Scola, Nadia De Santiago, Tábata Cerezo, Enzo G. Castellari, Antonio Mayans, Conrado San Martín.

Productora: La bala que dobló la esquina / Parada en el Infierno

Género: Western. Thriller. Acción.

Poco a poco, y película tras película, se desentierra ese viejo muerto (y a la vez, viviente) género denominado western. Una exhumación que a cada estreno se vuelve más esperanzadora y revitalizante para los amantes de las Colt .45 y los forajidos a caballo.

Víctor Matellano,  director de Parada en el Infiernouno de los guionistas de la misma, no se queda atrás y cumple con el ritmo que otras producciones de similares recursos ofrecen. Sin ir más lejos, tuvimos el placer de entrevistarlo para la página. No es descabellado afirmar que se trata (destacando el trabajo conjunto con Antonio Durán y Juan Gabriel García) de uno de los mejores libretos de los últimos años en materia del género.

Como si de un revólver Colt se tratara, el largometraje dispara seis proyectiles que, acertando o no, comprenden los resortes que lo mantienen. ¡Fuego!

Bala nº1: Mecenazgo de su propio arte.

Es indudable que Stop Over in Hell se alimenta de diversas sendas, correspondientes o no a diferentes ficciones del Lejano Oeste. Pinceladas con el sabor de la pasta italiana del spaghetti western (especialmente el del realizador Enzo G. Castellari, participante en el film como consultor y actor), la evolución del film en una película de encierro (Los Odiosos Ocho es posterior a Parada en el Infierno, pero no paras de pensar en ella durante la hora y media que dura; así como Asalto a la comisaría del Distrito 13 funciona como su influencia casi inmediata), la rudeza y fordismo de los personajes de Sam Peckinpah (Grupo Salvaje con este último; Centauros del desierto con John Ford) y los recurrentes, sádicos, excesos y originales diálogos de la parada (imposible no retrotraernos al realizador americano Quentin Tarantino).

Si bien los otros tres puntos se yerguen sobre su propio peso, y sólo un ojo experimentado podría relacionarlos con su influencia, la imposición de ciertas situaciones y líneas de diálogo se tornan forzadas, siendo más carrocería que vehículo para la narrativa.

Bala nº2: Personajes, intérpretes. Intérpretes, personajes.

Desde la opinión de un servidor, la mayor trascendencia del film es su reparto y cómo se apodera de cada letra del guión. No existe una sola actriz o actor que no borde su cometido: desde papeles menores pero realmente destacables como Nadia de Santiago con esa presumida hija de una apoderada familia, al dúo femenino comprendido por Tania Watson y Veki G. Velilla, titánicas durante todo el trascurso de la película. Representan un tándem que engulle a al insuficiente personaje del granjero joven, y se alzan a la altura de Pablo Scola y su «Coronel».

Podría ser fácil pasar por alto el vendedor de medicinas milagrosas de Castellari si no sabemos quién es, al tratarse de un secundario más en apariencia (un descacharrante personaje, que nos hará señalar con aspavientos a la pantalla cuando reconozcamos a la leyenda western), ; pero resulta junto con el trío Scola, Watson y Velilla el grupo perfecto para alzar la crítica interpretativa a un sobresaliente.

Veki G. Velilla, recortada en mano. Las mujeres se sentirán empoderadas y bien defendidas con la sublime interpretación de la madrileña, junto con su compañera Tania Watson.

Bala nº3: Ambiente y ambientación.

Si bien un largometraje no tiene pulmones, sí que necesita respirar. Y es esa respiración la que a nosotros llega para saber cómo se comporta. Específicamente, esta ficción vive de su localización, y comprende ambiente y ambientación.

Su ambientación es relativamente fiel a la época en términos de paisaje (no termina de adentrarnos en el Oeste si no observamos un desierto aunque sea en la lejanía), cumple con todos los requisitos de vestuario, caracterización, maquillaje y herramientas. En un análisis en profundidad, seremos capaces de admirar que no existe ni un sólo anacronismo en el aspecto físico, ya sea de personajes o de objetos. Sota, caballo y rey. En esto cumple. Sigamos.

El ambiente de una historia; la puesta en escena de los papeles escritos en mano de Matellano es notable. Probablemente, la cima más difícil de alcanzar es la empatía espectador-ficción, y el director lo consigue. Sufrimos la condenada mala suerte de las protagonistas femeninas, lamentamos la muerte del viejo Ernst y esa cándida interpretación del personaje de Anne reporta serios problemas para nuestro sentido corazón. Traspasamos la pantalla y por noventa minutos nos inmersionamos en la ficción. Sentimos, dolemos y padecemos con los personajes. Incluso podemos admirar el sadismo violento de «El Coronel».

El director arroja el guión a la pantalla de manera efectiva y sin grandes carencias a destacar.

Bala nº4: El director dirige la dirección.

Víctor Matellano es muy inteligente. Su trabajo es una moneda con dos caras: gestión y precisión. En una de las manos tiene los recursos, en la otra un reloj. El juego existe cuando ambos elementos deben servir al madrileño a su causa. Y funciona. Explota al máximo los engranajes de la máquina, y lubricándola cuando lo requiere, escapa del no estropearla. Cuando pudiera parecer que la película desciende sin frenos, consigue mantenernos sentados a la butaca (parte de este logro corresponde al guión) con un diálogo absorbente, una violencia extrema (pero justificada) o un gag que no recae en los clásicos clichés del celuloide.

Pero no engaña a la vista profesional: el realizador es un verdadero consumidor de ficción de clásicos y serie B, siendo consciente de su papel de filtro de toda esa materia que digiere. De ahí a que su obra sea un collage deimaginación personal y colaborativo, para luego añadirle agentes de influencia exteriores.

El director (Víctor Matellano), realizando indicaciones a «El Coronel» (Pablo Scola), preparando el monólogo de la masacre.

Bala nº5: All-in en la mano final.

Sumidos ya en el infierno del «Coronel» y de su tropa, alcanzamos el clímax. Punto álgido y de apoyo, sobre el que recae en muchísimas ocasiones la reputación de la película. Si nos sabe mal la última cucharada de una comida, mantendremos ese sabor del plato, olvidando todo lo bueno que pudimos deleitar antes.

¿Opinión? Parada en el Infierno sabe a caviar en ese aspecto. El juego de cámaras de una puesta en escena en apariencia tan simple producen una sensación de caos organizado y controlado que nos zarandea de un punto de la finca a otro, comprobando la suerte que corre cada uno de los personajes. El despliegue de acción es justo en su medida: debemos recordar que la película roza más el thriller que una action movie. No deben despistarnos las ráfagas de disparos y las carreras de caballo. Todo conduce al sendero final: el duelo. Y sin hacer gala de spoilers, sabe dulcemente amargo. A hierro. A fuego. A muerte. Eso es el género western. Matrícula de honor en esto, equipo. Muchas felicidades.

Bala nº6: La conclusión tenía un precio.

El trayecto de la diligencia nos abandona a nuestra suerte de nuevo a la realidad. Ahora, pensemos.

Parada en el Infierno da más de lo que pide. Sería injusto compararla al alza con otros films del género. Ni convive en los sesenta con el renacimiento italiano de Leone como para beber de la influencia, ni cuenta con el presupuesto de sus contemporáneas Django Desencadenado o El tren de las 3:10 a Yuma. Hay que valorarla por los propios límites en los que vive, y en eso promete y cumple.

La fuerza de proyectos de humildes producciones como este reside en sus guiones e interpretaciones, y si bien es mucho más destacable el elenco que la historia, los diálogos y trasfondos en ocasiones son sublimes, dignos de mención.

Si usted, lector y espectador, busca fuegos artificales y diversos paisajes, con un despliegue técnico hollywoodiense, no es su película.

Si lo que valora es el cine artesano, bien ejecutado, con sendas caracterizaciones y hora y media de entretenimiento, pague, siéntese y disfrute.

Para ti, camarada, amante del western como yo, sólo te digo: déjate llevar de la mano de Matellano. Su casa es tu casa desde el minuto uno del largometraje.

Lo mejor: El armonioso dúo de Velilla y Watson. El tempo de la narrativa; cómo respira.

Lo peor: Ese efecto especial bastante falso en un plano fugaz… Innecesario.

NOTA: 8/10.

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