Crítica – ‘El cuento de la princesa Kaguya’

 

Título original: Kaguya-hime no Monogatariaka 

Año: 2013

Duración. 137 min.

País: Japón

DirecciónIsao Takahata

Guion: Isao Takahata, Riko Sakaguchi

Música: Joe Hisaishi

Productora: Studio Ghibli

Género: Animación

He visto esta película tarde. Lo admito. Y ya recibiré mi justo castigo llegado el momento. De eso estoy seguro. Entre el aluvión de dedicatorias, mensajes e imágenes que inundaron nuestras queridas redes sociales tras el aún reciente fallecimiento de Isao Takahata, hubo algo que me llamó poderosamente la atención. Un fotograma. ¿O era un dibujo? En él aparecía una niña, vestida en rosa, con las manos alzadas y dejando caer sobre ella pétalos blancos. ‘El cuento de la princesa Kaguya’, rezaba la descripción de la imagen. Durante minutos, quizás horas, aquel fotograma quedó impreso en mi mente mientras mi día transcurría. Lo había visto antes. “Princesa Kaguya”. Pues claro. Fui a la inmensa lista de películas pendientes, aquella que nunca acabará, que siempre parece crecer y nunca menguar lo suficiente. Ahí estaba. “Tienes que ver El cuento de la princesa Kaguya”, me decía mi yo del pasado. Y eso he hecho.

Takahata ya me había desarmado con La tumba de las luciérnagas, como a muchos. El cofundador de Studio Ghibli tuvo con esa cinta una puntería sobrehumana para conseguir extirparnos, con pulso de cirujano, todas nuestras emociones. Takaya sabía cómo es el ser humano, lo que le mueve, lo que le conmueve. Es este quizás uno de los puntos fuertes de su filmografía. Y El cuento de la princesa Kaguya es otro ejemplo de ello. Uno de los mejores.

Primer acierto. La animación. El trazo impresionista, simple e inacabado es quizás lo más característico de la cinta. Pero esto no cumple tan solo una función estética o visual. El cuento de la princesa Kaguya es, claro está, un cuento. Basado además en un cuento del Japón del siglo IX. Y esa es la maravillosa sensación que transmite esta película. Te sientas a ver un cuento en movimiento, a ver dibujos cobrar vida, en el más puro sentido de la expresión, y a esperar con fascinación que alguien pase la página del cuento.

Segundo acierto. La ambientación. Más que la narrativa en sí, que la trama, que el guión, El cuento de la princesa Kaguya  acierta en regalarte una atmósfera absorbente y sensible a casi todos tus sentidos. Y aquí veremos esa tan fluida relación del personaje con una naturaleza purificada y mágica tan característico de las obras provenientes de Ghilbi.

Y tercer acierto. Es un cuento. ¿No he mencionado que El cuento de la princesa Kaguya es un cuento? Pues lo es. De ahí saca toda su fuerza esta historia. Porque no va más allá. No divaga, no abarca más de lo que sabe que puede contar. La narración te transporta a un Japón olvidado, idílico y mitológico, con un poder de atracción apabullante.

A diferencia de La tumba de las luciérnagas, Takahata presenta ahora una historia de digestión fácil, con un argumento más sencillo y acogedor, pero no por ello falto de contenido. Temas como el paso a la madurez, la búsqueda de identidad o la resistencia al cambio aparecen continuamente de fondo (temas tratados ya por Takahata en Heidi por ejemplo).

El cuento de la princesa Kaguya fue la última obra de Takahata. Con ella puso fin a una carrera de casi medio siglo de producciones. Con esta carta de despedida consiguió reunir, con un equilibrio y belleza extraordinaria, todos y cada uno de los ingredientes que han formado parte de su obra. Y yo sigo sin creer que haya tardado tanto en verla.

Lo mejor: Su ambientación y animación.

Lo peor: Takahata no toca temas nuevos con respecto a sus anteriores obras,

Valoración: 8/10